Osvaldo Aguirre (Buenos Aires, Argentina, 1964) Diario íntimo En su cuaderno anota el día de siembra y la verdad de la cosecha, la fecha y el monto de cada lluvia, aclara si hubo piedra y otra: qué daño quiso hacer. No se hace líos con tantos números pero a fines de marzo como maleta de loco lleva ese cuaderno, uno que guarda de la escuela rural, forrado con papel araña. Mide el agua caída en la quinta y al final de la trilla compara las cifras de la campaña presente y la campaña pasada, y otra: saca cuentas del rinde por cuadra. Y tiene una letra tan clara que parece dibujar sobre las líneas de la hoja, bien parejos, los surcos de soja.
(de Campo Albornoz, inédito)
Carmen Ávila (Saltillo, Coahuila, 1981) Instructivo Para olvidar a ese hombre ve en el cine la última película de Tom Cruise tómate tiempo para caminar sin rumbo por la ciudad sube al segundo piso de tu casa corriendo y baja los escalones saltándolos de 2 en 2 compra un libro de cocina haz todos los pasteles que vienen en él luego cómetelos limpia un costal de frijoles dónalo a los pobres mira en la plaza a las palomas que esperan que las alimentes pero no las alimentes tramita una visa en la embajada de los Estados Unidos planea un viaje por Europa mira la televisión todo el día vuélvela a mirar sin encenderla trabaja en una zapatería dales a los clientes 2 zapatos izquierdos toma clases de trombón y húngaro al mismo tiempo únete a Green Peace o lánzate de candidata a diputada por el partido Social-Demócrata pide informes para enrolarte en un convento quédate varias noches sin dormir pensando pensando pensando emborráchate en las fiestas busca fiestas haz fiestas córtate el pelo tíñetelo hazte la base córtatelo otra vez aprende a patinar en hielo sin patines vuélvete testigo de Jehová o Budista y si no te satisface vuélvete lesbiana vuélvete puta platica con la señora que barre descalza bajo la lluvia el agua que [corre por la calle vé al asilo de ancianos y pregúntale como le hizo para olvidarlo [todo a la viejita con Alzheimer y sólo de esa manera y solamente entonces te darás cuenta: el olvido no es fácil.
Christian Barragán (Ciudad de México, 1985) Notas para un aniversario
a Omar y Yesenia, mis hermanos A veces, cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra y ya no puedo más y esta vacío el mundo, alguna vez, sube el olvido aún al corazón. Antonio Gamoneda
Después de algunos años y casi sin darnos cuenta una noche pensando que hemos olvidado apagar aquel foco o cerrar aquella puerta abandonamos para siempre nuestro sueño ya olvidado en nuestra cama ya irreconocible ......................................... sin un recuerdo ni un sonido cercano ...................................: .....................hacia nuestra espera irreparable. * * * Hace seis años que se fue mi padre y más de la mitad que de él no sé nada; dónde estará ahora... quizá sea extraño pero desde entonces (cuando alquilamos esta casa lejana y sin vecinos, y donde madre muere un poco cada tarde), cada vez que alguien nos hace una visita o casualmente coincidimos en el pasillo o en la mesa, ya nadie te recuerda... es extraño pero estoy seguro que de ningún modo es raro sino natural y hasta lo mejor, sin embargo, todavía cuando ante nuestra puerta o en el teléfono una voz desconocida preguntan por ti, en verdad aún no sé que responder... Hace seis años que se fue mi padre pero apenas lo voy sintiendo: dónde estará ahora... * * * Y si algún día regresaras ¿qué herida cierra o lastimadura vuelve? * * * A veces de noche uno está solo buscando algo sin saberlo entonces abrimos una puerta y ciegos recorremos nuestro silencio.
Mario Campaña (Marcelino Maridueña, Ecuador, 1959) La rosa de la creación
A los amigos del Konditori, en México, D.F.
