Poemas de Osvaldo Aguirre, Carmen Ávila, Christian Barragán, Mario Campaña, Federico Díaz-Granados, Silvio Mattoni, Antonio Rivero Taravillo, Jordi Virallonga, Carlos Vitale

  

 

 

Osvaldo Aguirre
(Buenos Aires, Argentina, 1964)

Diario íntimo

En su cuaderno anota
el día de siembra
y la verdad de la cosecha,
la fecha y el monto
de cada lluvia, aclara
si hubo piedra y otra:
qué daño quiso hacer.

No se hace líos
con tantos números
pero a fines de marzo
como maleta de loco
lleva ese cuaderno,
uno que guarda
de la escuela rural,
forrado con papel araña.

Mide el agua caída
en la quinta
y al final de la trilla
compara las cifras
de la campaña presente
y la campaña pasada,
y otra: saca cuentas
del rinde por cuadra.

Y tiene una letra
tan clara que parece
dibujar sobre las líneas
de la hoja, bien parejos,
los surcos de soja.

(de Campo Albornoz, inédito)

 


Carmen Ávila
(Saltillo, Coahuila, 1981)

Instructivo

Para olvidar a ese hombre
ve en el cine la última película de Tom Cruise
tómate tiempo para caminar sin rumbo por la ciudad
sube al segundo piso de tu casa corriendo
y baja los escalones saltándolos de 2 en 2
compra un libro de cocina haz todos los pasteles que vienen en él
luego cómetelos
limpia un costal de frijoles dónalo a los pobres
mira en la plaza a las palomas que esperan que las alimentes
pero no las alimentes
tramita una visa en la embajada de los Estados Unidos
planea un viaje por Europa
mira la televisión todo el día
vuélvela a mirar sin encenderla
trabaja en una zapatería dales a los clientes 2 zapatos izquierdos
toma clases de trombón y húngaro al mismo tiempo
únete a Green Peace o lánzate de candidata a diputada
por el partido Social-Demócrata
pide informes para enrolarte en un convento
quédate varias noches sin dormir
pensando pensando pensando
emborráchate en las fiestas busca fiestas haz fiestas
córtate el pelo tíñetelo hazte la base córtatelo otra vez
aprende a patinar en hielo sin patines
vuélvete testigo de Jehová o Budista
y si no te satisface vuélvete lesbiana vuélvete puta
platica con la señora que barre descalza bajo la lluvia el agua que 
     [corre por la calle
vé al asilo de ancianos y pregúntale como le hizo para olvidarlo 
     [todo
a la viejita con Alzheimer
y sólo de esa manera
y solamente entonces
te darás cuenta:
el olvido no es fácil.

 


Christian Barragán
(Ciudad de México, 1985)


Notas para un aniversario

a Omar y Yesenia, mis hermanos

A veces,
cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra
y ya no puedo más y esta vacío
el mundo, alguna vez, sube el olvido
aún al corazón.

Antonio Gamoneda


Después de algunos años
y casi sin darnos cuenta
una noche
pensando que hemos olvidado
apagar aquel foco
o cerrar aquella puerta
abandonamos para siempre
nuestro sueño ya olvidado
en nuestra cama ya irreconocible
.........................................
sin un recuerdo ni un sonido cercano
...................................:
.....................hacia nuestra espera irreparable.



* * *

Hace seis años que se fue mi padre
y más de la mitad que de él no sé nada;
dónde estará ahora...
    
quizá sea extraño
pero desde entonces
(cuando alquilamos esta casa
lejana y sin vecinos,
y donde madre
muere un poco cada tarde),
cada vez que alguien nos hace una visita
o casualmente coincidimos
en el pasillo o en la mesa,
ya nadie te recuerda...

es extraño
pero estoy seguro
que de ningún modo es raro
sino natural y hasta lo mejor,
sin embargo, todavía
cuando ante nuestra puerta
o en el teléfono una voz desconocida
preguntan por ti,
en verdad
aún no sé que responder...

Hace seis años que se fue mi padre
pero apenas lo voy sintiendo:
dónde estará ahora...

* * *

Y si algún día regresaras
¿qué herida cierra
o lastimadura vuelve?

* * *

A veces de noche
uno está solo
buscando algo sin saberlo
    
entonces abrimos una puerta
y ciegos recorremos
nuestro silencio.

 

 


Mario Campaña
(Marcelino Maridueña, Ecuador, 1959)

La rosa de la creación

                A los amigos del Konditori, en México, D.F.

