No. 61 / Agosto 2013


Metáfora y ausencia

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 

 

atanor-61.jpg Metáfora y ausencia (México, 10/01/2013)~ Los antiguos chinos veían la lengua como un continuo ilimitado. Para ellos, las palabras eran recortes momentáneos, pequeños encuadres de una vasta lengua sin bordes. San Agustín pensaba algo parecido (Confesionesi, 16): que las palabras eran vasos en que se vertía vino, donde es suponer que vino ha de tenerse como lo que es, un sustantivo colectivo que sólo al escanciarse se fragmenta y singulariza. La lengua a granel... Pero también podría decirse que las palabras son instantáneas que fijan brevemente el movimiento de eso que sólo aparece a los ojos cuando lo atrapan las palabras... Ese fondo veloz y aparentemente neutro ¿es el silencio? Héctor Murena (Visiones de Babel) diría que sí; y Luis Villoro añadiría: “silencio significativo”... El símil fotográfico nos presenta el continuo como un tránsito o un desplazamiento; esto es, como una metáfora. Las palabras son puntos de partida y de llegada, pero la metáfora es el tránsito entre ambas, lo que las lleva (foros) a significar algo más (meta). En “las perlas de tu boca”, las perlas están en trance de ser dientes, pero no acaban de ser dientes: son como dientes. La definición de perla está disolviéndose para convertirse en la definición de diente (solve et…)… Pero no, no termina de hacerlo, y por eso no es una comparación en sentido estricto. En las comparaciones, los términos comparados conservan su definición; en las metáforas no. Los términos de la metáfora dejan pues de ser algo definido, algo que puede definirse en el diccionario.

Pero hay algo más, y más importante. En “las perlas de tu boca” no hay mención de los dientes. Sin embargo, los dientes están ahí de algún modo. Están, estando ausentes (como Dios, diría Murena). Y las perlas están en un trance parecido: no son ya perlas definidas (perlas en el sentido de su definición) sino perlas en el trance de los dientes. Su Ser se ha transmutado en Participar. No tienen más ser que el de participar en el ser de otro...

Sentido, amor, fe... El tránsito, el trance...

Westphalen : Respuestas sin preguntas (México, 15/06/2012)~“El surrealismo abolió el como”, decía André Breton. Uno pude saltarse alevosamente la idea central de la frase (a saber, que el surrealismo hacía metáforas sin hacer comparaciones) y centrarse con cierta mala fe sólo en su aspecto formal: el surrealismo abolió el adverbio como, pero sobre todo abolió la conjunción... Dejando la mera comparación (“los dientes son como perlas”), la metáfora se vuelve poética al eliminar el nexo entre dientes y perlas. El poeta ya ni siquiera afirma que “los dientes son perlas” sino que dice, directamente, “las perlas de tu boca”...
Como se ve, Breton se arrogaba una novedad tan vieja como la poesía misma. Pero quizá no lo hacía del todo en falso, porque es verdad que en la poesía surrealista parece faltar muy a menudo el nexo entre las cosas (entre las oraciones, los versos, las ideas); es decir, parece que falta el imán que acomoda las frases a su alrededor, de manera que éstas parecen simplemente salpicadas al azar o gobernadas por la mera asociación libre, por el capricho, el deseo o el inconsciente (la poesía como cantera de destellos azarosos, como letanía de gambusinos que criban guijarros en el río: abalorios sin sarta)... Los surrealistas dirían quizá que todas estas cosas tienen su propia lógica, distinta de la normal. La lógica del azar, la del misterio, la lógica de la expresión... Westphalen (Escritos varios) da un ejemplo de esto:

¿Qué quiso decir Vallejo, por ejemplo, con estos versos:
“detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto con las que se honra el animal que me honra”...?
¿Cuál es aquel “bienio, el de los lóbregos semestres suplicantes”?, ¿cómo es que el pueblo “cerró su natalicio con manos electivas”?
Mas estas expresiones no son para el análisis lógico, sino es el modo que usa Vallejo para hacer palpable una violencia desesperada que no alcanza su objeto.

Hay varias cosas interesantes en este breve párrafo de Westphalen. Por ejemplo, que admita en principio como legítimas las preguntas (¿qué, cuál, cómo?), aunque luego aclare que éstas no pueden responderse en la lógica común, porque no son afirmaciones hechas en esa lógica sino un modo de expresión; es decir, que quieren decir algo más que lo que significan “en buena lógica”. Esto da por supuesto que las frases que se dicen en ese modo de expresión no podrían acomodarse como respuestas de ninguna pregunta lógica —y acaso de ninguna pregunta en absoluto. Dicho de otro modo, que son el anti-diccionario, lo contrario de las definiciones léxicas. Yo podría, por ejemplo, definir sangre como “líquido de color púrpura que circula por las arterias y venas de los animales superiores” y luego preguntar: ¿qué es ese líquido de color púrpura que circula por arterias y por venas? La respuesta a esta pregunta sería sangre. Este paso de la definición a la adivinanza no ocurre en la poesía. Si la poesía es en algún sentido respuesta, es respuesta a una pregunta que no puede formularse. Por decirlo “voltibocabajeando” unas palabras de Walt Whitman: yo levanto respuestas para las cuales no hay pregunta...

