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portada-piedra-de-alumbre.jpg Piedra de alumbre
Amparo Cobo
HakaBooks,
Barcelona, 2012.

Por Andreu Navarra Ordoño
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No. 60 / Junio-julio 2013



De entrada, la edición tiene un aire de los años setenta que invita a tomar el libro y hojearlo. Cubiertas negras, fotografías entre sensuales y desgarradas, cierta vocación por el impacto. El mejor contexto para esta poesía desnuda y contundente que habla de la vida real (de las dificultades de una madre, del puro hecho de parir, del sexo) sin el idioma acostumbrado y manido de los poetas que no lo son. Y  todo ello acompañado de las fotografías de la argentina Analía Piscitelli.

Precisamente esta habilidad para colocar los objetos y órganos sangrantes a un primer plano del discurso, sin ilusionismo, sin retórica, es el talento más acusado de Amparo Cobo. Cuenta ésta en la solapa de su libro de qué forma se introdujo en el mundo de la poesía: leyendo, a los siete años, un volumen de Juan Ramón Jiménez. De Juan Ramón, sin duda, se le debió quedar la vocación por la transparencia, la retórica del antirretoricismo, la desnudez, en suma, y la exigencia de no rebajar jamás la expresión a versiones acomodaticias del discurso poético.

Quizás nos encontremos con un nuevo Miguel Hernández (matizado con el insoslayable Vallejo) de entrañas femeninas. Y pongo el acento sobre la feminidad de esta escritura. Porque no es verdad que la mejor escritura sea neutra o hermafrodita. Yo creo que la poesía es una pura entraña, y las entrañas están sexuadas, son húmedas, rezuman impurezas, líquidos corrosivos, angustia. Y en eso da igual si uno es hombre, mujer, si no sabe o es otra cosa o todo lo contrario. Lo que importa desde el punto de vista de la escritura es la convicción orgánica de lo que uno sea o desee dejar de ser, es decir, el viaje de hurgar en uno mismo a ver qué clase de vísceras se encuentran allí dentro, agazapadas o ardiendo.

¿Más influencias? Lorca, el mejor Neruda. En suma, lo mejor de la poesía contemporánea en español de la primera mitad del siglo XX.

Desde la primera composición, Dinamitando puentes uno debe saber ya a qué atenerse: “Al parirme,/ de mi madre rasgué las vestiduras/ y otras hijas y allegad@s/ la acompañaron en el sentimiento./ Aparecí cianótica,/ con el verbo atrancado en la garganta,/ y un puñado cerrado/ que todavía no he abierto./  ¿Quieres saber qué ha sido? —Preguntó la comadrona—/ Culpable —dijo mi madre.” Responsabilidad y animalidad. Anarquía y construcción. Placentas y peines. Platos sin fregar. Desgarro. Apocalipsis orgánico. Asepsia y cuchillos oxidados. Vida interior en una vida exterior rutinaria. Vida exterior explosiva en una evolución interior forzosamente convencional o limitada. Todas las combinaciones encajan, tienen en este libro su eco. El amor roto aflora en el magnífico romance amoroso Naufragio x catálogo.
Duras dosis de lucidez que no dejan de golpear (así, por ejemplo, Suicidio: “A los muertos,/ no les gusta que los maten”, o Armagedon: A cada diástole/ nos oteamos en silencio.”

Pobre Amparo Cobo. Nacer y vivir con una vocación poética real es muy duro en estos tiempos. Sólo queda esperar que una nueva aportación de la autora no se demore mucho. Cada vez es más necesaria esta verdadera poesía en un mundo copado por fraudes lingüísticos.



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