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Desierto blues
Julio César Félix, Icocult-Conaculta, Saltillo, 2006 

Por Carlos Velázquez
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Así como no sólo es poesía aquella que se encuentra conjurada en versos, el blues no sólo reside en las guitarras, las armónicas o en las voces de cantantes de color. El blues y la poesía son un estado anímico. Ahí reside su relación. Y qué mejor manera de ejemplificarlo que con un título como Desierto blues.

El primer contacto con el libro de Julio César Félix es por completo visual. En su portada anuncia a dos personajes clásicos de la cultura norteamericana, Joliet Jake y Elwood Blues: los Blues Brothers. En primera instancia el lector esperará encontrase con poemas dedicados a John Lee Hooker, Ray Charles, Cab Calloway y Aretha Franklin, pero no.

El Blues tiene como tema principal dos aspectos: la melancolía y la carga sexual. Es la tristeza la cualidad a la que el autor se dedica con más pasión. Por supuesto hay sexualidad implícita, sólo que no exacerbada. Y sin olvidar un pequeño toque de James Brown como invitado de lujo, que representa al Soul.

Insisto, la ausencia explicita de amplificadores y micrófonos no le resta filing a la negritud de César Félix. Y si bien el autor no se nos aparece como un bluesman emergido directamente de su guitarra de palo, o como el guitarrista electrificado de un bar de Chicago, su figura se revela como la de un blusero encantador de serpientes a la orilla de la carretera del desierto norteño.

El libro se divide en cinco apartados. Los primeros dos representan un solo poema. El más afortunada es el segundo, "Descifrando el aire". Este poema tiene varias lecturas; una en particular nos remite a los Blues Brothers, específicamente a John Belushi, actor que representa a Jake en la película. Belushi murió de una sobredosis de cocaína. El poema parece un demencial y emotivo monólogo del actor antes de precipitarse hacia la muerte.

Otra lectura nos acerca más a la estética por la que César Félix ya ha mostrado afinidad; sin dejar de ser Bluesy, aquí se aproxima más a la melancolía baudeleriana. En el segundo poema del primer apartado, de nombre "Ninfas", nos dice: "Charles el de las tinieblas verdes", aunque bien podría ser Belushi, el de la chuleta blanca. Sin duda ese es el mejor texto de la parte inicial. Es de agradecer que César Félix no recurriera los típicos clichés del blues. Lo que le proporciona un toque de originalidad respecto al género al ofrecernos su propia visión de la poesía bluseada.

"Cantos de luna azul", la tercera parte, contiene uno de los puntos más elevados del libro; me refiero al poema "Otoño". En este Rythm & Blues se puede rastrear la denuncia más grasosa de la poesía. El verso "soy un aprendiz de hechicero" nos translada a Robert Johnson y a toda esa parafernalia diabólica y de brujería que existe alrededor del ritmo. También nos recuerda un poco a la canción "Hoochie Coochie Man", de Muddy Waters, por su lado enunciativo autobiográfico.

La cuarta parte, "Lote baldío", apela a la idea eliotiana de la tierra muerta. Aquí César Félix le da otro tratamiento, sitúa la poesía en el barrio, en los lotes baldíos que son el panorama de las ciudades del desierto; lugares en que la gente se reúne a compartir las caguamas y a lamentarse con largos blueses en la noche. Como lo anuncia el poeta: "los hombres chocan entre sí/cotidianamente/en una espuma bochornosa/de códigos distintos/y casi secretos".

El capítulo final es "Delirios de un ángel". El blues alado. El poeta ha terminado su recorrido. Para declarar el desenlace arremete con un lanzallamas al sentenciar: "Soy un hijo más de la catástrofe". Al finalizar la lectura de Desierto Blues impera la fuerte sensación de haber atravesado un prolongado sueño famélico. De un blues que comenzó su travesía en los caminos del norte, de un blues que apenas empieza a rodar por el espectro de la poesía, por supuesto con los bolsillos rotos y con Peter Gun como fondo musical.

 


 

 


 

 

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