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Frágiles trofeos
Jerónimo Pimentel,
AUB, Lima, 2007

 
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Otras Celebraciones

 

La casa, la casa, la casa. ¿Cuántas formas de dejarla?

Aún recorro sus pasillos sucios y huelo el alcohol

Medicinal, su sudor de museo austriaco detenido en el tiempo,

Incapaz de inventarse a sí misma en su risa de cafetín.

En esos pasillos la tierra daba vueltas como un cometa perdido;

Una cena inventada donde construimos edificios asombrosos.

Vaya mansiones, vaya oportunismo, vaya desdén.

Quien colecciona réplicas de muebles y recuerdos chinos

No puede mirar al cielo y suspirar como un rey cuyo sosiego

Sólo es interrumpido por la sombra de la horca. Así era este techo [indeclinable,

Su vida impuesta en las cortinas roídas, las salas maravillosas

Y las grandes fiestas en las que perros jugaban con abejas.

Pero en sus armarios, en sus pasadizos secretos

—detrás de los cubiertos, en el borde filoso de finas copas—,

El olor a vermouth maceraba el marco que encuadraba nuestra [familia.

Salíamos en lienzos, robustos y patéticos, con las espaldas firmes

Y los huesos levantados, escondiendo ropa interior barata,

Nuestra teórica promiscuidad.

Y luego de posar por horas, de mostrar galantes los aspavientos aprendidos

—diminutos labios de suficiencia inglesa—,

Corrimos por zaguanes inmensos a tocar desesperados las viejas [armaduras,

Las lanzas medievales, los pianos sin cuerdas, una ascendencia [fosilizada

En yeso y carmín. Más allá, zorros y lechuzas lanzaban su sabiduría [salvaje

Y encontraban la legislación correcta, la puntuación idónea

De una catástrofe que sabe a fantasmas hambrientos. Nunca salimos.

Y así, encerrados en Palacio, nuestras alabanzas se derritieron

Como las figuras de cera de una pesadilla mutua.

Nadie nos visitó más. Y cuando la bulla de otras celebraciones

Irrumpía en nuestra morada, tú te agitabas y hacías de mi calma

Míseras monedas que insultaban a un Dios insobornable.

Sapos lamiéndose la nuca, un cuento de hadas sin final;

Dando brincos de júbilo y desoyendo advertencias paternas

Bajaste las escaleras como una princesa herida.

Una dama observando el poniente no suele tener frío.

Pero al caballero, acechando desde la cocina, sólo le queda

Echar cuenta del servicio, y luego del servicio vecino, y luego mirar.

La casa, la casa, la casa. ¿Cuántas formas de dejarla?

En esta novela sólo brillan estrellas molidas.

 


 


 

 

Origami

                                                                        a B. V.

 

Digamos que conté las escaleras.

Digamos que las conté, y que en un arranque

Sospeché que ese número encerraba un significado.

Digamos que descifré la epifanía,

Desarmé el sentido y me nutrí de él.

Digamos que me lo comí todo, y que ese alimento

Permitió mi andar altivo por aquella avenida.

Digamos que eso fue lo que pasó.

 


 

Bombus Ardens

Mi literatura nos tendrá que salvar.

- A. H. T.

 

 

Abejorros como agua en tus labios dormida.

Abejorros como proclamas garabateadas en ventanas sucias.

Abejorros como perdigones incrustados en tu espalda.

Abejorros como la ciudad apagada a punto de apagarse.

Abejorros como las carrozas del cortejo fúnebre que nos espera.

Abejorros como tilios huérfanos, amancaes desconocidas.

Abejorros como palabras urgentes en la víspera del naufragio.

Abejorros como flechas negras disparadas a blancos imposibles.

Abejorros como una nube a punto de explotar misericordia.

Abejorros como luciérnagas destellando oscuridad en un mundo de [luz.

Abejorros como pesadillas atómicas, desérticas, inasibles.

Abejorros como demonios cuyo único alimento son nuestras orejas.

Abejorros como abuelas atesorando tardes de sol en cofres [carcomidos.

Abejorros como mendigos peleándose con perros en las puertas de la [iglesia.

Abejorros como las lágrimas turbias del rimmel enamorado.

Abejorros como una película de terror proyectada eternamente.

 

Abejorros en la sorpresa de los gatos cuando salen de misa.

Abejorros en el aliento de un leopardo observando a un cervatillo.

Abejorros en los cuatro pasos que faltan para llegar al baño.

Abejorros en las vigas que crujen y crepitan y despiertan a los niños [dormidos.

Abejorros en matrimonios, rojos abejorros devorando la torta de los [casados.

Abejorros en eclipses lunares, ¡enjambres de abejorros!

Abejorros en aquello que dejamos de ser, en aquello que ya no [somos.


Escucha:

Abejorros aplastados en paredes.

Abejorros cuyos cuerpos cobran vida en la noche y revolotean [alrededor.

Nicho de abejorros, nido de abejorros,

Siento sus risas arrebujarse en mi pecho.

