...................................................................

portada-resquicios.jpgPequeños resquicios
Tania Favela Bustillo
Textofilia Ediciones, México, 2013.

Por Rodolfo Mata
.....................................................................

No. 58 / Abril 2013


 

La presentación de un libro es un acto público, no íntimo, pero en el caso de un libro de poemas, lleva y debe llevar un poco de intimidad. Pareciera que con este principio estoy derivando hacia lo sensible, peligrosamente, porque de ahí podría despeñarme en lo sensiblero y fatalmente caer en lo cursi. Pero no es así, créanme, y mucho menos en el caso del libro que hoy estamos presentando: Pequeños resquicios de Tania Favela. Ya en otra ocasión comenté que me encantaban “el romanticismo de no querer ser romántico / el lugar común de a toda costa evitar/ el lugar común/ [y] la novedad de repudiar lo nuevo” pues ahora podía ver esas tres situaciones como sitios de suprema ingenuidad. Tal vez suene a que soy partidario del “nada nuevo bajo el sol” o, como en una ocasión le comenté a Hernán Lavín, a que me haya regresado el síndrome que alguna vez me hizo decir: “Como universitario que imparte cursos sobre vanguardias, cada vez me siento más reaccionario”. Pero no, y ahora sí regreso con Tania, para que constaten que no soy tan digresivo como parece.

Creo que presentar un libro de poesía es un acto que lleva una dosis importante de intimidad porque pretende compartir públicamente una experiencia individual. La relación con el lenguaje que trata de describir es personal, intransferible pero no intraducible, y para poder abordarla esta vez confiaré en el orden cronológico de mis impresiones que poco a poco fueron articulándose en torno de un núcleo inicial. Este núcleo se encuentra en lo primero que le dije a Tania cuando me invitó a presentar Pequeños resquicios: “Para mí, una prueba de que un libro es bueno y te sintonizas con él es que te pone a escribir y a pensar en lo que escribes o en lo que escribiste”. Esto es, sin duda, confesional, íntimo pero también emotivo. El libro de Tania es emotivo porque me movió, me conmovió. No me moví solo, sino con Pequeños resquicios y con Tania. Habrá que explicar por qué --de eso se trata-- y para ello doy un adelanto: porque es fruto de una depuración, de un adelgazamiento en que se dice lo que se tiene que decir, lo que se quiere decir, en el momento justo y de manera precisa.

Lo anterior se puede ver en el poema que comienza “cubre tu cabeza/ desata tus vestidos/ y lanza tras de ti las piedras/ tal vez otros hombres/ nazcan…”, poema que tiene anotado, en el lugar de las dedicatorias y los epígrafes, la frase en cursivas De las metamorfosis de Ovidio a Marianne Moore”. Estos simples datos remiten a la historia de Deucalión y Pirra, personajes míticos que, después de un diluvio devastador, interpretan un oráculo que los hace arrojar piedras hacia atrás, por encima de sus hombros, piedras que se convierten en hombres que poblarán de nuevo la tierra. Conocía aproximadamente esta historia. Al menos la imagen de un héroe que arroja piedras por encima de su hombro, con las cuales sembrará hombres, permanecía indeleble en mi memoria. Sin embargo, no conozco la historia de Marianne Moore, ni su obra, como para decir que en ella se encuentra alguna referencia a Las metamorfosis de Ovidio o a Deucalión. Tal vez con este último señalamiento esté caminando en una dirección equivocada, persiguiendo una pista falsa, forzando una conexión o una interpretación --y le corresponderá a Tania corregir lo que he dicho-- pero lo que es verdad es que el poema funciona, y lo hace muy bien, y creo que esto se debe a dos razones fundamentales. En primer lugar, porque insinúa una historia que no depende de la referencia culta aunque con ella se enriquezca (referencia que he revelado en parte: la que atañe a la mención de Las metamorfosis, no la que concierne a Marianne Moore, si la hay); en segundo lugar, porque tiene un cierre maravilloso. Veamos:

 

lanza las piedras
tras de ti
tal vez
otros hombres nazcan
tal vez
reencuentres
un lugar
para lo genuino

 

