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No. 61 / Agosto 2013



Genaro Ruiz de Chávez Oviedo
(Ciudad de México, 1984)


Poema que imita el nadar de una mantarraya
(o los últimos pensamientos de Steve Irving: Cazador de cocodrilos)


Rápidos, marinos galgos domeñados
Vienen, pasan, van, fueron.
Por calles salinas y semáforos de coral.
Por las regiones abismales
en espirales, cerradas en las charcas y las almas,
las mantarrayas.

Abro, cierro, abro, cierro
las branquias

                                                   —¿Las qué?—

Las branquias, ranuras blancas
de la mantarraya en mi corazón.
Las rayas que en mi mantra rajan
mi pulmón de latón.
Nada, nada, mantrarrara.

Mantra rayada  por titiritares astrológicos,
constelaciones de plancton, ahogo en los ahogos
envuelto en las olas.
                                                         —¿Qué gusta usted?—
                                                         —Uno de mamífero si es usted tan amable—

Mantarraya en mi corazón
que solo sabe sorber los sabrosos
sorbos salobres de mi ser.
                        Nada, nada, mantarraya ahora en mi razón.




Pantera


Un sueño
herencia de la noche:
 Tenía una pantera
agazapada en mi escritorio.
 Un día salió de ahí
y se comió al perro del vecino,
al vecino y a una criada.
 Mató a un policía
a un abogado
y a toda su familia.
 Desgarró las cortinas
 Deshizo las alfombras
hipotecó la casa
 Astilló las carnes
de mis pobres hermanos.
 Acabó con mis padres
y se divirtió de lo lindo,
que no quepa
la menor duda.
 Satisfecha la pantera
no quiso volver
ni al fondo del escritorio
ni al olvido de los sueños.
 Mejor le pareció
vivir en la blanca morada
de ésta hoja de papel.