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Del archivo de 
Periódico de poesía

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En 1990, David Huerta dirigía el Periódico de Poesía. Tiene una larga trayectoria al frente de talleres literarios. Su trabajo poético mereció el Premio Nacional de Poesía “Carlos Pellicer” (1990) y el Premio “Xavier Villaurrutia” (2005). Escribe regularmente en la Revista de la Universidad sobre el Siglo de Oro español. En entrevista con Guadalupe Alonso (Revista de la Universidad, núm. 70) afirmó:  “la literatura no es solamente leer [...]. Uno conversa en silencio con el autor y el autor le dice una serie de cosas y uno responde como puede, con pasión, oponiéndose al autor, descubriendo cosas que no había descubierto en uno mismo y que están ahí”.
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No. 57 / Marzo 2013



David Huerta


Mano de arena negra


1

He crecido en la noche como una mano de arena negra.
He visto el mar, las tempestades y los rayos.

La noche entrada en mi boca: olas y olas, óvalos
De honda agua. La noche entrada en mis ojos
Como un cristal de brisa,
Como una nube roja
Hecha sólo de navajas labradas.

He visto el mar, sus dragones de sal y sus reuniones
de rocas y de animales. He visto su rueda
de vuelos y de sombras, la violencia
de sus centellas y sus ahogos,
la mano lapidaria
de sus naufragios, sus livianas
y poderosas sepulturas.

Las tempestades me unen a la boca de los rayos.
Las tempestades me cuecen como si fuera yo
una legumbre circular, en su fuego
de rosas y de ojos violetas.

He crecido en el cuerpo de otro ser, he crecido
sobre los papeles hundidos, hundido yo mismo
hasta los tendones del cuello,
mientras mis manos se secaban
junto al vaho fragante de las mandarinas.

He dormido mientras crecía en la noche, en el cuerpo
de otro ser —una criatura de ojos enormes—,
como una mano de arena negra.

2

He crecido en medio de los cristales,
atado a la navegación de curvos perfumes.
He crecido en las oscuridades de una cabellera.

He vuelto a ver los ojos del silencio,
la santidad del silencio y su tesoro
de piedras místicas.

Los árboles del silencio tienen follajes transparentes,
raíces como cuchillos de sediento filo,
umbrales de quemante verdor.

He visto ramas vacías: cruzan mi pecho
y dejan un sello de redondez frutal
en el vaso de mi corazón.

Las ramas enrojecen de sangre y de deleite
Rodeadas por el colibrí de mi murmullo.

El cuerpo de la noche se enciende
sobre las derramadas copas del rencor.

La noche está viva. Está calentándose.
Sus labios entran con la velocidad del fuego
hasta inundar la piel gozosa de mi espalda.

3

He crecido en la noche y dije
la palabra “amor” y la palabra “separaciones”.
He acercado mi mano a estos ojos enormes.
Los rayos entraban en el deslizado labio
de una mandarina, me rodeaban
con una fantasía de perfumes.

Los rayos se abrían como copos deshechos
En la humedad de la criatura
Que yo abrazaba. Los rayos
estaban situados en la línea magneta que la criatura
y yo desprendíamos. Nos separábamos:
ahogados, tenues, con los ojos cerrados
nos uníamos, entre las llamaradas.

He crecido en la noche como una mano de arena negra.
He crecido en la noche, en la mano de la negrura
y en la mano de la arena, junto al mar
de unos ojos enormes.


Periódico de poesía, UNAM/UAM,
núm. 14, México, 1990, pp. 17-18.