No. 60 / Junio-julio 2013


Convertir la angustia en cosas

Mística y Poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 


El poeta más importante en lengua alemana en la primera mitad del siglo pasado, Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-Val-Mont, 1926), entendió el arte como una revelación intermediaria entre el mundo humano y el mundo sagrado. En su primer libro de prosa, Historias del buen Dios, escrito a los 25 años, Rilke abordó el estudio del mundo interior del hombre, encontrando allí la inmanente presencia de Dios extendida también a todas las cosas visibles e invisibles. Antes de emprender sus Historias del buen Dios, ya Rilke había escrito cuatro libros de poesía entre los 19 y 23 años: Vida y canciones, 1894; Sacrificio de los altares; Corona de sueños, 1897 y Adviento, 1898.

mistica-rainer-maria-rilke.jpgEl Libro de las horas se inició antes de la escritura de Historias del buen Dios, pero el ciclo de su elaboración coincidió con esta otra producción de 1900, aunque el primer libro fuese de poemas y el segundo de prosa. Relacionados temáticamente (y al sesgo) por compartir las mismas fechas, los sugerentes títulos y tópicos del tríptico dejan traslucir la experiencia vital de un poeta de más edad (o de mayor “acumulación” reflexiva): El libro de la vida monástica, 1899; El libro de la peregrinación, 1901; y El libro de la pobreza y de la muerte, 1903. No por casualidad, el personaje principal del tríptico es un monje: una forma de vida que impresionó hondamente a Rilke en Rusia, y que tal vez representa un incisivo presentimiento del tipo de vida —recogida y solitaria— que él mismo llevaría después. La actitud —y utilería— del monje en el Libro de la vida monástica recogen la fuerte impresión:

¿Qué harás, Señor, cuando yo muera?
Yo soy tu jarro (¿y si me quiebro?)
Soy tu bebida (¿y si me pudro?)
Soy tu ropaje y tu tarea;
conmigo pierdes tu sentido.

Casi a la par de la producción de las tres partes de El libro de la horas, Rilke escribió también las cuatro partes de El libro de las imágenes (1902-1906), cuyas indagaciones espirituales desarrollaron la sencilla mística expuesta en las Historias del buen Dios. Su amistad y admiración por Auguste Rodin le hizo producir en 1903 el libro de prosa que lleva el nombredel escultor; y en 1906 sobrevino el eje aglutinador entre prosa y poesía que sostuvo sus Cantos de amor y muerte de Cornet Christoph Rilke. La única novela de Rilke, los Cuadernos de Malte Laurids Bridge, fue escrita (o terminada) en 1910.

Junto a la producción de estos libros de narrativa, Rilke continuó con su producción poética. En esta misma época nacieron los libros Nuevos poemas (1907) y Sólo para mi celebración (1909). Las elegías de Duino fueron iniciadas en 1912, pero interrumpidas por la guerra. Rilke terminó este trabajo en 1923 durante un periodo de intensa creación que incluyó también Sonetos a Orfeo. Desde 1923 hasta 1926 cuando murió, Rilke estuvo enfermo de leucemia, pero aún así continuó escribiendo poesía hasta el final. En una carta dirigida a su gran amiga Marina Tsvetaieva, Rilke le confesó que en 1921, mientras trabajaba en Las elegías, había alcanzado “la ascensión celestial de la tierra entera dentro de mí…”

mistica-elegias-de-duino.jpgAdemás de escribir en alemán y en francés habitualmente, Rilke también aprendió ruso y leyó a Kierkegaard en su danés original. Como indistinta fue su incursión entre las lenguas y entre los géneros literarios, indistintos fueron para él los mundos visibles y los invisibles: “nosotros, que participamos con una parte de nuestro ser en lo invisible, que tenemos acciones (por lo menos) en ello, […] podemos aumentar nuestras posesiones de invisibilidad mientras estamos aquí” (El Libro de la pobreza y de la muerte).

En El libro de las horas, Rilke quiso convertir la palabra en “cosa concreta”. Y más tarde, tal vez con el acicate de Rodin con quien trabajó de 1905 a 1906, quiso también (en sus propias palabras) “convertir la angustia en cosas” en El libro de las imágenes, cuyo poema “Día de otoño” aboga al mismo interlocutor del monje y rezuma el mismo (de)pendiente desamparo:

Señor: es la hora. Grande ha sido el verano.
Posa tu sombra sobre los relojes de sol,
y desata los vientos en el campo.

Ordena madurar a los frutos postreros;
dales aún dos días más sureños,
aprémialos a culminar, e insufla
la última dulzura en la uva grávida.

Quien ahora no tenga casa, ya no la construirá.
Quien esté solo ahora, lo estará mucho tiempo,
y velará, leerá, escribirá largas cartas
y rondará intranquilo de aquí para allá
por los paseos, entre hojas volanderas.

 



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