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portada-horas.jpg Otras horas
Jorge Valdés Díaz-Vélez,
Quálea Editorial, Santander, Cantabria, 2010.

 
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No. 58 / Abril 2013


Untitled Document

 

I

Al aire ya sin luz, puertas adentro
de la tarde nublada, de improviso
alguien toca a Satie. Reconstituye
con lentitud sus líquidas cadencias:
aleteos de cuervos y palomas
que impulsan hacia arriba las paredes
mecidas por la rama del invierno.
Zarpa la pieza en mí, desorientada;
navega y forma un arco entre la tierra
y la herrumbre. Vuela su lejanía
por la frialdad: traza una estela. Oigo
las manos empeñadas en el vértigo
repentino, los cúmulos alzados
contra su diapasón. Afuera muda
la pólvora del rayo. Se diluye
sin más en la pared, sin bosquejarme
un signo que presagie su agonía
o busque su lugar dentro del mío.


II

La música penetra los estantes,
acaricia el salitre de los techos
y vuelve al tragaluz un cielo falso,
un canto elemental a su infortunio,
páramo a la ciudad que afirma y niega.
Me levanto hacia mi estremecimiento.
Recojo la mirada en incorpóreas
esculturas del cuarto en que oscurece
el apátrida gris del tiempo humano.


III


Entro
          a una habitación, salgo de otra
donde estuve una vez y nunca tuve
un espectro de mí. La buhardilla
guarda en su intimidad el golpe seco
de las Gymnopedies y del relámpago
del piano. Cierro los ojos. Escucho
la indócil percusión del martinete,
puntas contra el marfil que reverberan
en el curso invariable de algún río
subterráneo tal vez,  iluminado.
Porque el agua es la luz en su derrumbe,
y es igual a su imagen y es distinta
cada voz que la nombra. Nunca es ella
cuando escancia el cristal de su deshielo
en ánforas de cuarzo y no parece
semejante a sí misma si en el fondo
traspasa lo abisal su forma intacta.


IV

El día cierra las persianas, abre
la claridad confusa y habla en otro
dialecto. Vislumbro a ciegas las sílabas
dispersas de la lluvia. Las paredes
están reblandecidas de brillantes.
Han plegado sus toldos los raídos
matices de la niebla y el aroma
del jazmín ha hecho blanco en las arterias.
Toda sonoridad emerge oscura.
Todo aparenta haber sido ya dicho.
La página de sombras no ha cambiado
del todo lo que fue y sostiene todo.


V

la música callada,
la soledad sonora


Juan de la Cruz
La tiniebla, los claustros, la cortina
comparten su orfandad, suenan a hueco
sus razones de ser evanescentes
límites calcinados. Todo escucha
venir el temporal: la letanía
más próxima, las pausas donde cabe
lo mismo un manantial que un roble, un cuerpo
que arroje por instinto sus heridas
abiertas en el mar, consigo mismo.

 

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