montale2.jpg Motetes
de Eugenio Montale

Versiones de Jorge Aulicino

El balcón

Parecía fácil juego
convertir en nada el espacio
que me había abierto, en un tedio
incierto tu fuego verdadero.

Ahora en aquel vacío he concentrado
cada uno de mis tardíos motivos,
sobre la ardua nada se levanta
el ansia de esperarte vivo.

La vida que da vislumbres
es aquella que sólo tú distingues.
A ella te asomas desde esta ventana
que no se ilumina.


1

Lo sabes: debo perderte otra vez y no puedo.
Como un tiro preciso me subleva
cada obra, cada grito y también el espíritu
salino que desborda
los muelles y hace la oscura primavera
de Sottoripa.

País de herrajes y arboladuras
selváticas en el polvo del atardecer.
Un zumbido largo llega de lo abierto,
raya como uña contra los vidrios. Busco el signo
perdido, el testimonio que sólo tuve en gracia
de ti.
Y el infierno es cierto.


2

Muchos años, y uno más duro sobre el lago
extranjero en el que arden los crepúsculos.
Después descendiste de los montes a traerme
San Jorge y el Dragón.

Imprimirlo podría sobre el pavés
que se bate con el azote del gregal
en el corazón...
Y por ti descender a un abismo
de fidelidad inmortal.


3

Escarcha sobre los vidrios; reunidos
siempre y siempre separados
los enfermos; y sobre las mesas
los largos soliloquios ante los naipes.

Fue tu exilio. Reconsidero
el mío: a la mañana
cuando oía entre las rocas crepitar
las bomba bailarina.

Y duraban mucho las nocturnas luces
de Bengala: como en una fiesta.

Ha pasado un ala ruda, te ha rozado las manos,
pero en vano: tu carta no es esta.


4

Hace mucho, estaba contigo cuando tu padre
entró en la sombra y te dejó su adiós.
¿Qué sabía hasta entonces? El desgaste
de antes me salvó sólo por esto:

que te ignoraba y no debía: a los golpes
hoy lo sé, si desde allá se abate
un soplo y me trae Cumerlotti
o Anghébeni –entre estallidos de espoletas
y los lamentos y el acudir de los escuadrones.


5

Adioses, soplidos en la sombra, señas, toses
y ventanillas bajas. Es la hora. Quizá
los autómatas tienen razón. ¡Como parejas
murallas a lo largo de los pasillos!
.........................................................................
-¿También tú prestas a la queda
letanía de tu rápido esta hórrida
y fiel cadencia de carioca?-


6

La esperanza de verte aún
me abandonaba;

y me pregunté si esto que me cierra
todo sentido de ti, pantalla de imágenes,
tiene los signos de la muerte o el pasado
es eso, distorsionado y lábil,
un resplandor tuyo:

(en Módena, entre los pórticos,
un criado con librea arrastraba
dos chacales con una traílla).


7

El ir y venir blanco y negro de los
vencejos desde el palo
de telégrafo hasta el mar
no conforta tus disgustos sobre el muelle
ni te devuelve adonde ya no estás.

Ya perfuma el saúco aferrado
a la explanada; el chubasco mengua.
Si la claridad es una tregua,
tu querida amenaza la consume.


8

He aquí la señal; se enerva
sobre el muro en que se dora:
una mata de palma
quemada por fulgores de la aurora.

El paso que proviene
del invernadero, tan leve,
no está afelpado por la nieve, es aún
tu vida, sangre tuya en mis venas.


9

El lagarto se dispara
bajo la gran canícula
hacia los rastrojos –

la vela cuando flota
y se abisma en el salto
de la roca –

el cañón del mediodía
más apagado que tu corazón
y el cronómetro
arranca sin ruido –

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿y entonces? Luz de relámpago

en vano puedo mudar en algo
rico y extraño. Otro era tu sello.


10

¿Por qué tardas? En el pino la ardilla
bate con su cola contra la corteza.
La medialuna desciende con su pico
en el sol que la apaga. El día está hecho.