Ese lugar para lo genuino es la poesía; lo que es la poesía para Tania y para todos los que compartimos con ella esa aspiración. Por un momento, quizás un resquicio, ese lugar es lo que es, por antonomasia, la poesía. Y en esto hay algo romántico, si me cobijo en una definición simplísima de romanticismo como aspiración a lo infinito, a lo absoluto, a la verdad. Porque sabemos que la mayor parte de nuestro mundo lo asimos por las palabras, y las palabras son falibles y engañosas, y nos pueden precipitar en una espiral, en un abismo sin fin. Porque la dimisión de las esencias, la proliferación de las imágenes y los discursos, el mundo en que vivimos donde a veces la denuncia de la simulación es simulación, hacen que suene ingenuo reclamar un lugar para lo genuino. Pues bien, la poesía de Tania o, mejor dicho, este y otros muchos poemas más de Tania, reclaman ese lugar y saben de la vigencia de ese reclamo. Haya o no condena de lo romántico ‑condena ingenua, repito, al menos para mí‑ aspirar a lo infinito es tratar de negar la muerte, una actitud simple, natural, casi instintiva, casi sin adjetivos. La presencia de la muerte y el impulso de negarla son hechos incontrovertibles que no pueden ser reducidos a ser o no actitudes románticas. Y acerca de la identificación de lo sentimental con lo cursi, basta pensar que si lo cursi es lo sublime fallido, igualmente fallido y cursi puede ser lo pretenciosamente antisentimental, “objetivo”, irónico, libresco, contestatario, etc.

Como decía en mi primer punto, la insinuación de una historia en el poema de Tania es clave. ¿Y cuál historia existe o veo que puede existir en él? Veo a una mujer que cubre su cabeza y desata sus vestidos, es decir, protege su pensamiento, su espíritu, y se apresta a desnudar su cuerpo. La voz que la manda, que puede ser su propia voz y que sin duda es la de alguien solidario --tal vez Tania Favela Bustillo, o la escritora que en ella se esconde, o nosotros mismos los lectores cómplices-- la anima a arrojar tras de sí piedras para que tal vez hombres, otros hombres, surjan. Le pide que tenga fe, para que las piedras sean como semillas y surja un mundo mejor en que no haya temor ni crimen. La piedad ha estado enterrada, tras el oro de la ambición y el hierro de la guerra. Tal vez reencuentre, así, un lugar para lo genuino. ¿Qué desgracias habrá aquejado a esta mujer? ¿Estará decepcionada de un hombre y por eso debe buscar a otros hombres para encontrar al suyo, único, o estará decepcionada de todos los hombres, del hombre en abstracto, el que se ha debatido a lo largo de los siglos entre el oro y el hierro? ¿Será Marianne Moore? ¿Habrá un incidente así en la vida de esta poeta? No lo sabemos, ni necesitamos saberlo. Lo único que es contundentemente indispensable en el poema es que esa mujer busca, igual que nosotros, un lugar para lo genuino. Y eso aparece como fruto de una depuración y de un delicado vuelco de lo narrado que nos llega metafísicamente en el momento justo y de manera precisa por las palabras de Tania.

Unas líneas antes dije que el libro de Tania me había movido, espero que este poema los haya movido a ustedes. Parece una obviedad decir que cuando uno lee un libro es movido por él o por su autor, pero existen libros que funcionan más como espejos en los que uno acaba viéndose sólo a uno mismo, libros que se presentan como enigmas con una pancarta en la que alcanzamos a distinguir: “¡Hey, aquí estoy, descíframe! Si puedes…”. Unas veces la tarea es complicada pero tiene sus recompensas; otras, tan ingrata que abandonamos el libro; otras más, se confunde con un huero desafío sostenido por algún prestigio. Llega a haber ocasiones en que al final nos sentimos tentados a buscar un espejo verdadero para decirle a nuestra imagen: “felicidades, qué buen ejecutante has sido de ese instrumento que te dejaron sin una mínima guía de cómo tocarlo”. En estos casos se perfila una intimidad, pero no es de la misma naturaleza que la que se da con Pequeños resquicios, porque este libro de ninguna manera es abstruso. Es íntimo pero no intimida: invita. Su complejidad está en ser aparentemente simple.

