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portada-369.jpg359 Delicados. Antología de la poesía actual en México
Carlos López Beltrán, Pedro Serrano
LOM Ediciones
Santiago, 2013

Por Jeremías Marquines
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No. 60 / Junio-julio 2013



Las antologías son casi tan viejas en nuestro Continente como el imperativo sanitario de los panteones, por ejemplo: el panteón de  Santa Paula, de la Ciudad de México, se fundó en 1836, el de Dolores en 1875, el panteón de Belén, en Guadalajara en 1848, y según una nota de El Renacimiento, periódico literario fechada el año de 1894, la más antigua colección de Poesías mexicanas, se editó en París en 1836, en la Librería de Rosa; vendría después Guirnalda Poética, selecta colección de poesías mexicanas, publicada por Juan R. Navarro, México 1853, seguida de El parnaso Mexicano, colección de poesías escogidas desde los antiguos aztecas hasta principios del siglo presente, publicada por José Joaquín Pesado, en 1855.

Aparte de las fechas de nacimiento, las antologías tienen en común con los panteones, el hecho de que, curiosamente, algunas compilaciones poéticas fueron nombradas de la misma manera, aunque es sabido que nada tiene qué ver un panteón con otro. Aunque también, quién sabe, porque ambos: panteones y antologías son pues, formas colectivas en busca de justificación, (¿o significación?) una en el más allá y la otra en el más acá.

Por eso es común y hasta deseable que tras la aparición de toda antología, venga la sana y a veces, la divertida crítica contra las justificaciones. Sobre las antologías antes mencionadas, el reseñista no pierde la oportunidad de aventurar algunos ligeros juicios: de la primera, inicialmente dice que: “la mayor parte de las poesías están anónimas, una que otra viene firmada por Couto, Quintana Roo, Pesado, etc., y en general hablando, no escasean las malas y aun las pésimas”.  De la segunda, explica que “es un volumen tan mal impreso como peor escogido, pues a pesar del adjetivo selecta que se lee en la portada, las composiciones carecen de mérito en su mayoría, y no abundan en ella los verdaderos poetas”. Y de la tercera, declara que “por desgracia la publicación quedó incompleta [...] compilado por personas de poco gusto. Algo bueno, mucho más malo encontrará el que tenga la paciencia de registrarlo”, sentencia.

¿Por qué se hacen antologías? ¿Qué motivación mueve al antologador? ¿Será el deseo por la historia, la crítica, el afán por la difusión de la cultura como inicialmente fue, didactismo, canonizaciones, balances, o simplemente el sentido de poder como modificador-legitimador de la institución literaria vigente? Desde siempre, se sabe que las antologías son amores mal pagados. Quienes las hacen reciben más piñazos que aplausos, son estas cosas, pues, patos feos de la poesía que nunca dejan satisfecho a nadie. En cierta forma, y exagerando un poco, las antologías son como esas putas que prometen un momento inolvidable pero terminan fastidiando al cliente. Siempre son y no, lo suficiente.

Pese a todo, hacer antologías es una muy grande afición en nuestro continente desde el siglo XIX cuando comenzaron a aparecer en su forma, digamos, más acabada, como una colección seleccionada de composiciones o fragmentos literarios. Las hay por montones y con los nombres y las justificaciones más diversas, algunas se inspiran en exotismo orientales, otras prefieren los métodos estadísticos, otras buscan simples coincidencias esteticistas, los lenguajes, los géneros, las querencias, las modas, etc., pero casi todas, no sé por qué diablos o qué torcida inclinación botánica, terminan metaforizándose con un árbol: se me ocurre rápidamente: Árbol de variada luz, Árboles del pensamiento, Árbol de Oriente, Árbol del tiempo, Aquél árbol, Árbol del Paraíso, Enramada, Hojas, etc.. Escasa son las que se comparan con el río, la laguna, el mar. Aunque también hay autobuses, microbuses, omnibuses, trenes y hasta taxis de poesía. 

Como sea, lo que puede ser determinante en el caso de la publicación de antologías, es finalmente su intencionalidad de pretender ser un “verdadero” balance histórico, crítico, antológico y bibliográfico de un grupo de textos o escritores, insertos en una delimitada extensión de tiempo, cuya función práctica es la misma que han tenido siempre -por mucho que los autores le busquen y rebusquen- siempre terminarán sirviendo como manuales de historia literaria como decía Alfonso Reyes: “antologías y manuales se enlazan por relaciones de mutua causación, se ajustan y machihembran como el cóncavo y el convexo, como el molde hueco y la medalla en relieve.”  Para Reyes, toda antología es didáctica, una sirve de modelo a otra y así sucesivamente, hasta llegar a la que aún no comenzamos a comentar: 359 Delicados con filtro.