Respiro mejor cuando una puerta se abre, y me pongo de pie cuando se cierra. Abrir y cerrar puede ser tarea de una vida y es el único movimiento de las rosas. Esa ocupación, ese movimiento, a veces es imperceptible o equívoco; y así creemos que una cosa se abre cuando en realidad se cierra, o a la inversa. Ante la música sinfónica, nunca he sabido qué creer, y no porque alguna vez sintiera que algo se cerraba sino, al contrario, por la sensual ebriedad en que me sume todo lo que se abre. Entonces, en lugar de levantarme cierro los ojos. En posición vertical, como queriendo dirigirme hacia lo alto, escucho. Me pongo de pie y escucho sonidos que parecen conducirme hacia algún lugar cerrado invadido por algo algo monstruoso. Y espero. Últimamente, siempre en vano. Ayer, en el teatro, escuché una misa, una Misa Solemnis. Me había estado sintiendo en una extraña posición horizontal y, necesitado, deseoso de levantarme, invoqué la ayuda de esa obra que antes hacía que mi mudez habitual se transformara en un torrente de palabras. Antes, ponerme de pie no me costaba. En mi libreta, a oscuras, borroneaba un tumulto de frases suscitadas por la música, cuyo sitio apenas adivinaba en la página pero que ocupaban violentamente, por entero, mi pecho. Ayer, sentí la gravedad y la fuerza pasional de esa obra extraordinaria; borrosamente vi, entre los sonidos, las imágenes de la creación, la caída y la resurrección; pero esta vez esas imágenes no se transformaron, no me transformaron. Todo era igual que otras veces y sin embargo, tal como me ocurre desde hace un tiempo, las palabras no fueron  convocadas; no vinieron a mí.
¿Qué es eso que me emociona pero no se transforma en palabras, como antes ocurría? Es la rosa de la creación, me digo, que ya no se abre. Y sé que es la rosa, aquella rosa, porque durante mucho tiempo aprendí a reconocerla, a sentir su proximidad. Esa rosa aún respira el aire que circunda, aún emite su fragancia, aún destella, aún vive. Pero ya no se abre.
¿Cómo estar seguro de que vive?
¿No es sólo una insinuación tardía, una pura evocación del  pasado lo que comparece como aroma, no como fruto?
¿No es el recuerdo de la rosa  lo que me hace ver y sentir la rosa?
Me he dicho: la rosa de la creación vive siempre en nosotros, y unas veces se abre y otras, no; se va abriendo y cerrando a lo largo de nuestra vida, de la infancia a la adolescencia, de la primera madurez a esta época limítrofe en que los años mayores se precipitan.... En todas las edades, de diversos modos, sentimos el impulso y la esperanza de la creación. Sé bien que ese puede ser solo un consuelo. Yo, mil veces he sentido a la rosa abrirse y cerrarse. Hoy me pregunto si ese sentimiento siempre desasosegante, siempre esperanzador que me daba la vida de la rosa, no ha ido en realidad, paulatinamente, quedando atrás, hasta llegar a este momento en que la rosa ya no se abre más.
¿Cuántos había como yo, anoche, en el teatro? La rosa misteriosa, ¿perseveraba también en aquel hombre que sonreía, nervioso, a mi lado? ¿Y en aquella dama solitaria de la fila de abajo? ¿Sobrevive en el anciano que pasa ahora con su rostro grave? ¿Y en esa muchacha de cabellos rosáceos y brillo en los ojos? ¿Insiste en todos? ¿Insistimos todos con obstinada, con vana ilusión, sin poder resignarnos al recuerdo del esplendor que guarda dentro, que encierra siempre la rosa de ayer, que ya no se abre?


 



Federico Díaz-Granados
(Bogotá, Colombia, 1974)


Retornos

No creo en retornos
Pero este amargo corazón de casas viejas y calles rotas
Late en cada regreso
Sin gestos ni ademanes
Y sabe que el mundo es un mal lugar para llegar

Y se regresa a escribir un poema que trate de una muchacha en un aeropuerto
Que espera un avión de quién sabe dónde
O escribir sobre la carta que nunca recibí aquel sábado
escuchando el viejo casette con mis nostalgias favoritas
O sobre los versos robados a Salinas, Borges, Walcott
Y las tardes de sol en el estadio de fútbol

No creo en los regresos
Pero este seco corazón de otros días canta a destiempo
Sobre el cielo que quema el nombre de una mujer que amé

Escribir un poema que trate del tiempo o de tu cuerpo
O Sobre el poema de otro poeta

No creo en retornos
Pero mi vocación de viajero hace que parta hacia la intemperie en el mundo
Dejando, como en mis días de boy scout, piedritas y migas de pan
Para no perder el camino de regreso a tu cuerpo.


Los adioses

Y solo puedo contar mis tristezas y recuerdos
Como un mendigo cuenta sus monedas en invierno

Jorge Teillier



Hubiera podido obsequiarte
aquel cine donde vimos
Notting Hill y American Beauty

Hubiera querido regalarte los hoteles donde nos escondimos
Me hubiera gustado ser el dueño del café en que nos despedimos
Donde escuchamos tantas canciones que hoy son un soundtrack de nuestras vidas.

Y fui ventana donde se estrellaron pájaros
Y el sol me calentó como campanas de bronce de una gótica catedral
Como ángeles que buscan en los escombros restos de su vuelo
Y la luz más allá del paraíso.

Y no hubo obsequios
Y puse el cielo sobre tu cuerpo y lo volviste viento
Y puse el viento sobre tus ojos y lo volviste sueño
Puse sueño en tu silencio
Y lo volviste noche
Y esta noche no hay cielo, viento y sueño
Que conviertan mi corazón
En una luz donde retorne el amor

Y es por este amor lejano y verdadero
Que las palabras tienen música sobre el papel que nadie canta
Como quien golpea durante horas una casa vacía
Como quien patea latas vacías en el corazón.


