Lenguas originarias

Por Kalu Tatyisavi
 

columna-lenguas-59.jpg Quizá la poesía contemporánea en lengua maya es la única entre las lenguas originarias mexicanas que en verdad ha respondido a la reanimación después de la debacle colonial, y no es que la Colonia haya desaparecido del todo, porque su esencia permanece, sino que esta lengua tiene a un buen poeta. Ante la carencia de niveles y trabajos en otras lenguas –la cual se puede corroborar con un ojo serio sobre la producción literaria de las últimas dos décadas–, la lengua maya persiste por varias razones: primero, se habla en casi toda la península de Yucatán con mínimas variaciones; segundo, su lengua se mantiene a través de los nombres de las ciudades, apellidos y miradas de sus hablantes; y tercero, existen muchos investigadores en varias áreas del conocimiento humano por lo que se analiza e interesa desde varios niveles como el social, el lingüístico o el arte.

No. 59 / Mayo 2013



Lenguas originarias
Por Kalu Tatyisavi

 

columna-lenguas-59.jpgQuizá la poesía contemporánea en lengua maya es la única entre las lenguas originarias mexicanas que en verdad ha respondido a la reanimación después de la debacle colonial, y no es que la Colonia haya desaparecido del todo, porque su esencia permanece, sino que esta lengua tiene a un buen poeta. Ante la carencia de niveles y trabajos en otras lenguas –la cual se puede corroborar con un ojo serio sobre la producción literaria de las últimas dos décadas–, la lengua maya persiste por varias razones: primero, se habla en casi toda la península de Yucatán con mínimas variaciones; segundo, su lengua se mantiene a través de los nombres de las ciudades, apellidos y miradas de sus hablantes; y tercero, existen muchos investigadores en varias áreas del conocimiento humano por lo que se analiza e interesa desde varios niveles como el social, el lingüístico o el arte.

El ejemplo de esta reanimación es el trabajo del poeta Wildernain Villegas, ganador del premio Nezahualcóyotl en su edición 2008 con su libro de poemas  U  k’aay  ch’i’ibal (El canto de la estirpe). Wildernain ha comprendido lo que hoy se denomina poesía: silencio, filosofía, condensación, reflexión, sentimiento con otras palabras, uso de figuras retóricas. El libro es un viaje a su cultura, a su historia, a la voz de su gente, a sus centros ceremoniales; es la búsqueda de los signos en la piedra sagrada, es el hablar de los abuelos a través del poema, es la profundidad.

Al respecto, quisiera retomar una cita de José Carlos Mariátegui: “Una teoría moderna […] sobre el proceso normal de la literatura de un pueblo distingue en él tres periodos: un periodo colonial, un periodo cosmopolita, un periodo nacional. Durante el primer periodo un pueblo, literariamente, no es sino una colonia, una dependencia de otro. Durante el segundo periodo, asimila simultáneamente elementos de diversas literaturas extranjeras. En el tercero, alcanza una expresión bien modulada su propia personalidad y su propio sentimiento.” La poesía en lengua maya quizá se encuentre con miras al segundo periodo.

Recién pasada la moda de las charlatanerías y profecías que se achacaron al mundo maya, esta nación persistirá porque su historia y cultura son ancestrales y respiran. La poesía  de  Wildernain es la muestra, en el poema titulado “Resplandece la huella”, le da importancia a la memoria y a la historia, le dice al Abuelo “el de tu risa encanecida” […] “el de tu anciana seguridad infante”, bellas y amplias imágenes que nos remiten al renacer de la palabra antigua, a la importancia del pensamiento acumulado durante milenios, a la importancia de un pasado que hay que renombrar, al juego.

T. S. Eliot dijo: “Un pueblo puede ser apartado de su lengua y se le puede imponer otra en la escuela, pero a menos de que se enseñe a ese pueblo a sentir en una lengua nueva no se habrá erradicado la primera, y reaparecerá en la poesía, que es el vehículo del sentimiento”. Sin duda, los siglos recientes no han sido silencio sino acumulación para las naciones originarias mexicanas; hoy, ninguna cultura, pueblo o lengua son inocentes, pobres, estas limitaciones las impone el otro o la comunidad que no está, temporalmente, consciente de su riqueza y valor por sí misma. Las limitaciones son nuestras por no descifrar los años, la mudez callada en el hombre y en la mujer en la amplitud del campo.

La sentencia de Eliot se cumple con los poemas de Villegas quien sabe que lo acumulado no es el vacío oscuro y muerto, sino la luz en la noche, esa luz que en el fondo es imborrable porque se nombra. Veamos otros versos “El polvo, de tanta sed se ahoga,/ pero dime otra vez que abres el vientre de la carne/ y fluye la sabia infinita de la tierra”. Búsqueda de sí mismo, pisada natural como la huella sobre la dura piedra, el humus que dice, aun sea polvo o tierra de cualquier color, regresa a sí mismo, se impregna en el poema por la fuerza de la gravedad.