Al principio no sé por qué diablos mencioné el paralelismo panteones-antologías, creo que Ignacio Manuel Altamirano tiene la culpa. No obstante, el paralelismo se hace válido, al menos, sesgadamente en 359 Delicados con filtro. Vamos a ver: el principal objetivo de esta colección crítica  de poemas, es -resumiendo una larga argumentación- visibilizar, mostrar algo que ha estado oculto por el miasma, el fango, el Sudd como dicen sus antologadores (desenterrar pues), a un grupo de poetas de una generación, la del 50, que algunos dignatarios de “la escuela del resentimiento” (recordando a Harold Bloom), calificaron como “generación gris”, “de transición”, o de “casposo medio pelo”. Busca “poner verdaderamente en relieve las contribuciones de los poetas nacidos en los cincuenta y sesenta tempranos”, que la historia literaria oficialista o la llamada institución literaria vigente, minimizó y dio por muertos.

Para continuar con el juego necrológico con el que inicié este  texto, me apoyo en lo escrito por los antologadores: “El reciente cambio ecológico producido por la revolución digital, súbitamente, los ha puesto a todos en pie, como zombis venidos de ninguna parte, [...] devueltos o Lázaros resucitados. Y así se les deja estar, como a Javier Sicilia los políticos, unos fantasmas que no interrumpen la vitalidad de lo presente y con los que se puede convivir”.

Dicho lo anterior, entiendo que Delicados con filtro es una antología de relanzamiento (hay algunas que no lo son), presenta con pelos y señales a un grupo de poetas, que no a una generación, nacidos entre el 50 y el 63 “potente y genuinamente original”.  Una selección que “más que ocuparse de una época, analiza un periodo para entender y explicar la poesía mexicana antes y después” de las fechas delimitantes, dicen los autores.

Alfonso Reyes establece que hay dos tipos de antologías: unas en las que domina el gusto personal del coleccionista, que se hacen por afición y otras en las que domina el criterio del historiador, del crítico, en este caso, las últimas son fundamentales para la historia literaria. A este rango pertenece Delicados con filtro porque es una selección que intenta “arrojar una luz fuerte, crítica y perturbadora sobre lo que ha sucedido, cómo ha sucedido y por qué”. Pretende, según sus autores, “mover el foco de atención y cambiar el marco de referencia”.

Líneas antes preguntaba ¿Por qué se hacen antologías? ¿Qué motivación mueve al antologador? Para el caso de antología que comento, la respuesta es concluyente: pretende llenar o corregir un vacío crítico sobre un periodo específico.  Entonces, al intentar hacerlo, redirecciona e instituye nuevos paradigmas. Luego entonces, la crítica de la historia literaria se convierte también en un mecanismo de fuerza porque de acuerdo a Adolfo Gilly, la crítica y su producto: el conocimiento, disminuye o destruye la dependencia de otras relaciones de fuerza o de poder existentes.

Tenemos entonces que una antología como 359 Delicados con filtro no es solo una selección filtrada de poemas y poetas, no es la desprendida colección de poemas que todos alguna vez practicamos como lectores sistemáticos y amorosos que deviene en festival personal, depuración, recuento, recapitulación, balance, conclusión, patrística, confesión, conciencia definitiva de las palabras, como alguna vez dijo el poeta Roberto Hernández Montoya. Esta es una antología de fuerza que, cito: “puede redibujar también el mapa hacia atrás, y de esta manera establecer nuevas coordenadas y líneas de influencia”.

Delicados con filtro propone pues un nuevo marco de referencia para entender y valorar mejor a esta generación, donde la lectura es su arranque y su destino, como dijera Claudio Guillén. Una lectura que no sólo revela “la explosión semántica, estética, emocional que detona el poema al ser leído”, sino que también “define, funde y establece un nuevo dominio” crítico ahí donde “las valoraciones previas no se han hecho adecuadamente, por la abundancia, lo soterrado y el juego lateral de los pases, porque existe una abrumadora ausencia de críticos y lectores diestros y honestos, y porque persiste muy adentro del proceso electivo, la mano de poetas caciques, funcionarios empoderados que con sus selecciones han privilegiado sus propios intereses”.

Ciertamente, Delicados con filtro es una apuesta crítica seria, robusta y polémica como tiene que ser toda propuesta crítica que se respete, quizá por eso y sabiendo el efecto de sus propias confesiones, y anticipándose a la reacción de otras relaciones de fuerza y poder, los antologadores acotan, precisan, aclaran que “no están “en el negocio de construir un nuevo canon. No aspiramos a cambiar ni a reordenar de un golpe las jerarquías de los poetas de aquí ni de allá. Ni a reubicar o promover a nadie. Ni mucho menos a sacar a alguien de la historia”, sin embargo, la moneda ya está en el aire.