Silvio Mattoni
(Córdoba, Argentina, 1969)


Muñeca pompeyana

¿A quién me recuerda el retrato de el-Fayyum
en la tapa de un libro, si no a ella
y sus cejas oscuras, espesas, pintadas
con muchos movimientos del pincel?
La piel blanca es la misma, la boca
chica y la nariz, que nace
apenas debajo de los arcos
superciliares y forma una delicada
letra ýpsilon, parecen copiados
en mi muñeca sudamericana a milenios
de distancia y a pesar del estilo
un tanto esquemático del pintor antiguo.
Excepto por el ropaje de oro que esconde
el cuello donde podría encontrar
una confirmación del parentesco, las dos
responden al prototipo de un imperio
como heroínas de la mirada, inspiradoras
de guerra y poesía. Y en la chica romana
veo el carácter belicoso, despierto
para todo erotismo combativo
que algunas tardes –¿y no empezó ahí
el verdadero mundo?– me sorprendía
dentro de un auto en invierno con los vidrios
empañados, mientras esperábamos
a alguien y no perdíamos el tiempo
dejando de besarnos. Entonces la tocaba
a ella, la conocía o la reconocía:
joven sobreviviente de Pompeya que intensa
se entregaba a la vida, se aferraba yéndose
en espasmos felices y en las pausas
decía “te quiero”, como descubriendo
que el tiempo es poco y cada día que pasa
suma una gota ardiendo en el Vesubio
también para nosotros. ¿La elegí acaso
para reproducir sin saberlo las caras
de Lesbia o Cintia, para sentirme un bárbaro
deslumbrado por su seguridad? Le quedarían
muy bien las perlas de la chica del retrato,
que más allá de un manierismo que dilata
el diámetro y la importancia de los ojos
para que brotaran los corpúsculos, los dardos
del implacable amor, se nota que existió.
Como Cecilia, sería imposible que no
haya sido real. ¿Qué mundo, qué lenguaje
podrían durar cinco minutos más
tan cerca de esa lava sin la calma
y los éxtasis interminables de ellas
en un triclinio norafricano o en el asiento
de un auto cordobés? Y eso que todavía
no menciono sus risas, el fulgor
que ni el pintor ni yo daremos nunca
a esa pared o a estas pobres palabras.


 

Antonio Rivero Taravillo
(Melilla, España, 1963)


México

Nunca estuve en México, nunca
dejé de estar aquí –allí–:
este país en que nació mi madre,
la patria mía, mi linaje, mi estirpe.

Siempre estuve en México. Ahora
es por eso que vuelvo, que regreso,
y no hallo la ciudad que ya no existe,
que es recuerdo que yace con ella en otra tierra
de la que me elevo en avión, sobrevolando
la memoria del niño
que soñaba con México y su nombre,
el presente del hombre que soñara el niño,
el retorno a la patria, a la madre,
que no es posible en el hoy
aquí –allí–,
y en el ayer tampoco.


Tlaquepaque

        Para Paco Robles y Juan Lamillar


Llámalo satori o bien acorde.
Suspenso en Tlaquepaque, el mediodía
es la vasta región, tan diminuta,
que cobija la mano. En este patio
a quince horas de vuelo del hogar,
la paz se vierte como el vino,
la charla, la amistad, el sol, la risa,
la siesta en los umbríos soportales
detrás de la cancela franqueada.

El tiempo no transcurre. Ya es de noche
en ese allí que aquí la luz abole.
 

 


 

Jordi Virallonga
(Barcelona, España, 1955)


El éxodo

Respeto el agua y a los muertos
en una democracia que protege
a las ballenas, el dinero
y, de paso, a las mujeres.

El amor sacerdotal de los más libres te requiere
en la celebración del amor débil.
Yo te hablo de pasión, tú de respeto,
del derecho que la ley te otorga.
 
El éxodo es buscar la muerte,
no la tierra prometida.


La muerte no es la muerte


Salir de casa para encontrar
un camino repetido no es en vano.

No le preocupa ser quien pasa,
que el agua llegue al mar,
sino que deje de ser dulce y de ser río.

Si pensara, como Rilke, la muerte,
qué inusual sería morir,

pero la muerte no es la muerte, es un muerto,
y habita en el recuerdo de algo vivo,
como un ojo en el salitre de la puerta.

 



Carlos Vitale
(Buenos Aires, Argentina, 1953)


Risas de cocodrilo

No te engañes.
El de la foto
tan sonriente
ya era infeliz
(tú lo sabes,
bien que lo sabes).

Contémplalo ahí detrás,
público o comparsa,
borroso
incluso en primer plano.

Sonríe
aunque esté muerto.

Si le pides
que se adelante
no da sombra.

Convéncete:
sólo la sombra
no da sombra.


Jornada

Tú, de pie, desnuda en la penumbra.
Tu espalda es el arco del conocimiento.
Desde la cama, observo y espero.
Cuando te vuelvas me dirás quién soy.
Sin otra luz que mi deseo.

 


 

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