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resena-merino-cuerpo.jpgCuerpo de Amor/ Magnificat/ La carne
de los ángeles

Alda Merini
Trad. Jeannette
L. Clariond
Vaso Roto Ediciones
México, 2009

 Por Paola Jasmer
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No. 57 / Marzo 2013



Cuando llegaron a mis manos los poemarios de Alda Merini que la editorial Vaso Roto publicó el mismo año de su muerte yo no sabía nada de ella. Una mirada a los títulos y una hojeada superficial habían revelado que me hallaba frente a tres volúmenes de poesía mística, por lo que, en un intento de disipar la aprensión que me provocaba el enfrentarme a un género del que me había formado una serie de inútiles preconcepciones, decidí aproximarme a la obra por medio de su autora. Es difícil expresar en palabras el origen de mi recelo, pero sospecho que tenía que ver con la absurda noción de que la poesía mística no tiene cabida en el siglo XXI. En mi cabeza se oponían irreconciliablemente la imagen de un asceta recluido tras los muros de un convento, absorto en el más puro fervor religioso y la idea de una ciudad sobrepoblada, bulliciosa, indiferente ante las cuestiones espirituales y enfrascada, en cambio, en un perpetuo consumo. Cuál sería mi sorpresa al irme enterando poco a poco de la serie de eventos y circunstancias extraordinarias en la vida de Alda Merini que corresponden con la imagen idealizada del poeta místico que me había formado sin saber bien cómo. Cabe resaltar que no se trata de una correspondencia exacta, sino más bien de una especie de versión moderna de las condiciones de reclusión, desprendimiento de lo material y devoción contemplativa que yo había imaginado como indispensables para este género particular de expresión poética: Alda Merini nunca perteneció a un convento, pero pasó casi veinte años recluida en hospitales psiquiátricos; no se apegó jamás a un estricto ascetismo, pero pasó sus últimos años viviendo en la indigencia por voluntad propia; no dedicó su vida exclusivamente a la reflexión sobre temas piadosos, pero murió tras haber alcanzado un entendimiento de la divinidad a la vez íntimo y profundo.  Para entonces yo ya me hallaba fascinada por esta mujer que parecía al mismo tiempo confirmar y desafiar todas mis expectativas; había sido seducida por un puñado de notas biográficas que a pesar de su tono desapegado y respetuoso no lograban disimular la efervescencia de una vida vivida con la intensidad y avidez de quien se sospecha inmortal. Y aún no había leído un sólo poema.

resena-merino-cuerpo.jpgPara hablar del primer libro de esta trilogía es necesario partir del título completo que, ausente de la portada, aguarda al lector en la primera página. Cuerpo de amor: un encuentro con Jesús exhibe en su título los tres principales conceptos que dan sentido y cohesión a todo el poemario: el encuentro, el cuerpo y el amor. El primero de ellos, encuentro, es fundamental para entender el tono de autoridad con el que se erige la voz poética, una voz que se aparta del titubeo y la vacilación propios de un mero acercamiento y va un paso más allá en la relación entre el poeta y Dios. En los treinta y ocho poemas que conforman la colección no se advierte el deseo de acercarse a él por medio de la razón o de la expresión poética; por el contrario, los poemas representan en sí mismos el resultado del encuentro entre Merini y Jesús y, por ello, frecuentemente adquieren la forma de conclusiones que causan asombro tanto por su lucidez y su candor como por lo discreto y sutil de su coqueteo con la blasfemia: “[Jesús] [m]iraba a las mujeres como se mira los ríos que acompañan la vela agitada por todas partes y las consideraba amigas, siendo mujer en el corazón”.

Por otro lado, como resultado del énfasis que pone la poeta en el aspecto humano de Jesús, los conceptos del cuerpo y del amor se entretejen, poema tras poema, de manera íntima e inesperada. El Jesús de Alda Merini está atado a la carne y, por lo tanto, al dolor y al sufrimiento humanos; sin embargo, la poeta (quien, si consideramos los casi cuarenta electrochoques que recibió durante el periodo de veinte años que pasó internada en hospitales psiquiátricos, no era ajena al dolor) encuentra en ese sufrimiento la evidencia del amor de Cristo por el hombre y lo representa como una fuente de consuelo y alivio espiritual: “Sobre el hombre debilitado por el dolor y el peso del sufrimiento se volcaban los chacales, pero Cristo también desvaneció la injusticia y colocó a los primeros en el sitio de los últimos y su pan es la humillación y la fuerza de la humillación”. Ahora bien, el suplicio de la carne es sólo una de las implicaciones de la dimensión corpórea a partir de la cual Merini concibe a Jesús: el cuerpo también lo convierte en depositario del deseo, de un amor que insiste en mantenerse humano. El amor erótico impregna las páginas de la colección y otorga a algunos de los poemas una ambivalencia que genera impresión de que se está frente a la correspondencia íntima de dos amantes:

La isla desierta que tú y yo, Señor,
habitamos desnudos y solos
como Adán y Eva
en su principio,
la isla desierta que no necesitaba
los atavíos de la carne
sino tan sólo de la transparencia
de un pensamiento iluminado,
la isla de carne y materia,
la isla de nuestros besos.
(…)

resena-merino-magnificat.jpgMagnificat: un encuentro con María, por su parte, se enfoca en la figura de la madre de Jesús y, por medio de un título que refleja puntualmente el de Cuerpo de Amor, establece una correspondencia entre los dos poemarios que se sustenta en la idea del encuentro; no obstante, en Magnificat el encuentro es sólo un primer paso en la exploración de la figura de María: en su cercanía a Dios a partir del momento de la anunciación, en la vehemencia de su sufrimiento y en el hecho de que su hijo le fue arrebatado, la poeta reconoce las circunstancias de su propia vida y acepta a María como una mujer cuya voz le pertenece a todas las mujeres:

(…)
Tú me convertiste en mujer, Señor,
y la mujer es tan sólo
un puño de dolor.
Mas no golpearé
mi pecho
con este puño,
lo abriré hacia Ti
como la mano
que pide misericordia.
Eres mi mano, Señor,
Eres la vida,
y cuando una mujer da a luz a un hijo
la desgracia y el amor
habitan en ella
(…)

Es así que la idea del encuentro adquiere mayor profundidad y se convierte eventualmente en una apropiación, en la desaparición de los límites entre sujeto y poeta.

resena-merino-la-carne.jpgLa carne de los ángeles es el último libro de la trilogía. En él se vierten las reflexiones de Merini sobre los ángeles, quienes, como el producto más alto de la mente creadora de Dios, cumplen la función de intermediarios entre lo divino y lo humano:
(…)
Los ángeles no son ni para el amor ni para
la venganza. Los ángeles son tan sólo un sonido,
un sonido de amor, una gran extensión de tierra,
una Palestina ausente.
Los ángeles son el eterno castigo para alcanzar la gracia.


Cabe señalar que la originalidad del pensamiento de Merini y la combinación de reverencia y desafío que caracteriza a su poesía la llevan en ese poemario a incluir a Lucifer y a los demonios en sus reflexiones. Lejos de negar su presencia en la vida del hombre en este esfuerzo por encontrarse con Dios, la poeta hace énfasis en la importancia de su influencia sobre la vida de los hombres. Con eso logra situar al hombre entre la virtud y el pecado, el egoísmo de Lucifer y la renuncia de los ángeles:

     Satanás, al hacer naufragar este amor de
paz, llevó la destrucción por todo el universo.
     Ahora él vaga iracundo por todos los sitios
hacia la tierra más negra.
     Su velocidad es igual a la de millones de
ángeles de luz.
     Su habilidad es aparecer como una estrella
fija, cuando en realidad, rueda hacia nosotros
como avalancha.

El diseño editorial de Vaso Roto es muy bello. El material y el color de las guardas, el grosor del papel y la simultaneidad con la que se presenta el poema original y su traducción al español le añaden otro nivel a la experiencia estética del lector y le permiten sumergirse profundamente en la belleza intrínseca del texto. La ediciones bilingües siempre implican cierto riesgo para el traductor, ya que permiten el escrutinio de su trabajo y señalan de forma inflexible las brechas lingüísticas y de sentido que acechan en toda traducción; no obstante, la posibilidad de contrastar las dos versiones también abre el diálogo con el lector y le permiten establecer un relación más estrecha con la autora. Jeannette Clariond está situada en una posición privilegiada con respecto a la poesía de la poeta por razones que van más allá de la inmersión en el texto que es obligación del traductor: tuvo la fortuna de conocer a Alda Merini y de visitarla en su pequeño departamento de Milán. El resultado de ese encuentro es un intenso respeto por la autora que se hace visible en cada una de sus elecciones de traducción, una especie de lealtad inquebrantable que en ocasiones le impide desviarse del camino propuesto por Merini pero que al mismo tiempo revela con espontaneidad la pasión ofuscante del amor a primera vista.

Una cosa es clara a partir de la lectura de estos tres poemarios dedicados a la espiritualidad y al misticismo: Alda Merini consigue, en su esfuerzo por revelar el aspecto inherentemente humano de las figuras más importantes de la mitología cristiana, revelar su propia alma. Podría parecer irónico que la mente de Alda Merini, después de haberse sumergido profundamente en los abismos de la locura, haya resurgido con la lucidez y la claridad necesarias para lograr una revelación del alma a partir de la reflexión sobre el cuerpo; sin embargo, basta con adentrarse tan sólo un poco en la obra de esta mujer excepcional para convencerse de que ninguna frontera es capaz de resistírsele: en su obra se funden la prosa y la poesía, lo piadoso y lo blasfemo, el hombre y la mujer, Dios y el hombre.
 

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