¿Pero puede una antología por sí sola llenar un vacío crítico? ¿Mover el foco de atención y cambiar el marco de referencia crítico que desdibujó a una promoción poética? Pienso que no es suficiente. El lodazal que durante años absorbió, más que cubrir, a poemas y poetas de la generación en cuestión, requiere algo más que una antología para moverlo por muy bien lograda que ésta se encuentre. Se necesitan retroexcavadoras de gran tonelaje para mover tanta mierda, dolo, vilezas, cinismo y pachuquismo que inunda, con salvadas y escasas excepciones,  el quehacer de la poesía mexicana de ahora y de antes.

Pienso que el gran valor de Delicados con filtro, más allá de enunciar la desarticulación de “los supuestos establecidos en que se ha basado la poesía mexicana a partir de la segunda mitad del siglo veinte”, con relación al grupo propuesto, es la vitalidad y la novedad con que presenta a una cohorte de 38 poetas delicados, que no delicaditos y 359 poemas de robusta cohesión y corporeidad. Poetas, más que poemas, o poemas, más que poetas que nos acompañaron a los que nacimos a finales de los 60 y los 70. Sería una majadería innombrable desconocer el aporte del Pobrecito Señor X, de Ricardo Castillo, en muchos de nosotros, lo mismo que la riqueza imantada de los poemas de Coral Bracho, de Tedi López, cuya poesía me entusiasma y me noquea. Javier Sicilia, Pancho Segovia, Alicia García, Ramón Iván Suárez Caamal, entusiasta y modesto formador de poetas, presencias presentes que gravitan y sedimentan.
 
Como simple lector, valoro el decoro y el arrojo con que estos dos antologadores lanzan su apuesta; la originalidad crítica al presentarla como un Sudd: “un ancho tramo pantanoso, insalubre y prolífico”, como el que deja el Nilo al desbordarse y del que extraen objetos raros y relucientes; ya serán otros los que digan si modifican o no, el horizonte de expectativas de sus contemporáneos. Serán otros, con mayores pretensiones teóricas, los que digan si cada uno de los poemas escogidos de estos treinta y ocho poetas es necesario, o es un muy buen poema.

Particularmente, respeto el marco referencial en el que se inscriben los Delicados con filtro: el momento histórico de su aparición, el conocimiento previo del género, la forma en que fueron seleccionados los textos, el lenguaje, los valores estéticos predominantes, y demás cachivaches formales. Celebro que en esta antología quede implícita la idea de que “el lector no es sólo un receptor que registra la lectura de otros, sino un individuo para quien la literatura también es una experiencia de vida y tiene sus propias apuestas. El símil tabacalero de las cajetillas incompletas es afortunado porque permite al lector afanoso descubrir por su lado lo que falta y completar su propia exposición. También es, a su manera, un guiño a la noción de obra abierta y cerrada que caracteriza la antología de Paz.

De esta antología, publicada por la editorial chilena LOM Ediciones, es imperioso destacar la firmeza crítica de Pedro Serrano y Carlos López Beltrán, pues sabedores de que sus palabras tendrán, seguramente, una reacción airada, no dudan en poner el dedo en la llaga más sensible de las egolatrías: la crítica literaria mexicana: “Sabemos que caerá mal pero lo decimos: no hay un solo crítico de poesía mexicana reciente especializado y constante. No ha habido, en estos cuarenta años que hemos rastreado, estudiado y mapeado, genuina investigación sistemática sobre lo que sucede en poesía en México. De ahí la persistencia de esta barroca barrera opaca, de este Sudd”. Y sí, es cierto, a alguien le caerá mal esta afirmación.

En fin, me quedan muchas cosas más por comentar de esta antología. Pero para no fastidiarlos tanto sólo agregaré que el principal objetivo planteado por los antologadores se ha cumplido: si abres al azar este libro, sin importar el nombre o el lugar, siempre hallarás ahí un buen poema. Lo demás, es lo de menos.

Y ahora sí, ya por último, sabía que algo se me olvidaba.  Hace rato me preguntaba por qué diablos comencé divagando sobre los panteones y las antologías, no encontraba la relación de Delicados con filtro con la historia de los cementerios, hasta que me fijé en mi cajetilla de Delicados donde los fabricantes han colocado una terrible advertencia fotográfica que nos recuerda siempre que fumar mata, aunque para el caso de este libro, la metáfora del tabaquismo resucita.

Bahía de Santa Lucía, Acapulco
Noviembre 2012.