...................................................................

portada-catnip.jpg Catnip
Xitlalitl Rodríguez
Mendoza
Tierra Adentro
Colección La Ceibita
México, 2012

Por Gabriel Martínez Bucio
.....................................................................

No. 57 / Marzo 2013



Desde las primeras páginas de Catnip, sospeché que existía la posibilidad de convertirme en objeto de una broma sutil o una crítica-irónica. Continué leyendo con cuidado los versos libres y la prosa poética mientras recordaba que XitlalitlRodríguez (a.k.a. Sisi) tiene la facilidad de dislocar al lector y ponerlo en un continuo estado de vigilia.

Decidí continuar y admití que el gato es un gran animal (sacudiéndome cualquier atisbo de alergia personal ((no sé si no me caen bien los gatos porque no me agradan o si no me agradan porque no les caigo bien))). Es casi un espectro inventado por la literatura y no por la naturaleza, un interesantísimo felino, siempre paseándose en la lontananza de la vida cotidiana:

¿Qué objetos diminutos realizan
la danza de los cables deshechos,
de las pelusas entre sus garras?
¿Qué se mueve lejos del día?
            Sólo ellos saben, misteriosos observadores.

En la época medieval el hombre buscaba el ejemplo de los animales y contemplaba su actividad para ponerla en relación con su propia visión del mundo. Hay una sentencia del Bestiario Medieval, de Ignacio Malaxecheverría, que se podría aplicar a este poemario: "el animal es lo impenetrable y lo extraño, excelente razón para que el hombre proyecte en él sus angustias y sus terrores". En efecto, la virtud de Catnip, consiste en que sea un gato el animal elegido. Un perrito jamás es extraño, un perico jamás es impenetrable. Pero el gato siempre escapa elegantemente de cualquier definición. Y probablemente sea el animal más poético de la historia; basta mencionar a los grandes: Baudelaire, Tristan Tzara, Cortázar, Vallejo, Wilde.

Los gatos de Xitlalitl sirven como filtro, como una “puerta desvencijada […] una especie de ventana hacia el claro”, son el paréntesisnecesario para proyectar la realidad como si su presencia fuera una delgadísima capa de neblina que todo lo vuelve de alguna manera, a veces lúdica y otras terrible. Incluso uno llega a imaginar que las mismas letras son gatunas: “Ésta, como casi todas las historias sobre gatos, tiene como personaje principal a una sinalefa”, “los hombres son injustos con los gatos porque la curiosidad mató a Orfeo", “he muerto y lo contrario varias veces”. Este humor fino, felino, recorre los versos imitando el delicadoandar de los gatos sobre libreros. Sin embargo, los versos no se quedan solamente como un juego de libre asociación. El hecho de invertir el sentido original de las frases mantiene una lógica que no le es necesaria al entendimiento. Se están estableciendo nuevas correlaciones poéticas. Las conexiones han sido disparadas en distintas direcciones por medio de un guiño, de un extrañamiento. Ahí es cuando el lector se siente dislocado. Xitlalitl concentra la atención del lector en un punto y a la mitad de la frase (o del aliento) invierte el sentido permitiendo nuevas lecturas y significaciones. Recordemos que su columna en Milenio se llamaba Dealers que no me maten, haciendo referencia obviamente al cuento de Rulfo: “Diles que no me maten”. Incluso desde el título de su primer libro Polvo lugar jugaba irónicamente al cambiar la “n” por una “g”. Torciendo la lógica convencional se obtienen infinitas posibilidades literarias.

La segunda parte comienza con la catástrofe nuclear de Fukushima: “Vamos por Tokio/ protegiéndonos/ la médula espinal/ con papel aluminio./ Niños/ e hikikomoris/ yacen/ en partes/ sobre cualquier/ lugar y no/ los vemos./ El fin del/ mundo/ es una moda/ no caduca,/ cada quien/ ve uno, por/ lo menos./ Un grito,/ un gemido,/ un sollozo,/ tantas/  pruebas de vida/ tan poco/ que las valide”. Son un eco de aquellos versos de T.S. Eliot: “thisis how theworldends, notwith a bang, but a whimper”. En verdad somos los hombres huecos; tragedias inmensas que nadie voltea a ver más que en los segundos que salen en la pantalla del televisor. Pero todos preocupados por el peso maya del 2012. ¡Cuánta hipocresía de nuestra parte! Estos versos funcionan como epitafios; nos recuerdan la indiferencia que mostramos ante lo sucedido en Japón, un lugar que –como bien insinúa Xitlalitl–, parece un planeta distinto al nuestro,un sitio que está tan estúpidamente lejano. En verdad, ¿quiénes son los que se están muriendo de a poco?

Pero mi parte favorita es la última, el homenaje a Robert Walser, aquel escritor y poeta suizo que se internó voluntariamente en un hospital psiquiátrico, y que ahora Siruela ha puesto a nuestro “alcance”: “Edith lo ama. Luego volveremos sobre ello”, la cita de Walser abre la tercera parte del poemario y esconde tras la sutileza de las letras, un rastro amargo. Como si al final de una historia de amor, el narrador agregara “sísísí, lo ama, pero no es de gran importancia, después volveremos, tranquilos todos, hay cosas más importantes”; como si el lector de Catnip después de haber pasado por gatos sobrevivientes de Stalingrado, por gatos exiliados, por familiares de gatos muertos, por Fukushima y sus restos de gatos por las calles, esperara una recompensa que no llega ni siquiera cuando Edith lo ama. Xitlalitl ha escogido un verso inicial que imita el comportamiento gatuno, que en un primer momento se acerca a lamerte la mano, a entregarte una muestra de afecto ydespués del punto y seguido se aleja indiferente, sin explicaciones. Sin embargo, el homenaje continúa: “leche negra, noches blancas, nieve oscura”: es el gato que se pasea por las teclas (blanquinegras) de un piano y al llegar a las notas graves evoca la presencia de Paul Celan, Dostoievsky y Villaurrutia. Los fantasmas se han reunido para asistir al homenaje del verdadero maestro de Kafka. Un collage poético, donde Xitlalitl Rodríguez deja hablar a los muertos a través de su pluma. Pero el lector conoce la triste historia de Robert Walser y espera el golpe. Todo el poemario fue un presagio que lo ha preparado para el final desolador:

Edith lo ama.
Y sólo volvió
a la blancura de la joven
salina con sus ojos
muertos bajo la nieve,
con el costado roto por
la vida en la calle.
Edith lo ama, Robert Walser.
Usted nunca volvió sobre ella
ni sobre los vidrios rotos
de un hospital abandonado.