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No. 59 / Mayo 2013



Álvaro Itzamá
(Ciudad de México, 1981; vive en Xalapa, Veracruz)

 

Madre naturaleza

Camino para acabarme los zapatos
mientras el nido de mis pulmones
se abre a las arborescencias
destruidas por un humo atroz.

También dibujo el día de ayer: descalzo.
Me gusta dibujar los días.
Ayer, un miércoles tímido
que espero en la niebla del parque.

A veces, cuando camino en la espesa
corpulencia de los nombres,
me conmueve el anonimato de la carne,
de sus pelos y su aliento pesado de mamífero,
y me imagino
abrazado a esa corpulencia cansada, homogénea,
abrazando a una madre extensa
como un hijo extraviado en el mercado.


Animales prehistóricos

La luna amarilla es el motor de tu sonrisa
que se abre en forma de boca para comerse la playa
aún en silencio           aún callada con las palabras torpes

tu brazo con el corazón agitado se nubla
tu puño tiembla para esconder el sol
para esconder el pedazo de mar
que se asoma con su labio de orilla

nadie necesita allí de las palabras graves o de la gravedad del suelo
porque basta agitar las manos para volverse arena
o inhalar la sal que nos despega el sueño
como al quitar las etiquetas de una cerveza tibia

la gente sigue adormecida
con el pantano de la ciudad que todos llevamos dentro:
en los bolsillos, en el humo del cigarro,
en el reloj que marca oscuramente la hora de la cena,
el minuto para encender el fuego
y recordar el miedo a las nubes que descubren su ojo de diablo,
el ojo amarillo de lo vivo atrás del horizonte

(y también hay gente que sigue
hablando de conceptos,
y ya, nada más eso, conceptos como esclavitud, piedra en el zapato,
comida sin sal, ahórrate esas palabras
porque el tiempo cae como un cuerpo celeste con estela fantasma
porque el tiempo cae
o se mueve adentro del intestino del cielo
en forma de nubes y tormenta)

clavas la mirada en un tronco quemado
en la brasa que habla con el rumor de tus pies fríos
y no hay otra cosa

además la música, el bum bum de las bocinas
que hacen rechinar nuestros huesos
de animales lentos que acaban de ser botados por la ola

el caballo del sueño se desboca y atraviesa el amanecer
con un perfume de señorita que atraviesa el amanecer
cruzando como un cometa la pesadilla de otros que duermen en el bosque
y luego una cachetada de sol
que puebla de hambre y sed la fiesta de nuestra sangre
nos quita la máscara
nos encima mamíferos
unos sobre otros
cuerpos echados como tributo
al calor y al viento.