No se pueden hacer comentarios a sus poemas más que a través de otras metáforas, porque si algo tienen los poemas de Villegas es que están trabajados, revisados, son un fuerte basamento actual encima del basamento originario, es el estuco arco iris que florece en el amanecer luego soporta el sol, la lluvia y el viento y nos mira cuando la miramos, nos dice a través de su boca-puerta. En poesía, el libro de Wildernain Villegas vale por todos los premios, aquí está la excepción, la justeza, la esperanza de alguien que no miente.

Así, no solamente estallan las imágenes desde su lengua y cultura, sino que más allá: sabe que tiene fuerza interna, pero no por ello deja de recurrir al otro, por eso dice: “retorna la barro dormido de tus ojos;/ y aquí sigue tu resplandor,/ incendia mi detenida voz que se desprende,/ cae en ti/ se queda en tu fuego mirándome callar…/ Estalla el silencio llamaradas que cumplen la profecía del nosotros.” Sin duda, Villegas se dirige hacia nosotros porque en nosotros está el otro, el reconocimiento de una voz lírica; la  salida ante la uniformidad y el espectáculo…

El canto de la estirpe es un libro completo, persiste como la ceiba, nace en el manantial y es cenote, vuela como la cornamenta del venado que juega en el aire bajo el ala de los pájaros.

 

Ku  léembal  pe’echak’

Nool,
jujuy  lóolil  le  k’a’asaja’,
weenja’an  sáastal;
ti’  a  muknak  ku  je’elel  u  paynum  nojchil  k’eejo’ob,
baakel  úuk  p’éel  yej,
le  utia’al  ak  áak’abo’ob  jáal  k’áak’e’,
utia’al  a  che’j  sak  u  tso’otsel  u  jo’ol,
utia’al  a ch’ija’an  yéetel  chanpal  ts’u’uy  óol,
utia’al  a  báakelo’ob;
ti’  le  súutuka’  ku  líik’il  ix  ku  xoo’  yéetel  a  wiik’
yáanal  u  bo’oy  ja’abin,
ich  in  puksi’ik’al.

[…]

V

Ken  u  janto’on  yáax  k’iin
kéeje´  ku  na’akal  paynum  ka’anal  mulu’uch,
ku  ts’u’ts’ik  paynum  nojoch  tuunich  yéetel  ku  síijil  junp’éel
sayab  ja’;
ku  tikintal  uk’aj  ix  tuka’aten  chéen  ku  p’áatal  tuunich,
k’iin  ku  p’uyib  u  ts’iikil  tu  chichil.

Nool,
tsikbalten  tuka’aten  junp’éel  moson  layli’  tun  jokik
kikipaaxo’ob  ti’  sojol,
yéetel  teeche’
xolokbalech  naats’  máatan  ka  t’abik  payalchi’  ti’  u
yumilo’ob  k’áax.
Lu’un  tuyo’sal  seen  uk’aj  ku  búulul,
ba’ale’  a’aten  ka  je’ek  u  nak’  bak’
yéetel  te’elo’  ku  kukuláankil  u  sayab  k’i’ikel  lu’um.

[…]

VII

Ja’,
ku  léembal  ja’,
jojopáankil  ku  yáalkab,
ku  nachkúunsikubal  ti’  leti’,
ku  suut  yéétel  u  pe’echak’  paynum  nojoch  kéej,
ku  suut  ti’  u  wenja’an  k’atil  a  wicho’ob  yeétel  a  baakelo’ob;
yéetel  layli’  way  yaan  a  juule’,
ku  yeelsik  in  jelekbal  t’aan  ku  pots’k’ajal,
ich  teech  ku  lúubul,
tun  yilik  in  ch’ench’enkíitale’  ku  p’áatal  ti’  a  k’áak’…
ku  xikik  ch’ench’enkíil  k’áak’o’ob  ku  beetiko’ob  yúuch’ul  k
a’almaj  t’aanil.

Resplandece la huella

I

Abuelo, polen de esta memoria,
dormido amanecer;
en tu sepulcro reposa el venado más grande,
cornamenta que florece,
aquel de nuestras noches de fogata,
el de tu risa encanecida,
el de tu anciana seguridad infante,
el de tus huesos,
hoy asoma y respira en tu respiración,
bajo la sombra del jabín,
en mi entraña.

[…]

V

Cuando la sequía nos devora
el venado sube al cerro más alto,
besa la piedra más grande y mana un líquido perpetuo;
se marchita de sed y de nuevo sólo queda la piedra,
que el sol astillando su furia en la dureza de sí mismo.

Abuelo,
dime que un remolino sigue arrancando melodía en la hojarasca
mientras tú,
arrodillado junto a la presa enciendes oración a los amos del monte.
El polvo, de tanta sed se ahoga,
pero dime otra vez que abres el vientre de la carne
y fluye la savia infinita de la tierra.

[..]

VII

Agua,
relumbra el agua,
fulgor que fluye,
se aleja de sí misma,
retorno con la huella del venado más grande.
retorna al barro dormido de tus ojos;
y aquí sigue su resplandor,
incendia mi detenida voz que se desprende,
cae en ti,
se queda en tu fuego mirándome callar….
Estalla el silencio llamaradas que cumplen la profecía del nosotros.