De un soplo el lento humo se enrosca,
se detiene en el punto que te encierra.
Nada termina, o todo, si tu fulgor
deja la nube.


11

El alma que dispensa
furlana y rigodón en cada nueva
estación del camino se alimenta
de cerrada pasión, le reencuentra
en cada recodo más intensa.

Tu voz es esta alma dispersa.
Sobre hilos, sobre alas, al viento, al acaso,
con el favor de la musa o de una orden
regresa alegre o triste. Hablo de otro
y de otros que te ignoran y su esquema
es acá el que insiste: do re la sol sol...


12

Te limpio la frente de carámbanos
que recogiste atravesando las altas
nebulosas; tienes las plumas laceradas
de ciclones, despiertas en un sobresalto.

Mediodía: alarga en el recuadro el níspero
la sombra negra, se obstina en el cielo un sol
friolento; y las otras sombras que descantan
el callejón no saben que estás aquí.


13

La góndola que se desliza en un fuerte
resplandor de alquitrán y de amapolas,
la furtiva canción que se alzaba
desde las masas de cordajes, las altas puertas
cerradas sobre ti y risas de máscaras
que huían en bandadas –

¡una noche entre miles y mi noche
es más profunda! Se agita allá bajo
una pálida madeja que me reanima
a sacudones y me iguala a aquel absorto
pescador de anguilas en la ribera.


14

¿Arrecia sal o granizo? Hace estragos
de campánulas, arranca la cedrina.
Un tañido submarino se avecina
cuando tú lo despiertas, y se aleja.

La pianola de su infierno por sí misma
acelera los registros, sal en
las esferas del hielo ... – brilla como tú
cuando fingiste con tu timbre de aria
Lakmé en el Aria de las Campanillas.


15

En la primera claridad, cuando
súbitamente un rumor
de vía férrea me habla
de hombres cerrados en viaje
por el túnel de la piedra
iluminado a tajos
de cielo y agua mezclados;

en la primera oscuridad, cuando
el punzón que carcome
el escritorio redobla
su fervor y el paso
del guardián se detiene:
en la claridad y en la sombra,
estaciones todavía humanas
si tú en trenzarlas con tu hilo insistes.


16

La flor que se repite
a la orilla del barranco
no se olvida de mí,
no hay tinte más alegre ni más claro
que el espacio tendido entre tú y yo.

Un chirrido se descerraja, se aleja,
el azul obstinado no reaparece.
En el bochorno casi visible me transporta al opuesto
paradero el funicular.


17

La rana, antes de probar la cuerda
del estanque que sepulta
juncos y nubes, murmullos de algarrobos
abrazados donde enciende sus antorchas
un sol sin calor, tardo en las flores
zumbido de coleópteros que liban
todavía linfa, últimos sonidos, avara
vida de la campiña. Con un soplo
la hora se extingue: un cielo de pizarra
se prepara a un irrumpir de descarnados
caballos, a las chispas de los cascos.


18

No cortes, tijera, aquel rostro,
solo en la memoria que se dispersa,
no hagas de su gran rostro atento
mi niebla de siempre.

Un frío cala... Duro el golpe trunca.
Y la acacia herida se sacude
la cáscara de cigarra
en el primer fango de Noviembre.


19

La caña que despluma
blandamente su rojo
penacho en Primavera;
la senda en la zanja, sobre la negra
correntada sobrevolada de libélulas;
y el perro jadeante que regresa
con su fardo en la boca,

hoy aquí no me toca reconocer;
pero sí allá donde el reverbero quema más
y la polvareda se aplaca, más allá, sus
pupilas ya remotas, sólo dos
haces de luz cruzados.
Y el tiempo pasa.


20

... pero es así. Un sonido de corneta
dialoga con los enjambres del robledal.
En la valva que el véspero refleja
un volcán pintado fuma contento.

La moneda incrustada en la lava
brilla también ella sobre la mesa
y retiene pocas hojas. La vida que parecía
vasta es más breve que tu pañuelo.



(Siguiendo el texto de Ediciones Adelphi, al cuidado de Dante Isella, Milán, 1992)

 


 

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