Respiro mejor cuando una puerta se abre, y me pongo de pie cuando se cierra. Abrir y cerrar puede ser tarea de una vida y es el único movimiento de las rosas. Esa ocupación, ese movimiento, a veces es imperceptible o equívoco; y así creemos que una cosa se abre cuando en realidad se cierra, o a la inversa. Ante la música sinfónica, nunca he sabido qué creer, y no porque alguna vez sintiera que algo se cerraba sino, al contrario, por la sensual ebriedad en que me sume todo lo que se abre. Entonces, en lugar de levantarme cierro los ojos. En posición vertical, como queriendo dirigirme hacia lo alto, escucho. Me pongo de pie y escucho sonidos que parecen conducirme hacia algún lugar cerrado invadido por algo algo monstruoso. Y espero. Últimamente, siempre en vano. Ayer, en el teatro, escuché una misa, una Misa Solemnis. Me había estado sintiendo en una extraña posición horizontal y, necesitado, deseoso de levantarme, invoqué la ayuda de esa obra que antes hacía que mi mudez habitual se transformara en un torrente de palabras. Antes, ponerme de pie no me costaba. En mi libreta, a oscuras, borroneaba un tumulto de frases suscitadas por la música, cuyo sitio apenas adivinaba en la página pero que ocupaban violentamente, por entero, mi pecho. Ayer, sentí la gravedad y la fuerza pasional de esa obra extraordinaria; borrosamente vi, entre los sonidos, las imágenes de la creación, la caída y la resurrección; pero esta vez esas imágenes no se transformaron, no me transformaron. Todo era igual que otras veces y sin embargo, tal como me ocurre desde hace un tiempo, las palabras no fueron convocadas; no vinieron a mí. ¿Qué es eso que me emociona pero no se transforma en palabras, como antes ocurría? Es la rosa de la creación, me digo, que ya no se abre. Y sé que es la rosa, aquella rosa, porque durante mucho tiempo aprendí a reconocerla, a sentir su proximidad. Esa rosa aún respira el aire que circunda, aún emite su fragancia, aún destella, aún vive. Pero ya no se abre. ¿Cómo estar seguro de que vive? ¿No es sólo una insinuación tardía, una pura evocación del pasado lo que comparece como aroma, no como fruto? ¿No es el recuerdo de la rosa lo que me hace ver y sentir la rosa? Me he dicho: la rosa de la creación vive siempre en nosotros, y unas veces se abre y otras, no; se va abriendo y cerrando a lo largo de nuestra vida, de la infancia a la adolescencia, de la primera madurez a esta época limítrofe en que los años mayores se precipitan.... En todas las edades, de diversos modos, sentimos el impulso y la esperanza de la creación. Sé bien que ese puede ser solo un consuelo. Yo, mil veces he sentido a la rosa abrirse y cerrarse. Hoy me pregunto si ese sentimiento siempre desasosegante, siempre esperanzador que me daba la vida de la rosa, no ha ido en realidad, paulatinamente, quedando atrás, hasta llegar a este momento en que la rosa ya no se abre más. ¿Cuántos había como yo, anoche, en el teatro? La rosa misteriosa, ¿perseveraba también en aquel hombre que sonreía, nervioso, a mi lado? ¿Y en aquella dama solitaria de la fila de abajo? ¿Sobrevive en el anciano que pasa ahora con su rostro grave? ¿Y en esa muchacha de cabellos rosáceos y brillo en los ojos? ¿Insiste en todos? ¿Insistimos todos con obstinada, con vana ilusión, sin poder resignarnos al recuerdo del esplendor que guarda dentro, que encierra siempre la rosa de ayer, que ya no se abre?
Federico Díaz-Granados (Bogotá, Colombia, 1974) Retornos No creo en retornos Pero este amargo corazón de casas viejas y calles rotas Late en cada regreso Sin gestos ni ademanes Y sabe que el mundo es un mal lugar para llegar Y se regresa a escribir un poema que trate de una muchacha en un aeropuerto Que espera un avión de quién sabe dónde O escribir sobre la carta que nunca recibí aquel sábado escuchando el viejo casette con mis nostalgias favoritas O sobre los versos robados a Salinas, Borges, Walcott Y las tardes de sol en el estadio de fútbol No creo en los regresos Pero este seco corazón de otros días canta a destiempo Sobre el cielo que quema el nombre de una mujer que amé Escribir un poema que trate del tiempo o de tu cuerpo O Sobre el poema de otro poeta No creo en retornos Pero mi vocación de viajero hace que parta hacia la intemperie en el mundo Dejando, como en mis días de boy scout, piedritas y migas de pan Para no perder el camino de regreso a tu cuerpo. Los adioses
Y solo puedo contar mis tristezas y recuerdos Como un mendigo cuenta sus monedas en invierno Jorge Teillier
Hubiera podido obsequiarte aquel cine donde vimos Notting Hill y American Beauty Hubiera querido regalarte los hoteles donde nos escondimos Me hubiera gustado ser el dueño del café en que nos despedimos Donde escuchamos tantas canciones que hoy son un soundtrack de nuestras vidas. Y fui ventana donde se estrellaron pájaros Y el sol me calentó como campanas de bronce de una gótica catedral Como ángeles que buscan en los escombros restos de su vuelo Y la luz más allá del paraíso. Y no hubo obsequios Y puse el cielo sobre tu cuerpo y lo volviste viento Y puse el viento sobre tus ojos y lo volviste sueño Puse sueño en tu silencio Y lo volviste noche Y esta noche no hay cielo, viento y sueño Que conviertan mi corazón En una luz donde retorne el amor Y es por este amor lejano y verdadero Que las palabras tienen música sobre el papel que nadie canta Como quien golpea durante horas una casa vacía Como quien patea latas vacías en el corazón.
Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina, 1969) Muñeca pompeyana ¿A quién me recuerda el retrato de el-Fayyum en la tapa de un libro, si no a ella y sus cejas oscuras, espesas, pintadas con muchos movimientos del pincel? La piel blanca es la misma, la boca chica y la nariz, que nace apenas debajo de los arcos superciliares y forma una delicada letra ýpsilon, parecen copiados en mi muñeca sudamericana a milenios de distancia y a pesar del estilo un tanto esquemático del pintor antiguo. Excepto por el ropaje de oro que esconde el cuello donde podría encontrar una confirmación del parentesco, las dos responden al prototipo de un imperio como heroínas de la mirada, inspiradoras de guerra y poesía. Y en la chica romana veo el carácter belicoso, despierto para todo erotismo combativo que algunas tardes –¿y no empezó ahí el verdadero mundo?– me sorprendía dentro de un auto en invierno con los vidrios empañados, mientras esperábamos a alguien y no perdíamos el tiempo dejando de besarnos. Entonces la tocaba a ella, la conocía o la reconocía: joven sobreviviente de Pompeya que intensa se entregaba a la vida, se aferraba yéndose en espasmos felices y en las pausas decía “te quiero”, como descubriendo que el tiempo es poco y cada día que pasa suma una gota ardiendo en el Vesubio también para nosotros. ¿La elegí acaso para reproducir sin saberlo las caras de Lesbia o Cintia, para sentirme un bárbaro deslumbrado por su seguridad? Le quedarían muy bien las perlas de la chica del retrato, que más allá de un manierismo que dilata el diámetro y la importancia de los ojos para que brotaran los corpúsculos, los dardos del implacable amor, se nota que existió. Como Cecilia, sería imposible que no haya sido real. ¿Qué mundo, qué lenguaje podrían durar cinco minutos más tan cerca de esa lava sin la calma y los éxtasis interminables de ellas en un triclinio norafricano o en el asiento de un auto cordobés? Y eso que todavía no menciono sus risas, el fulgor que ni el pintor ni yo daremos nunca a esa pared o a estas pobres palabras.
Antonio Rivero Taravillo (Melilla, España, 1963) México Nunca estuve en México, nunca dejé de estar aquí –allí–: este país en que nació mi madre, la patria mía, mi linaje, mi estirpe. Siempre estuve en México. Ahora es por eso que vuelvo, que regreso, y no hallo la ciudad que ya no existe, que es recuerdo que yace con ella en otra tierra de la que me elevo en avión, sobrevolando la memoria del niño que soñaba con México y su nombre, el presente del hombre que soñara el niño, el retorno a la patria, a la madre, que no es posible en el hoy aquí –allí–, y en el ayer tampoco. Tlaquepaque
Para Paco Robles y Juan Lamillar
Llámalo satori o bien acorde. Suspenso en Tlaquepaque, el mediodía es la vasta región, tan diminuta, que cobija la mano. En este patio a quince horas de vuelo del hogar, la paz se vierte como el vino, la charla, la amistad, el sol, la risa, la siesta en los umbríos soportales detrás de la cancela franqueada. El tiempo no transcurre. Ya es de noche en ese allí que aquí la luz abole.
Jordi Virallonga (Barcelona, España, 1955) El éxodo Respeto el agua y a los muertos en una democracia que protege a las ballenas, el dinero y, de paso, a las mujeres. El amor sacerdotal de los más libres te requiere en la celebración del amor débil. Yo te hablo de pasión, tú de respeto, del derecho que la ley te otorga. El éxodo es buscar la muerte, no la tierra prometida. La muerte no es la muerte Salir de casa para encontrar un camino repetido no es en vano. No le preocupa ser quien pasa, que el agua llegue al mar, sino que deje de ser dulce y de ser río. Si pensara, como Rilke, la muerte, qué inusual sería morir, pero la muerte no es la muerte, es un muerto, y habita en el recuerdo de algo vivo, como un ojo en el salitre de la puerta.
Carlos Vitale (Buenos Aires, Argentina, 1953) Risas de cocodrilo No te engañes. El de la foto tan sonriente ya era infeliz (tú lo sabes, bien que lo sabes). Contémplalo ahí detrás, público o comparsa, borroso incluso en primer plano. Sonríe aunque esté muerto. Si le pides que se adelante no da sombra. Convéncete: sólo la sombra no da sombra. Jornada Tú, de pie, desnuda en la penumbra. Tu espalda es el arco del conocimiento. Desde la cama, observo y espero. Cuando te vuelvas me dirás quién soy. Sin otra luz que mi deseo.
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