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No. 57 / Marzo 2013

 

Lauri García Dueñas
(El Salvador, 1980; vive en la Ciudad de México)



Virginia y el pensamiento

Virginia no ha muerto
su boca es la hoja de un almendro rojo y redondo
su mano es el árbol que aberra tus pupilas
su lengua: orden y caos
la prisa el ojal del tiempo
una perdición-epifanía
nada siestas tragaluces
un grito táctil.

Nosotras, Virginia, no moriremos
la bruma habrá de cincelarnos la sien
hasta hacernos gritar las vísceras.

Crujirá la locura cuando miremos abajo
hacia una superficie transparente y blanca
llena de gusanos.

Tu pensamiento
mi pensamiento
no dependerá
jamás
del mundo y sus hombres.

La madre habrá tomado para sí toda la leche materna.

La mujer llorará las lágrimas nocturnas de sus hijos
y de pronto, la luz que nos hará desaparecer a todos
dejará el mundo intacto y estaremos muertas
al lado de las hermanas Brontë
en un páramo salado.

Y seremos eternas, Virginia,
y de nosotras será la victoria.




A Maruch Méndez de San Juan Chamula:

Anoche la niña ebria
qué niña
la que los hombres grandes gustan de decir palabras entrecruzadas
por si cae
o apretar de la cintura
por si cae
la que escucha los discursos con los ojos abiertos y asiente
callada
a veces
otras no
y quiere aprender que la inteligencia no empieza por su nombre
sino por el nombre de las cosas.

La niña lloró cuando Maruch cantó en tzotzil
y se preocupa por los pájaros muertos en la banqueta
y a ella también se le ha metido adentro
una mujer que le habla en voces
y golpea sus paredes y membranas y sus líquidos
aún observados con curiosidad por ella
la otra que le dicen
y cuando Maruch le cantó al trago y conjuró la posibilidad de no caerse
¡cuántas veces la niña de rodillas o en el suelo hecha trizas!
o regando la intrusa soledad de los domingos
la invasión de los otros que siempre creen que pueden apretarle la cintura
o llegar sin ser invitados.

El pájaro negro muerto en la banqueta es la señal de un final antecedido
una referencia al aullante
un escupir a la mujer que le han metido en las membranas
y que en la noche le habla en voces
un calor hacia la muerte sin morirse
un aferrarse a la inteligencia de las cosas
sin saber completamente la hondura del tropiezo que a uno le da por estar ebrio.

Será su voluntad la que decida
el conjuro que tendrá que hacer
para no caerse tanto.

Secas estarán las lágrimas si se respiran.