Su rostro porcino, su lomo de abismo levantarse

                                                                        en un neurótico batir de alas.

El escándalo de su pulpa hinchada,

La obsesión de sus convulsiones.

 

Abejorros aplastados en paredes.

Abejorros en coreografías magníficas, aéreas.

Abejorros en una función que es sólo para mí.

Entonces, yo los aplaudo.

Y mis aplausos son la prueba de que algo se rinde.

 

 

 


 

 

 

El Misterio del Mundo

 

                                                                        a H. M.

 

El misterio del mundo es un océano escondido en tu boca.

Semillas cayendo al mar y anzuelos en vasos de agua.

Una tripulación atenta, un capitán recogiendo versos como [náufragos

            en las costas de Samoa.

Portsmouth, el cierzo acaricia tu lengua.

Ron en los labios, brújulas apuntando a cuadrantes helados.

Naves cuyo destino es un puerto perdido.

Y luego regresar.

Nantucket al acostarte, el mar licúa tus sueños.

Una cubeta, una noche ahogándose en las costas de Lima.

Los peces se escurren de las manos.

Criptogramas descifrados por nuestra saliva.

Sílabas tartamudas para baldear la cubierta.

Las nubes enceguecen tus pensamientos.

Imágenes asmáticas retumbando junto al murmullo de la lluvia.

Geometría líquida.

Escotillas y catalejos; riendas sueltas, velas hinchadas.

Una ilusión de terror, una certeza de camarotes vacíos.

Linternas bailando en la cabina.

Y de pronto el silencio.

           

La gran ballena, ahí.

 

En este mar sucumbiremos.

 

 

 


 

 

La Fábula del Padre y el Hijo

 

El hijo abre la boca y de su boca

Palabras apenas descubiertas

Recorren los campos como la voz de una madre cariñosa

Al primer rayar del alba.

Lilas y hermelindas, azucenas y acacias, desperezadas

De la insípida noche, despliegan sus perfumes

Y sus perfumes

Desentumecen con suavidad la crispada rigidez de los juncos,

Ya tendidos al suelo como creyentes

Ante una cálida plegaria.

Y descubiertas, las luciérnagas, como niños asustados

Al primer oír de una tormenta, alzan vuelo y en el cielo

Escriben palabras que hablan de cómo se encariña el jugo de sandía

En la lengua de la madre

Cuando la sed despierta sola en las mañanas de verano.

Y la luna, agradecida, como un pordiosero

Al primer invitar de un mendrugo,

Desciende a la habitación del padre,

Lo despierta con claridad,

Le susurra las palabras con las que su hijo

Bendijo a las flores,

Y, conmovida,

Lo ve llorar.

 

 

 


 

 

Melmoth, The Wanderer

 

Muéstramelo todo, dije, con respiración cansada, mientras una [bandada

De murciélagos chillaba en cavernas cuyos ecos constituían el color

De mis sueños. Dime qué encontraré, de qué forma la historia

Será contada. ¿Acaso entre sombras un orador cubierto

Alzará candelabros al grito de “Sebastián Melmoth vuelve a casa”?

¿O será una voz, un murmullo patibular lo que asome por detrás,

Seduzca al Rey cansado e inicie el relato de sucesión?

No lo sé, contestaste, pero los ríos ya se desbocaron y llenaron con [reptiles las fosas;

 

con hormigas, el tiempo. 

 

Oh, piedra gastada, ¿dónde el sortilegio?

Vestí lo único que mi padre legó y fui tras sus pasos buscando palabras filosas

 

y un templo de invocación oculto en mis dedos.

 

Por un momento te vi sonreír a las gárgolas. Te vi firmar su alianza

Y dormir al calor de una deuda. Por un momento fue fácil convocar truenos

Y anegar fronteras con versos de Dios y retruécanos de sombras. 

Las historias, dije, las historias, ¿cómo serán contadas? ¿Al [amanecer,

Con la corte dispuesta? ¿Entre cuchillos turcos emponzoñados con [baba de termitas?

¿Al finalizar la luz, cuando mis muebles se vuelvan cómplices de la [fatalidad?

 

Aprendiz, escuché, será en el fondo,

Con palabras submarinas.

Una fiesta oceánica a la que tardarás en llegar.

 

 


 

 

 

Oración Frente a una Muchacha Desnuda

 

Mi única casa es la mujer que duerme conmigo. Mi casa

 

Es un gran sitio para construir.

 

Enemigos deambulan por el suelo;

Hombres revolotean a mi sombra.

Pero ellos se equivocan al compartir. Yo comparto un cielo [estrellado,

 

la trastienda de una noche.

 

A los reptiles nos los espanto yo.

Mi misión es ordenar los papeles que te albergan.

El horizonte abierto aleja a los buitres y sus picos caen al mar

 

como espadas derrotadas.

 

Porque tú eres mi mujer y mi única casa.

Mi casa es el paraíso.

El paraíso eres Tú, Señor.

 


 

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