El diván de Lorca
 
 

 
Por Aarón Andrés

clasicos-lorca.jpgPasó el Big Bang del veintisiete y dejó un sinfín de estrellas en el firmamento poético, que fueron alejándose del foco principal a través del individualismo estético de sus autores. De aquel fogonazo de vanguardia quedó un universo hermoso, el de la generación de Plata. Tan solo una propuesta de partida. Los movimientos de vanguardia tuvieron su recorrido natural y dejaron, como todas las alquimias, un poso de nuevas soluciones estéticas con las que armar los nuevos edificios poéticos.

Lorca es quizás el máximo exponente de su generación y, seguramente, su voz más personal. Su poesía fluye con una cadencia fácil, musical, de colorido impromptu. Es el mismo Lorca que hace emerger las notas del piano y traza deliciosos dibujos de candor naif el que ahora contempla su obra poética con cierta perspectiva desde el Diván del Tamarit. Atrás quedan obras de teatro y poesía dignas de un titán barroco de apenas treinta y seis años.

No. 61 / Agosto 2013



El diván de Lorca

Por Aarón Andrés


clasicos-lorca.jpgPasó el Big Bang del veintisiete y dejó un sinfín de estrellas en el firmamento poético, que fueron alejándose del foco principal a través del individualismo estético de sus autores. De aquel fogonazo de vanguardia quedó un universo hermoso, el de la generación de Plata. Tan solo una propuesta de partida. Los movimientos de vanguardia tuvieron su recorrido natural y dejaron, como todas las alquimias, un poso de nuevas soluciones estéticas con las que armar los nuevos edificios poéticos.

Lorca es quizás el máximo exponente de su generación y, seguramente, su voz más personal. Su poesía fluye con una cadencia fácil, musical, de colorido impromptu. Es el mismo Lorca que hace emerger las notas del piano y traza deliciosos dibujos de candor naif el que ahora contempla su obra poética con cierta perspectiva desde el Diván del Tamarit. Atrás quedan obras de teatro y poesía dignas de un titán barroco de apenas treinta y seis años.

E iluminando el jardín, antiguo y renovado, ha enraizado un poema que es en si una obra maestra, una fantasía oriental: la casida de la mujer tendida.  Veo en esta casida mimbres y sensaciones sensiblemente diferentes, se diría que crepusculares. Las metáforas parecen más universales si cabe, delicadas, pero solemnes. También llama la atención el tono dialogado del poema que, sin serlo, se acerca a la hechura de la poesía amorosa, quizás a una elegía cuyo protagonista final no es otro que el ser humano, el “polvo eres”, como si también el poeta buscara en la tierra un último regazo en el que aliviar sus múltiples penalidades y poder, quien sabe, si arraigar del todo.  El sentimiento trágico, ya profético, se imbuye desde un principio pero no eclosiona hasta los dos últimos versos y, aun así, no pierde la composición ni un ápice de su serenidad y su elegancia nucleares.

Como en las últimas sinfonías de un Mozart que contempla la estela de su propia creación, el genio granadino consigue el equilibrio perfecto entre clasicismo y adversidad, belleza y transformación, en un último esfuerzo por salir airoso, esperanzado al menos. La mitología acidalia, la exquisitez oriental, la canción, la métrica y serenidad del clasicismo, la libertad inherente al Romanticismo, la desnudez de sentimientos, los contrastes estéticos de Baudelaire, la cara más luminosa del Modernismo, el vitalismo, el afán de sorprender del Surrealismo y, en definitiva, la sensibilidad de un Lorca prodigioso hacen de este un poema inmortal, arte total, arte puro y a su diván un edén donde reclinarse y, mirando esta vez a través de sus versos, soñar para siempre con el corazón del sapo o la violeta.