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portada-6annos-despues.jpg 6 años después. Antología poética
Varios
Letritas del Changarrito México, 2012

Por Óscar Cid de León
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No. 57 / Marzo 2013


 
Lo bueno de hablar sobre poetas que uno nunca ha visto, conocido de frente, ni con quienes se ha charlado, es que nos resultan muy ajenos y no puede filtrarse la persona, porque siempre la persona que se conoce resulta una infiltrada cuando se le lee desde la poesía, sus signos vitales. Aunque uno no lo quiera, nadie escapa. Quien afirme lo contrario, he de decir que un poco miente.

La lectura de la poesía de quien no se conoce, entonces, nos llega desembarazada de toda referencia personal, es poesía pura, digamos, carne cruda; las referencias que emerjan pertenecerán sólo a los terrenos de la identificación, si es que la hay, y qué bueno. Es el caso de los cinco poetas incluidos en 6 años después. ¿Quiénes son? Ni me pregunten. Hablo desde el descubrimiento, desde el asombro.

“Asombro” es una buena palabra que me sirve como punto de partida, porque estos autores llegan a mis manos también por primera vez. Qué bien que mis queridos Rachel, Iván y compañía me los descubran. No sé si a ustedes, pero si también, qué bueno que se los descubran, porque se trata de una grata selección a partir de un buen ojo.

Eva Cabo, española, se muestra al borde de un cerezo, un cerezo que nos siembra por igual al borde de un puerto que al centro de un desierto. Un cerezo que es ella ya no desde su sombra sino ella con un apéndice que es el cerezo, atravesando primaveras y otoños como quien atraviesa un buen cacho de la vida con todos sus humores. Cabo escribe desde adentro y hacia afuera y de regreso. Cabo se busca en la niña y en las historias de playas, en los pies en la arena, la luz y los susurros nocturnos, su no saber adónde. Se busca en el otro, a quien le habla. Se busca viajando; de afuera hacia adentro, viajando. Cabo es un viaje alrededor de uno mismo que deviene en una siembra:

lejos soy yo si medimos la distancia entre los mares,
pero de lo que se trata ahora es de arrojar semillas
a este jardín que nos nace del mismísimo epicentro de los huesos.

Luis Alberto Carro, uruguayo, pondera la memoria a través de Los trabajos de la luz. Así se llama el poema que lo integra en la antología. Hay en él la mirada de quien vuelve los pasos a la infancia y esas cosas, a los amores y esas cosas, a la memoria, precisamente, y sus grandes cosas. Dan ganas de abrazar a quien sabe usar la memoria como Carro, en verso libre o soneto, da igual. Carro sabe escribirse a partir de lo ido, lo que ya ha partido, quiero decir, lo que se había trepado a un tren pero que un día se nos regresa como confesión de parte, por si pudiera ofrecerse, porque tampoco se puede existir del pasado, y así lo entiende: “No hay regreso posible mientras el agua pasa...”

Ángel Devincenzo, argentino, entrega El ojo del cofre. Éste es el filósofo de los reunidos, el de las preguntas sin respuesta, pero, sobre todo, el de las respuestas sin pregunta, a través de una voz poética que tiende a la víscera, sin rodeos ni remilgos. Devincenzo es también el fragmentado, el de las asociaciones inútiles que parece que no llevan a ninguna parte, pero llevan. Su ojo del cofre es un aleph de imágenes que algo responden:

en tiempos de la clonación las musas son plaga
plagio
si tienen el vestido puesto
también es belleza limpiarse el culo con un pájaro.

Camilo Herrera Estai, chileno, es, pues sí, el de la aventura. Nos ofrece un fragmento de El gran sintetizador. Un poema de aventuras. Es casi épico, o un canto, pero que no se entienda el calificativo "épico" como el que de pronto nos estaciona en Gilgamesh o cosas por el estilo, aunque, si se quiere, hasta un poco. Aquí hablamos, primero, de un niño que la voz de pronto alucinada de quien escribe hace atravesar la geografía y el espacio para dispararse montado en un tipo que se desordena en medio de un cosmos, un poeta. Hablo de un alucinado, ya lo dije. Y es que Herrera Estai manda a la mierda a la poesía, le pierde cualquier respeto, y qué bueno; sólo así puede escribirse poesía en estos tiempos, o casi sólo así. Me pregunto qué significa el blanco del poema para Herrera Estai. Me pregunto si vale la pena cuestinarlo.

De los cinco, Gabriel Moreno, de Gibraltar, es el poeta del corto aliento, el de las reinterpretaciones, las referencias a personajes de la historia, como Colón, un Colón en el que hurga, tan cercano a Gibraltar, o a clásicos de la literatura, como Blake y sus bodas entre el cielo y el infierno, aquí casándose con la tierra. Pero asoman, sobre todo, las autorrefencias. Imagino a Moreno como en el título de uno de sus poemas: Inside a Bottle: “No fueron los vientos del norte,/ inverné en este frasco de argento oxidado por mi propia voluntad.”

Extrañé entre los poetas a un mexicano, ¿saben? Pero me parece acertada la ausencia. El Colectivo Poético Cardo, con la publicación de 6 años después, no sólo nos recuerda que sigue vivo desde aquel 1999 en que se creó en un departamento de Coyoacán, sino que ha dejado de mirarse a sí mismo. Raquel Olvera, su fundadora, debe estar muy satisfecha con esta trascendencia, e Iván puede dormir tranquilo, porque, aunque 6 años después de aquella convocatoria que ahora por fin reúne a estos cinco poetas, cinco asombros, ha salido este libro, bajo el sello del Changarrito de nuestro querido Maxi González; un libro que, me parece, aceita la maquinaria y echa a andar de nuevo los engranes. Qué buenos tiempos aquéllos. Y qué asombro, esa palabra de la que partí para este texto, que esos tiempos sigan vivos. Me enorgullece seguir andando en el camino 13 años después de tu iniciativa, Rachel preciosa. A los cardo los quiero seguir leyendo aunque se infiltre la persona; poesía curada, carne marinada.
 

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