Ya ejemplifiqué una de las virtudes de Pequeños resquicios en el poema que he comentado: su carácter narrativo. Quiero abundar un poco en este aspecto. Hace unos meses, en una agradable conversación, Tania confesó ante varios amigos que se había reconciliado con lo narrativo que puede existir en la poesía. Lo decía, principalmente a propósito de la escritura del poeta peruano José Watanabe, en cuya poesía nos había introducido felizmente. Veo que Pequeños resquicios tiene muestras muy valiosas de esta reconciliación. Menciono algunas: la historia del emperador chino Wu-Ti, que sacrificó su ejército por un puñado de caballos y estuvo a punto de hundir su imperio; Bill Evans que abandonó su instrumento por la muerte de Scott LaFaro y, al igual que Rublev, el pintor y monje ruso del medioevo, guardó silencio por otro revés espiritual; el trovador Jaufré Rudel, quien amó a la condesa de Trípoli y le escribió bellas canciones, sin siquiera haberla visto, a su muerte fue secundado por ella, quien tomó los hábitos y se hundió en el silencio igual que él; el romano Craso, que fue acusado de locura ante el senado por haber llorado la muerte de su mascota, una pequeña morena de estanque; el viejo Pound que, rodeado de ardillas, se divertía engañándolas, atando con cuidado un cacahuate a un hilo para arrancarles la preciada nuez; los incas quienes, para reverenciar a su dios, besaban el aire; y Voltaire, quien soñó una colonia de filósofos, con sus pequeños libros y su pequeña imprenta, en la que todos correrían por las calles, como niños, y alumbrarían el mundo con sus pequeñas luces.

Todas estas historias pertenecen a la primera sección del libro de Tania, titulada “En la tierra están/ estamos”. ¿Quiénes están, al lado de quién estamos? Los personajes que vimos desfilar, tan terrenales como nosotros, pertenecen a la historia, al arte o al universo intelectual. Otros momentos, historias, anécdotas, estampas, parecen pertenecer a la experiencia personal de la autora. Entre estos dos hemisferios, hay un gozne que aparece clarísimo en el poema “Una pequeña confesión” (uno de los pocos que tiene título), al final de la sección. El regalo de un volumen de las obras completas de Creeley se convierte en un gesto contundente en una relación:

 

para mí
en realidad
más que un regalo
fue
un acto de fe
un pequeño
gran
sacrificio
para que el mundo
siguiera girando
(mi mundo
siguiera girando)
y sin saberlo
sellé
quizá
para siempre
un pacto

entre tú
y yo
Creeley
sigue
vivo
en la tierra
está
estamos

 

Así, vemos cómo estos personajes de nombres pesados y tiempos idos entablan una relación viva con los que en este mundo todavía estamos. Los poemas del otro hemisferio, el más personal, están casi todos en la sección “Poemas al margen”, que sugiere, con ese título, la escritura que, al margen de la vida, la acompaña, la anota, la hace compleja. Entre ellos se encuentran: “Cádiz adentro”, que Tania dedica a su madre y en el que las manos de ambas mujeres se confunden al tocar el tronco áspero de un árbol milenario; “Cazahuate”, en el que la “muerte [que] andaba suelta” una noche de marzo, trunca este árbol, que ya no dará sus flores blancas, se lleva al elefante gris del zoológico y acaba con la vida del tío Carlos; “Inmóvil”, que hace de la contemplación de un viejo pelícano, por la autora, su hermana, Nina, y la abuela, un indicio de algo un tanto escalofriante:

 

quién sabe
tal vez los celtas tenían razón
y el pelícano
no es un pelícano
sino un alma
encerrada
que contempla
abstraída
estremecida
la puerta
de su liberación

 

Un poema en especial me gusta de esta sección porque fue el que inicialmente me cautivó, el que me hizo decirle a Tania que su libro me había puesto a escribir y a pensar en lo que escribo o en lo que escribí. Está dedicado a Watanabe y comienza así:

 

como quien encuentra una piedra
como quien encuentra una moneda
el poeta encuentra un poema
lo anota
lo guarda en su bolsillo
como quien guarda una piedra
como quien guarda una moneda
de suerte
de talismán
lo lleva a casa
lo deja entre sus cosas

 

