No. 56 / Febrero 2013

 

Raúl Renán, premio de la amistad

Israel Ramírez

 

Amigo de sus amigos, habrá otros que hablen, con justa razón, del hombre Raúl Renán. Los compañeros de toda la vida, los colegas agradecidos, los alumnos que han seguido al maestro… Mi caso es distinto. Si un homenaje es una muestra de respeto, me inclino ante el ser humano y, por supuesto, ante el domador de palabras y su trayectoria.

En este homenaje a sus ochenta y cinco años quiero expresar mi reconocimiento al extenso currículum del poeta emeritense. En principio, pocos son tan humildes como él después de publicar más de 30 libros –muchos de ellos de factura impecable como La gramática fantástica o Los silencios de Homero. Hay que decir también que a pesar de todos sus méritos –experiencia editorial, trabajo de divulgación de la literatura, reconocido experimentador cuyo nombre fue elegido para bautizar un premio literario nacional, director de revistas, probada experiencia laboral en el área de literatura del INBA, docente en universidades, tallerista incansable de las nuevas generaciones…–, el maestro no ha recibido la Medalla Bellas Artes ni ha sido distinguido con el Premio Nacional de Literatura ni con el Premio Carlos Pellicer por obra publicada ni con el Premio Xavier Villaurrutia.

Finalmente, destaca sobre manera que, para enseñanza de todos los que lo estimamos, con bonhomía aplaude sincero a los que han recibido estas distinciones, a pesar de que la calidad de su obra bien pudiera hacerlo merecer alguna de tales distinciones. Este es quizá uno de los registros que más impresionan de su carrera.

En pleno homenaje en el Palacio de Bellas Artes, cuando le tocó hablar en la Sala Ponce el pasado tres de febrero de 2008 al festejarse sus ochenta años, Renán no proclamó sus logros: homenajeó a sus amigos con palabras de reconocimiento. Hombre tan peculiar, ni ese día se contentó con recibir los laureles y prefirió leer su canon de la amistad en gratitud de los demás.

En un medio literario como el mexicano, agradezco la presencia de Raúl Renán. Si no recibe por justicia lo que es exigencia de su trayectoria, no queda más que seguir hablando del valor de su escritura: que su lectura sea nuestro galardón y su mayor homenaje. Larga vida al poeta, porque Raúl Renán es en sí mismo un premio de la amistad.