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Historia de un escritor anfibio
Entrevista con Alain-Paul Mallard

Por Juan Fernando García

Soy desconocido en la Argentina, pero en México y en Francia no lo soy menos, si dejamos de lado ciertos círculos.

Publicó un solo libro, Evocación de Matthias Stimmberg, que ahora se distribuye en la Argentina. Luego se dedicó a escribir y dirigir películas. Y sin embargo su nombre no deja de sonar en los círculos literarios más sofisticados. ¿Quién es Mallard, escritor mexicano con acento francés? El mismo lo explica en esta entrevista, y agrega, acerca de su extraña y brevísima novela: “Nunca me preocupó a priori respetar las leyes implícitas de un género. Padezco de una proclividad hacia lo inasible”.

En un texto escrito especialmente para un coloquio de jóvenes narradores, bajo la premisa “Pasiones y obsesiones”, Alain-Paul Mallard evoca el poema de César Vallejo Intensidad y altura, y ésa es una buena forma de “medir” una obra que hace de la brevedad y la justeza un arte: una prosa “acerada, anaeróbica“, según él mismo la describe. Con Mallard, la primera impresión es que estamos frente a un escritor europeo de nombre francés. Pero lo cierto es que Mallard nació en México en 1970, y vivió allí hasta los veintitrés años. Evocación de Matthias Stimmberg, publicada por primera vez en 1995 y ahora editada en nuestro país, cuenta algunos momentos en la vida del protagonista, que atraviesa con ironía y humor la cultura y la literatura europeas de buena parte del siglo XX. De difícil rotulación, cada breve autobiografía nos deja el gusto de una narración casi perfecta.

¿Podría contarme brevemente su biografía?

Nací en la ciudad de México en 1970. Ahí viví hasta los veintitrés años. Mi nombre —que allá, es cierto, rezuma extranjería— da pie a equívocos que las distancias (geográficas, morales) que guardo con el mundo literario no han ayudado a clarificar. La novela familiar resulta, sin embargo, más simple de lo que a primera vista podría parecer: crecí en el seno una familia mexicana de la clase media ilustrada, de remoto origen francés por el lado paterno. Hijo menor de artista plástico y psicóloga, cursé estudios universitarios de Historia, Letras, y Traducción literaria en la Ciudad de México, de Historia intelectual europea en Toronto, de Dirección cinematográfica en París. A mediados de 1995 se publicó Evocación de Matthias Stimmberg; a finales del mismo año me mudé a Francia, donde mi extranjería provoca equívocos de otra índole.

 (Para hablar del exilio, de sus razones y consecuencias prácticas y profundas, cedo la palabra al poema “La ciudad” de Kavafis, que toca el tema con el pudor,  la elocuencia y la economía de medios que a mí me vendrían en falta.)

La Evocación de Matthias Stimmberg está ambientada en un mundo hoy perdido,  la Mitteleuropa, un clima intelectual que las dos grandes guerras de siglo XX barrieron del mapa. Borges, en una de las posdatas tan juguetonas y esclarecedoras que agregaba a sus libros, dice de un cuento que si bien lo imaginó en algún callejón de Buenos Aires, lo situó en la India para que su inverosimilitud resultara tolerable. Digamos que procedí con intenciones análogas. Alejar el libro de un contexto mexicano me permitió ser más alusivo, enrarecer la atmósfera del texto. Hacerlo es, hoy, lugar común; en aquél momento y circunstancias lo era menos y, me dicen, algo significó.

Publiqué el libro apenas un par de meses antes de partir de México. En cierto sentido, el libro preparó mi partida. Mi entrada huidiza y mi inmediata salida, ambas por la puerta trasera, de la literatura mexicana.

¿Es usted un escritor mexicano o sólo es una contingencia?

Soy mexicano. Se supone que lo prueba mi pasaporte. Lo prueba, vagamente, mi acento. Es el ser escritor la contingencia. Hace mas de diez que años publiqué un único libro de apenas un puñado de páginas; luego, a cuentagotas, algunos textos breves escritos en su mayoría por encargo hoy dispersos en diarios y revistas. Como cartas credenciales de escritor, resultan, lo concedo, un tanto endebles.

