............................................

Reflexiones de la ganga y otros poemas
Osvaldo Orgaz, Chihuahua Arde Editoras (colec. Subterránea y otros), Delicias, 2007
 

Por Emiliano Álvarez
............................................

What happens to a dream deferred?
Does it dry up like a raisin in the sun?
Or fester like a sore
And then run?
Does it stink like rotten meat?
Or crust and sugar over
like a syrupy sweet?
Maybe it just sags like a heavy load.
Or does ir explode?


¿Qué le sucede a un sueño postergado?
¿Se seca como uva pasa al sol?
¿O se infecta como una llaga
y después huye?

¿Apesta como carne podrida?
¿O se encostra y carameliza
como un jarabe dulce?
Tal vez sólo se desploma como una pesada carga
¿O acaso explota?

 

Langston Hughes

 

El poema se llama “Harlem”, nombre de un barrio negro de Nueva York: lugar pobre, de marginación y sueños frustrados… pero también de poesía, arma de protesta por excelencia, de denuncia, bandera donde el hombre deposita sus mayores agonías. Como este ejemplo hay muchos, muchos otros lugares donde se pudren los sueños, muchos otras plumas que alzan la voz de su tinta para quejarse, muchos otros movimientos de poesía surgida de la vida de los marginados, de los que la sociedad rechaza: chicanos, negros, cholos, pachuchos, los habitantes de las favelas brasileñas, los sicarios de Colombia, los indígenas mexicanos, los exiliados políticos de cualquier país...

Siempre me ha interesado este tipo de movimientos socio-literarios y me declaro completamente enamorado del Harlem Renaissance de los años veinte (donde se incluyen Langston Hughes y otros poetas como Countee Cullen) y de algunas muestras de poesía chicana, como la de Sandra Cisneros (materiales poco difundidos en México, pero regados por internet, para consuelo de algunos cibernautas bilingües). Comprenderán, pues, la curiosidad y emoción cuando llegó a mis manos el libro Reflexiones de la ganga y otros poemas de Osvaldo Ogaz, escritor auténticamente cholo de Chihuahua, vocero poético de una comunidad marginal de la que yo no tenía registro literario en la memoria.

Tomé entonces el libro con avidez y mojé la punta de mi dedo índice con la lengua (estrategia un tanto antigua para pasar las hojas) con una frecuencia algo inusual. Pasada la emoción y la expectativa de las primeras páginas, me quedé con un sabor extraño entre los ojos. A decir verdad, no sé cómo comentar Reflexiones de la ganga... es un libro que me confunde y del que no sé, claramente, qué pensar. Uno, como reseñista, trata de revisar con cautela cada verso de cada poema de cada página de cada libro y, al hacerlo, busca dentro de sí mismo unas antiparras efectivas para ver, con menos pasión que cordura, los aciertos, los errores, los versos que conmueven hasta a los turistas de frías cámaras, los que sobran sin remedio como los insectos en el pan fresco. Intenté hacer lo mismo con el libro de Ogaz. Pero no pude.

No pude porque creo que es un libro blindado, inmune a muchas críticas. La escritura contenida en los 31 sonetos que pueblan las páginas está resguardada, inaccesible, bajo el velo de una justificación no literaria sino social. Ante esto, es como si yo me convirtiera en más de un lector y como si entre ellos, los lectores que escriben estas líneas, hubiera una riña insoluble: de entrada uno comienza a leer los poemas y le parecen, francamente, poco valiosos poéticamente hablando; en el momento en el que eso cruza su pensamiento, otro llega y le reclama con violencia “¿no ves lo que hay detrás de esos catorce versos? Algo mucho más importante que la poesía: el reflejo de una forma de vivir”; entonces, uno tercero, casi a golpes, calla a este último y apoyando al primero exclama “¡más importante que la poesía! Se supone que tenemos que escribir sobre poesía no sobre panfletos.” No sé cómo explicar esto y sé que este párrafo ridículo no es la mejor manera. El caso es que me cuesta criticar un libro cuyo valor entiendo, aunque a mi parecer sea un valor no tanto estético, sino sociológico.

Y es que sí, hay mucho dicho en los versos y entre los versos y detrás de los versos. Mucho de una comunidad violenta, marginada, que sufre definiendo y defendiendo su identidad; nada que ver con lo que vaticina el prólogo, escrito casi con alegría, como si el libro se tratara de una broma: Usted disculpe, señor, pero la muerte, las balaceras, el sexo blandido como un arma, las mujeres golpeadas, las venganzas, aunque estén dichas como si cualquier cosa, como si fueran casi una gracia, nunca han sido ni serán un chiste. Sí, yo sé que seguramente yo soy ahora para usted un juicioso sin sentido del humor. Pero no, no juzgo los poemas por su fondo. Que quede claro: no los juzgo por su fondo, aunque éste me duela, aunque reniegue porque en mi país exista, de esa forma, el sufrimiento.

Así las cosas, teniendo en cuenta que sí se dice mucho y que lo que se dice es importante que lo escuchemos, podemos hablar de poesía. Dejemos de lado el hecho de que, si nos atenemos al canon, muchos de los sonetos del libro no serían tales (versos que se escapan de la métrica, aunque no tan atrozmente del ritmo, acentos mal colocados, rimas que quedan volando, están en más de uno), porque esto, haciendo honor a la verdad, no es lo realmente importante: si la forma se rompe para bien, que se rompa. Así es que más allá de la estructura, lo que sucede es que el libro, para mí, resulta una confesión rimada y puesta en verso, pero que está lejos de convertirse en verdadera poesía, en algo realmente admirable. Se trata de un libro ingenioso, sin duda, pero las buenas ideas, el ritmo, los rasgos curiosos, el querer romper con las formas sociales, no hacen de un conjunto de versos un poema. Éste surge cuando, aparte de todo eso, hay algo más, un hallazgo en el idioma que apela a los sentidos despiertos del lector, una fuerza indefinible, que yo no encuentro en las Reflexiones de la ganga.

Sin embargo, con esto me refiero al conjunto, porque entre los muchos versos, hay breves destellos de poesía. Por ejemplo, en la página 27, Ogaz escribe “s(u)ociedad” y, en una palabra, armada de retazos (recordé a Cummings irremediablemente), dice lo que ya no tiene necesidad de decir con otras existentes. Por otra parte, en la página 17, hay un poema dedicado a la muerte del “Chispi”, un personaje arquetípico de lo que es ser cholo: macho, borracho y valiente; en los primeros versos, el escritor, hablando de aquel personaje, nos dice “...lo retrato/ con esta sola cámara que llevo/ en mi dañada mente”, y describir un poema como una fotografía tomada con la cámara mental del autor, me parece un acierto. Más adelante, en la última estrofa de ese mismo poema, hay un lamento: “Ya dejen desprenderme de esta/ larga cadena de vacíos” Es precisamente a esto a lo que me refiero: la vida como una larga carrera de vacíos (más después de haber leído toda la desolación de la “s(u)ociedad” retratada por la “dañada mente” de Osvlado Ogaz) es una metáfora que, aunque rara en su libro, sí nos hace sentir poesía entre los poros. De la misma forma en que un sueño postergado se pudre al sol y apesta como carne muerta.











{moscomment}