El poema continúa dibujando los rizos breves y discretos de ese deambular del germen de un poema, como una piedra o moneda, en vaivén entre el bolsillo y el cajón, hasta que finalmente es arrojado en calidad de moneda al aire en la que todo se apuesta. La experiencia me sonó familiar porque me ha sucedido con el germen del poema que va migrando de papelito en papelito, de los márgenes de un libro a una servilleta, de un pedazo de cartón, a una libreta de bolsillo, o al correo de algún amigo; o, como las bolas en una mesa de billar, a veces encuentra otro papelito, o se estrella en la lectura errónea de un anuncio, en las palabras escuchadas en la cola de un banco, hasta que finalmente emerge, para ponerse a prueba en una apuesta, unificado, a punto de momentáneamente detenerse. Sin duda este episodio le sonará familiar a muchos más, pues es una experiencia común para quien escribe poesía, pero Tania eligió una metáfora simple, desdoblable, potente, recursiva. Hay que señalar, además, que se trata de un metapoema, un poema sobre cómo surge un poema. No es el único caso. Hay uno dedicado a William Carlos Williams que habla de la estructura de un poema; otro que medita sobre la blandura de la palabra abandonar; otro que subraya la distancia entre palabra y parábola; otro que describe la flor blanca con contornos negros que nace en el poema y produce un renacer en cada uno de sus pétalos; otro más que, sin ser exactamente metapoético, contiene un “metapensamiento”: habla del pensamiento de la poeta que nace como las flores llamadas pensamientos y se marchita al terminar el día, sin crear grandes conceptos, ni guerras ni utopías, y existe sólo para ser contemplado y desaparecer. Otro juego parecido, en el que también hay una cierta recursividad, se encuentra en el poema “Tacet”, término que indica al ejecutante, en la partitura de una obra musical, que debe guardar silencio por un tiempo prolongado. Un legendario sabio, llamado Fu Daishi, al ser requerido por el emperador para dar un sermón sobre el Sutra del Diamante, sube al estrado, da un golpe al atril con su bastón y desciende. La mención de la pieza 4’33” de John Cage cruza el poema, junto a la pregunta acerca de dónde está la música. El poema le anuncia al lector que el concierto ha terminado y lo interroga: “¿entiendes?”. Y entre líneas uno lee: “¿Entiendes a Fu Daishi, entiendes a Cage, me entiendes a mí?” La mayoría de estos poemas pertenecen a la sección “Pequeños resquicios”. ¿Habrá una razón para ello que se me escapa o estará en el epígrafe de Emilio Adolfo Westphalen que la preside: “Para abrir por fin rendijas/ en la pared del tiempo”?

Podría extenderme más, pero el tiempo me obliga a ir terminando. Comentaré un par de detalles formales que caracterizan Pequeños resquicios. A la par de la depuración y del adelgazamiento delicado de lo dicho, están las líneas breves, los versos que a veces constan de una sola palabra. Hay juegos discretos sobre la página, como en el poema dedicado al pintor japonés Hokusai, que tiende un arco de nombres en el que viaja la identidad del artista. El poema “Algo sobre las abejas” --que merecería un largo comentario, por su extensión graciosamente dilatada en torno a la palabra miel y a las historias e ideas que alberga-- muestra unos números ochos, inclinados, que escenifican tipográficamente la danza de las abejas sobre el panal, y unas comillas simples, que son las lágrimas de miel del dios Ra. Como ya dije, son muy pocos los poemas que llevan título y parece que Tania tuviera una concepción especial acerca de la función que tienen, o quizás una superstición hacia ellos. El editor optó por colocar tres asteriscos para indicar que empieza un poema, gesto que no aparecía en el manuscrito, pero que me parece un buen recurso para resolver la ambigüedad excesiva que surgiría en su ausencia: no habría fronteras claras entre un poema y otro.

Inicié mi comentario hablando de la intimidad necesaria con un libro de poesía y de mis impresiones iniciales acerca de Pequeños resquicios. Hace un par de días extravié mi ejemplar. Contaba con el manuscrito electrónico, pero no era igual, estaba angustiado. Necesitaba el objeto, usar el lápiz en sus páginas, sacarlo de la computadora para en ella dedicarme exclusivamente a escribir. Podría haber escrito a mano estas líneas pero tal vez, entonces, me hubiera sentido tentado a escribir poesía. Podría haber impreso el manuscrito, pero no era igual. A otros les sucederá al contrario, cuestión de preferencias, de diferentes intimidades, tal vez de diferentes fetichismos.

 


Leer poemas...