Babel : metáfora y traducción (México, 16/01/2013)~ ¿Se recortan las palabras contra fondos diferentes, según su lengua? ¿No son lo mismo el silencio del español y el silencio del japonés? ¿Puede decirse que un silencio es metáfora de otro, como una lengua es metáfora de otra? No sé si uno se calla en su propio idioma o se simplemente se calla, universalmente. En cualquier caso, es extraño que a nadie se le haya ocurrido (aunque quizás Murena lo intuyó) que la mejor traducción de metáfora (meta + foros, ‘llevar más allá’) sea traducción (trans + ducere, ‘llevar más allá’). Esto confirma mi idea del año pasado sobre la necesidad de que, si hay una lengua, haya al menos otra. Si es verdad que una lengua es reflejo de lo que expresa (signo de otra cosa), en ese reflejo habrá que ver una metáfora. Se pude debatir de qué son metáforas las metáforas en que se expresa una lengua. Algunos dirán que una lengua es metáfora del mundo en su sentido más amplio; otros, que de ese silencio contra el que se recortan las palabras (silencio que es trasunto de la Unidad perdida, como diría seguramente Murena y han soñado tantos y tantos etimólogos); metáfora, en suma, de la lengua de Adán, ésa que se hablaba antes de Babel.

Si prestamos atención a lo que dicen los mitos, veremos que no sólo suponen que las lenguas de hoy no son más que pálidas metáforas de la lengua divina o la lengua originaria sino, sobre todo, que para que una lengua exista debe existir, o haber existido, al menos otra lengua. Esto es así porque cualquier definición de lengua implica (aunque esto casi nunca se explicite) su traductibilidad. Una lengua intraducible no sería una lengua. (Y, así, sólo estaremos seguros de que los delfines tienen una lengua cuando hayamos podio traducirla. Y si algún día logramos comunicarnos con los extraterrestres, será porque su lengua es lengua como la nuestra; esto es, lengua metafórica…).

De algún modo, toda comprensión es una traducción. Más aún: todo entendimiento es traducción...

Traducción y creación(México, 16/01/2013)~ La traducción literal es imposible. No es más que un sueño abstracto, a su manera monstruoso. De ahí, quizás, el desprecio moderno por “la tiranía del original”; es decir, por la tiranía de un texto que no se concibe como traducción de otra cosa... Con todo, a esta posición cabría hacerle un reparo: también el original traduce. Pero, si el original también traduce ¿qué traduce? ¿Cuál es el original del original? Los poetas han dicho, desde antiguo, que ellos copian o traducen las palabras de la Musa. Pero esas palabras, aun siendo palabras, no parecen dichas a la luz pública: sólo las escucha el poeta (que por algo es un loco, un inspirado, un entusiasta)... Así, el creador es dueño de un original que sólo él posee o atestigua. El traductor, en cambio, se enfrenta a un original que no posee sólo él sino que se ha hecho público. Dicho de otro modo, el poeta está ante las palabras de la Musa, que son palabras que no se han dicho antes; el traductor, en cambio, se enfrenta a algo ya dicho, a algo sabido de antemano.
Lo que llamamos texto original es traducción de algo no dicho; el texto traducido es  traducción de algo dicho. Eso le da a la obra original un estatuto que no tiene la obra traducida: esa especie de definitividad que las traducciones rara vez alcanzan (como la Bibia del rey Jaime, por ejemplo). Hemos traducido mi veces El cantar de los cantares, y sin duda lo traduciremos otras mil veces más, pero no nos queda más remedio que suponer que sólo se escribió una vez —y suponerlo así aun cuando creamos que también Salomón traducía, porque su original se ha perdido, pues sólo existió brevemente y exclusivamente para él...

Valéry apuntaba a esto cuando decía que una obra no se termina sino que simplemente se abandona. En cierto sentido, él traducía y volvía a traducir las palabras de la Musa, hasta que lo vencía el cansancio, o el aburrimiento. Pero, muerto él, las palabras de la Musa se extinguieron. Ella le hablaba a él, nada más, como en secreto; a nosotros, en cambio, es Valéry mismo quien nos habla, y en voz alta. Si su obra es definitiva no es porque esté acabada sino porque, al final, no tuvo más remedio que abandonarla para siempre. Fue la muerte quien la volvió definitiva. Valéry se llevó a la tumba el original que traducía, y sólo nos dejó su traducción. Pero sus traductores no podrán llevarse a la tumba las palabras de Valéry sino que éstas se han quedado aquí, entre nosotros, para que las tomen nuevos traductores...