No. 60 / Junio-julio 2013


Imitación y representación

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 

atanor-60-01.jpgIMITACIÓN Y REPRESENTACIÓN: EXPERIMENTAR EN CABEZA AJENA (México, 04/08/2012) ~Los psicólogos siempre sospecharon que la imitación jugaba un papel determinante en la adquisición del lenguaje durante los primeros meses de vida de los seres humanos. Para ellos, esa imitación implicaba una capacidad especial: la de ponerse en el lugar del otro y, en consecuencia, la de construir una “teoría de la mente” y desarrollar una noción del yo (reconociéndose, por ejemplo, en el espejo). Esta capacidad de ponerse en el lugar del otro, de representarse mentalmente sus actos o reacciones, implicaba desde luego la posibilidad de mentir... El descubrimiento y las subsecuentes investigaciones sobre las neuronas espejo, realizados en la Universidad de Parma durante los años 80 y 90, han dado una base neurológica a aquella sospecha. Pero también han señalado un camino para las investigaciones sobre el desarrollo de la conciencia y el lenguaje en los animales. Convendría, pues, empezar estudiando no sólo a los bonobos y demás primates superiores sino a todas aquellas especies dotadas de neuronas espejo, entre las que se encuentran las aves.

Que ocupar el lugar del otro sea una función cerebral significa que la imitación, la re-presentación, no es contemporánea del lenguaje plenamente desarrollado sino que lo precede. Pero ¿qué clase de representación es ésta? El Dr. Ramachandran lo explica en una de las charlas del TED: Cuando uno estira la mano para coger una manzana, se dispara en su cerebro un conjunto de neuronas; cuando uno ve a otro estirar la mano para coger una manzana, se dispara un subconjunto de esas mismas neuronas (las llamadas neuronas espejo). Como la mano misma no envía al cerebro señal de que se ha movido, éste entiende que esta vez no es la mano propia la que se estira sino una mano ajena. La escena toda es interpretada entonces como una representación de lo que hace otro. Como especialista que es en el tema de los “miembros fantasma”, Ramachandran pone un ejemplo extraído de su campo predilecto, y explica: Alguien que atestiguara el daño que recibe un brazo ajeno experimentaría su dolor (un dolor ajeno) si no fuera porque su propio brazo, al no causar dolor, le advierte a su cerebro que el daño no lo sufre un brazo propio. Pero Ramachandran, especialista en engañar al cerebro, anestesia el brazo del testigo, impidiendo que el cerebro reciba la advertencia, de suerte que en este caso el testigo experimenta el dolor como si fuera propio. Otros investigadores (Mathew Botvinik, Jonathan Cohen, Henrik Ehrsson, Olaf Blanke, etc.) han logrado que una persona adopte un tercer brazo o traslade su conciencia al cuerpo de un mero muñeco, al que el cerebro de la persona concibe entonces como su cuerpo. Estos descubrimientos, escalofriantes como son, hacen del traslado de conciencia que pinta la película Avatar una posibilidad harto real (Cf. Sherry Baker, “5 Ways to Leave Your Body”, Discover, Special Issue, July/August 2012).

Con todo, no sé si a los neurólogos se les ha ocurrido ya que puede existir una relación entre este traslado de la conciencia y la imaginación en general, pero en particular la de los sueños. Que uno pueda experimentar en cuerpo ajeno —es decir, que pueda sentir en carne propia una experiencia ajena— debe tener alguna relación con la viveza que tienen nuestros sueños: “Anoche soñé que volaba, y de veras sentí que volaba”. No trataríamos entonces con una especie de sustituto de la experiencia del vuelo (una erzats del vuelo) sino con una experiencia real y legítima de éste.

Freud decía que hay un sustrato biológico en todo fenómeno psíquico. Las neuronas espejo deben ser el sustrato sobre el que se basa todo lo que define al Homo Symbolicus, que ya se ve que de algún modo seguirá reservándose lo Homo, aunque ya no pueda reclamar la misma exclusividad en cuanto a lo Symbolicus.


12. POESÍA Y ENGAÑO: El puritano y el liberal (Cuernavaca, 10/03/2006)~ Si Orfeo hubiese logrado arrancar a Eurídice del infierno, no tendríamos poesía; no tendríamos ni siquiera lenguaje. Porque la poesía necesita presentar la ausencia de Eurídice... Orfeo no tiene a Eurídice sino ausente en sus palabras, pero en cierto modo aun así “la tiene”... El poeta invoca a Eurídice “más allá de la muerte”, de donde al cabo vienen las palabras...

Esta invocación, esta presencia de la ausencia, ha tenido siempre sus enemigos. El puritanismo, por ejemplo, nos urge siempre a no engañarnos, a clavar la estaca en el pecho del vampiro, como si con ello no ensartáramos en una sola línea su doble naturaleza de ser y significar sino que simplemente lo devolviéramos a “la realidad”; es decir, al mundo de la objetividad y la literalidad. La filosofía estoica de Marco Aurelio lo exigía de este modo:

 

[Así] como a propósito de las viandas y otros manjares semejantes hácese uno la idea de que éste es el cadáver de un pez, ese otro el cadáver de un ave o de un lechón, o que el falerno es zumo de la uva, o que la púrpura es el pelo de la oveja mojado en la sangre de la concha, o que la cópula no es sino contacto, eyaculación y espasmo [el traductor al español, Antonio Gómez Robledo, se resiste a la crudeza de Marco Aurelio: otras versiones dicen que la púrpura es pelo de oveja “mojado en sangre de marisco” y que la cópula “es una fricción del intestino y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión’]; del mismo modo, pues, y así como estas representaciones llegan a las cosas mismas y las penetran hasta poder percibir la realidad, así también habrá que proceder a lo largo de toda la vida. Donde las cosas se nos presentan como más dignas de fe, habrá que desnudarlas para ver a fondo su vileza y despojarlas del prestigio de que se pavonean (Pensamientos, vi, 13).

 

No es extraño que una actitud iconoclasta y puritana como ésta hallara eco en las obras de León Tolstoi. Si se trata de educarse moralmente —decía Tolstoi—, habrá que despojarse de todo lujo y mirar las cosas con la inocencia de los niños; es decir, mirarlas como si fuera por primera vez, con extrañamiento y distancia... Pero la mirada infantil significa cosas diferentes para personas diferentes. Para los puritanos, la mirada inocente vale sólo por su objetividad (como para Tolstoi y hasta cierto punto Emmanuel Levinas). Para los demás, en cambio, vale por su imaginación (como para Marcel Proust y Carlo Ginzburg). Un puritanismo como el de Tolstoi hace del extrañamiento algo que debiera terminar siempre en lo real y nunca en lo imaginario; en la ciencia o la filosofía, nunca en el arte... Para el puritanismo, el signo es un vano lujo que se sobrepone a la realidad y la oculta; una mera apariencia, un ornamento irresponsable y embaucador...