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portada-nueces.jpg Nueces
Pedro Serrano,
Ediciones Trilce-Conaculta, México, 2009.

Por Mariella Nigro
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No. 58 / Abril 2013


 

 

 

Todas las cosas del mundo son frutas que requieren perpetuarse,
desarrollar sus jugos físicos, su perla o pulpa cartesiana.

Rafael Courtoisie

 

 

La poesía de Pedro Serrano interpela lo orgánico del mundo objetivo y del que habita por dentro, el cuerpo y sus detritos, sus avatares entre el murmullo de las cosas.

Como en su poemario Turba , la turbiedad del mundo se aclara con el agua de las palabras. La turbiedad es un atributo de la vida, si ésta no es nombrada. La turba es también el residuo de la memoria y corre por los fluidos del cuerpo; y entre el cieno vegetal y mineral, reluce el lenguaje como una gema o un fruto.

En Nueces, Serrano devela paisajes del afuera y del adentro, con esa progresión en el correr del poemario. Desde un mirador del mundo, ve la Tuscania y los barrios de Londres, goza y sufre entre la maleza y el jardín, entre la calle del poeta moderno y los canales del imperio de la Quetzalcoátl... Desde su mirador interior, descubre los paisajes de órganos y huesos, amasijos de venas como ramas, o la ordenada hilera de pensamientos como pájaros al sol. Y en su horizonte de adentro, el alma, que “tiembla en el costillar”.

Poesía corporal, el poeta acompaña a la escritura con el cuerpo, abatido y recuperado, en el sueño o en la vigilia. Respira y escribe (Wothan), camina y escribe (Caminata), ve, huele, oye y escribe (Esfuerzo, Un sol apenas); también en Turba: “Doblo mi cuerpo en esta pluma atenta ...”. Y en la oscuridad escatológica de un desagüe por donde se escurre el alma (Desagüe), la poesía oficia de purga para el cuerpo, como en San Agustín.

Frente a la ventana de la habitación donde escribe, ve los elementos y sus agentes, el amor y el desamor, el ser y el tiempo. Pero no contempla pasivamente para luego decir, sino que, diciendo, se elabora a sí mismo desde su organicidad y desde su propia literalidad. El cuerpo es el gozne alrededor del cual gira la palabra. La reflexión poética, en Turba y en Nueces, inquiere el sentido de la palabra y de las cosas desde la corporalidad. Como la experiencia del cuerpo en Antonin Artaud, quien formulara que “nunca encontré lo que escribo sino a través de las angustias de lo moral en mi cuerpo”, o como aquella zona de articulación entre el conocimiento y “la experiencia interior” de Georges Bataille, donde el cuerpo es el espacio del exceso, el éxtasis, el erotismo y la poesía, la de Serrano emerge de esos desplazamientos (“vengo de mí mismo a mí”), de las trasmigraciones (“No se vayan las hojuelas del cuerpo”), de unos sutiles desdoblamientos en los que se mira y se descubre, pero no se desborda; se indaga, pero no concluye: ”Bien, ya le he puesto su cal al muro / para que no se me desprenda el adobe / o mi cuerpo. La cal o la piyama.” (Un sol apenas).

Sensorial y también metafísica, por momentos lúdica, y en continua construcción y reverberación expresiva, la poesía de Serrano no es totalmente racional ni plenamente onírica. No organiza la confusión de los cuerpos en el mundo, pero tampoco declina de crear una delirante taxonomía. Aplicando las correspondencias entre la poesía y los sueños que plantea en su ensayo "El sueño, la poesía y lo desconocido” , las dos alas que elevan su poesía son la certeza y la perplejidad.

Así, por ejemplo, en Turba, observaba, como con la orientación venida de un ancestro azteca (Caña-Conejo-Casa-Cuchillo): “El cuerpo tiene cuatro esquinas”; pero la certidumbre cedía fatalmente ante la perplejidad: “Me encuentro frente a mí mismo como un / espanto recortado”.

A partir del concepto de “responsabilidad” que Yeats plantea ante los sueños, Serrano desarrolla, en dicho ensayo, un ars poetica que adjudica al poder de la palabra la ordenación del caos, una elaboración retórica de la relación entre nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestros actos”. La poesía es finalmente un lenguaje performativo, que pone a las cosas en el mundo, que hace carne lo que apenas era etéreo, y conocido lo que estaba oculto. “La poesía es siempre poesía de lo desconocido”, afirma. Y por aquella acción, para el poeta “no es únicamente una experiencia estética, sino también una experiencia moral.”

En Nueces, Serrano entra en un laberinto, esa construcción que se forma apenas se piensa, como plantea el griego Cornelius Castoriadis; construcción compleja, entre el caos y el cosmos... En El escriba, El eremita, Trenecito, Esfuerzo, en casi todo el poemario, está el diagrama del laberinto epistemológico con sus ocultos pasadizos oníricos; se entreven las puertas y ventanas que se abren y se cierran, peligrosamente, en el decurso del discurso. Esa es la acción más poderosa de su poesía: deja ver los destellos de la imaginación, las orillas del caos que la contiene, y la palabra que finalmente la ordena.

La palabra es cincelada con el cuchillo del poeta (Wothan), como se clavara el antiguo pedernal en el corazón. Será por eso que la poesía de Serrano es matérica; esto es, se ven los relieves de las palabras, los golpes y huellas del sentido en la superficie del relato (lo pastoso, lo incandescente, lo oscuro, lo proteico...) y, como habría querido Simónides, pinta con palabras. Y lo numinoso toma cuerpo entre la descripción y la acción. El escribir es “este mercurio / que escurre por la imaginación / recogiéndose siempre, sin dejar huella” (Tuscania, 2), es “el negro rasgar de algunos signos” (Wothan), es “alabastrar la letra hasta nombrarla” (Esfuerzo).

Esta poesía se debate entre la reflexión ontológica y el erotismo de la palabra: del núcleo a la superficie del ser.

La turba es un residuo orgánico, como el cuerpo, y también una confusión imposible de ordenar, salvo por la poesía.

Estas nueces son frutos como huesos, y la poesía, su “pulpa cartesiana”.


1 Ediciones sin nombre, México, 2005.

2 Tal el título de su poemario anterior (Editorial Candaya, Barcelona, 2006).

3 Fractal N° 4, enero-marzo, 1997,año 1,volumen II, pp. 111-116.

 


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