No. 60 / Junio-julio 2013 |
Convertir la angustia en cosas
Mística y Poesía Por María Auxiliadora Álvarez
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¿Qué harás, Señor, cuando yo muera? Casi a la par de la producción de las tres partes de El libro de la horas, Rilke escribió también las cuatro partes de El libro de las imágenes (1902-1906), cuyas indagaciones espirituales desarrollaron la sencilla mística expuesta en las Historias del buen Dios. Su amistad y admiración por Auguste Rodin le hizo producir en 1903 el libro de prosa que lleva el nombredel escultor; y en 1906 sobrevino el eje aglutinador entre prosa y poesía que sostuvo sus Cantos de amor y muerte de Cornet Christoph Rilke. La única novela de Rilke, los Cuadernos de Malte Laurids Bridge, fue escrita (o terminada) en 1910. Junto a la producción de estos libros de narrativa, Rilke continuó con su producción poética. En esta misma época nacieron los libros Nuevos poemas (1907) y Sólo para mi celebración (1909). Las elegías de Duino fueron iniciadas en 1912, pero interrumpidas por la guerra. Rilke terminó este trabajo en 1923 durante un periodo de intensa creación que incluyó también Sonetos a Orfeo. Desde 1923 hasta 1926 cuando murió, Rilke estuvo enfermo de leucemia, pero aún así continuó escribiendo poesía hasta el final. En una carta dirigida a su gran amiga Marina Tsvetaieva, Rilke le confesó que en 1921, mientras trabajaba en Las elegías, había alcanzado “la ascensión celestial de la tierra entera dentro de mí…” Además de escribir en alemán y en francés habitualmente, Rilke también aprendió ruso y leyó a Kierkegaard en su danés original. Como indistinta fue su incursión entre las lenguas y entre los géneros literarios, indistintos fueron para él los mundos visibles y los invisibles: “nosotros, que participamos con una parte de nuestro ser en lo invisible, que tenemos acciones (por lo menos) en ello, […] podemos aumentar nuestras posesiones de invisibilidad mientras estamos aquí” (El Libro de la pobreza y de la muerte). En El libro de las horas, Rilke quiso convertir la palabra en “cosa concreta”. Y más tarde, tal vez con el acicate de Rodin con quien trabajó de 1905 a 1906, quiso también (en sus propias palabras) “convertir la angustia en cosas” en El libro de las imágenes, cuyo poema “Día de otoño” aboga al mismo interlocutor del monje y rezuma el mismo (de)pendiente desamparo: Señor: es la hora. Grande ha sido el verano.
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