Si la pregunta  apuntaba a hacerme negar o ratificar una tradición literaria, vale aclarar que entre mi escasa y desperdigada producción hay algunos textos de tema mexicano: uno sobre el sismo de 1985, algún otro sobre el espeluznante asesinato ocurrido en 1929 en la colonia Peralvillo, la semblanza tropical de mi abuelo paterno.

Usted es un escritor desconocido en Argentina y esta es su primera novela. ¿Hay alguna aclaración, advertencia, sugerencia, que quiera hacerle a quien se acerca a Evocación? Quizás algo que la crítica no ha visto, o ha pasado por alto…

Soy desconocido en Argentina. En México y en Francia no lo soy menos, si dejamos de lado ciertos círculos. Puede resultar entretenido referir brevemente al lector argentino los avatares editoriales del libro. Lo escribí en México a los 23 o 24 años. Se publicó gracias a un amigo de entonces, un escritor cubano, un tanto fisgón, quien halló la carpeta en mi computadora y se la llevó bajo el brazo a ver un editor. Dado mi gran pudor literario, no sospechaba yo que estuviera listo... El libro apareció casi de inmediato. Si bien ya traducía yo un poco para revistas y suplementos culturales, las páginas de Evocación de Matthias Stimmberg fueron mis primeras publicadas: nadie conocía mi nombre.

En esa primera edición los editores me permitieron desaparecer detrás del texto. La artimaña literaria resultó tan hermética que los libreros despacharon el libro con la literatura extranjera —compartía, en librería, el anaquel con Mallarmé, Amin Malouf, Thomas Mann. Las primeras críticas me hicieron figurar como traductor. Salida de su desconcierto inicial, la recepción crítica se tornó entusiasta y el libro comenzó a circular, sobre todo entre escritores. Los medios impresos empezaron a solicitarme colaboraciones. En ese momento dejé el país. Poco tiempo después, la editorial cerró sus puertas tras el inesperado suicidio del editor. Agotada la primera edición, y con el correr de los años, los raros libros se volvieron ejemplares de colección. Y el autor, más por desidia que por cálculo, un misterio.

Años más tarde, una traductora francesa se hizo de un ejemplar en una librería de viejo y me rastreó la pista hasta París. La edición francesa, del 2003, puso nuevamente a Stimmberg en órbita. También en Francia se barajó como hipótesis que Alain-Paul Mallard no fuera sino el nom de plume de algún escritor célebre…

Durante años, el libro no estuvo disponible más que en su versión francesa. La edición de Interzona lo devuelve, finalmente, a los lectores de habla hispana y lo somete, por primera vez, al juicio del lector argentino. 

¿Es una novela? ¿Qué hay de ese término que define por extensión o tramas una narración? ¿No le resultan escasos los rótulos?

La usanza francesa es de estampillar, en la portada misma de un libro, su género: el título, y abajo, bien visible, la palabra Roman –novela—,  la palabra Nouvelles —cuentos. Marcar  a hierro así, de un modo tan voluntarioso, el género de un libro se convierte pues en una suerte de pronunciamiento, en una toma de partido del autor: es poner de entrada sobre la mesa de qué manera un libro dialoga con la novela, de qué manera interroga la forma histórica de la novela. Con ello se da trabajo a los críticos y se mantiene viva la discusión acerca de los límites del género, sobre todo cuando el texto se mueve en las márgenes del mismo.

No sé si pondría yo una etiqueta en la portada de Evocación —la edición francesa, de hecho, no la lleva. De cara a la crítica, la etiqueta Roman resultaría sin duda la más divertida, generaría los mayores malentendidos. Pero al pensar en el lector antes que en el crítico, con el acto de estampillar el texto con la etiqueta de Novela desde fuera del texto mismo se lo califica como ficción, con lo que se limitan la posibilidades, no por remotas menos seductoras, de que algunos lectores le asignen un valor de verdad. Acaso el género dependa más de cómo se lee un texto que del texto en sí…

Ahora, si se me acorrala a llevar el texto hacia una definición, no creo que se trate de una novela. En algún momento de su escritura lo pudo ser. (Varios años más tarde me cayó entre manos Memorias de un antisemita de Gregor von Rezzori y entreví en ese libro, más allá de las evidentes afinidades geográficas y tonales, una forma novelesca a la cual, un poco a tientas, pude haberme acercado.) Había, sí, un proyecto literario —caracterizar a un narrador— y el texto buscó, descubrió, inventó su propia forma: una colección de relatos que comparten y retratan a un narrador-personaje. Definido desde adentro del marco del relato, el género literario es, finalmente el de las memorias. Una autobiografía un tanto impresionista.

Nunca me preocupó a priori respetar las leyes implícitas de un género. Padezco de una proclividad hacia lo anfibio, hacia lo inasible. Lo cual genera ciertos problemas prácticos, extra-literarios. Tanto en México como en Francia editoriales que pretenden preocuparse ante todo por la cosa literaria vacilaron para publicar, dada su brevedad, el texto, no sabiendo cómo definirlo y tampoco, por ende, como venderlo. Ambas pedían con ahínco que el texto se re-trabajara para conformarse mejor a las normas de la edición. Mal estratega y peor publicista, me rehusé. No me arrepiento. La semipenumbra, finalmente, ha sentado bien al libro, ha ayudado a asentar su modesta leyenda.

¿Cuáles son las lecturas que han influido en su formación y/o en la escritura de este libro?

Soy, desde niño, un lector tan voraz como errático. Hedonista, lleno sin duda de prejuicios literarios. Toda lectura, creo, nos forma; una lista de lecturas sería tan larga como heteróclita. Me enseñé a escribir en la adolescencia imitando a Marcel Schwob, el Borges francés. Y si bien para la época en que evoqué a Stimmberg ya había tomado mis distancias, no creo habérmelo sacudido del todo. En cuestiones de método, mucho debo a Flaubert. Y ya temática, que no estilísticamente, Stimmberg algo debe a Thomas Bernhard: su peculiarísima persona pública me acompañó mientras imaginaba ciertas facetas del personaje.

A partir de la charla “Obsesión y escritura” es posible pensar en Evocación como un trabajo obsesivo con las palabras. ¿Cuántos años le ha llevado la escritura de la novela?

Escribí, en cosa de un año, un manuscrito considerablemente más voluminoso. Lo fui destilando hasta lograr darle la parquedad, la concentración buscada. Después, como conté más arriba, me lo quitaron de las manos para llevarlo a publicar. De no haber sido así, me dicen, quizá hubiera seguido podándolo obsesivamente hasta dejar, de nuevo, la página en blanco.

La nota aclaratoria final pone a Enzensberger como “personaje”. A qué se debe esa elección de un autor tan laureado, que a los ojos de que viene de leer el libro queda mal parado.

H. M. Enzensberger era, hace doce o quince años, una figura con harto menos presencia en el ámbito hispánico. Me pareció —supongo que por sus posiciones políticas, pero no lo recuerdo bien a bien— un interlocutor apropiado para oponer a Matthias Stimmberg y poner a dialogar realidad y ficción. De igual manera, el libro convoca al poeta Paul Celan. Ahora se han publicado biografías y epistolarios suyos, que acaso contravengan lo que, en mi inocencia de entonces, me era lícito imaginar.

Hacia el final de la charla cita a Vallejo, “Intensidad y altura”, dos buenos términos para definir sus prosas. ¿Le parece apropiado? ¿Hay algo de esa “medición” en ellas?

Efectivamente. Me parece apropiado para una prosa acerada, anaerobia, como la de la Evocación de Matthias Stimmberg. En dicha charla me empeñé en sacar del soneto de Vallejo claves para una poética. Quizá mi lectura del poema haya sido un tanto abusiva, algo instrumentalizada para fines retóricos.

¿Cree que ha llegado a una escritura perfecta?

No, claro que no. Creo que dejé de buscarla. O que, al no encontrarla, tomé ciertas distancias con la escritura. La tentación del silencio; la navaja de Occam.

 


 

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