Atanor 14    

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 
Lengua y pertenencia (Cuernavaca, 03/02/2003)~ Varios escritores (Cioran, Paz) han dicho que su única patria, su patria verdadera, es la lengua. Es una manera política de expresar un sentimiento de pertenencia. Pero la expresión bien podría haber tomado una forma no política, no excluyente, y por lo mismo religiosa, antimoderna (hecha frente al mundo todo): Mi alma verdadera es el lenguaje.

atanor-elytis-2.jpgAutenticidad: Elytis, Seferis, Pavese (México, 24/02/2009)~ Una idea (quizás una superstición) que heredo seguramente de mi padre sostiene que la autenticidad se encuentra más cerca de la tierra que de las alturas (palaciegas o celestes); que el arraigo es garantía de un trato directo con el origen y que el origen es cifra del sentido de la historia y del hombre. La idea implica que la tierra da una sabiduría parca pero ancestral, según la cual un hombre debe amar su destino aun cuando no se resigne a él (amor fati)...

No. 62 / Septiembre 2013


Atanor 14

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 


Lengua y pertenencia (Cuernavaca, 03/02/2003)~ Varios escritores (Cioran, Paz) han dicho que su única patria, su patria verdadera, es la lengua. Es una manera política de expresar un sentimiento de pertenencia. Pero la expresión bien podría haber tomado una forma no política, no excluyente, y por lo mismo religiosa, antimoderna (hecha frente al mundo todo): Mi alma verdadera es el lenguaje.

atanor-elytis-2.jpg Autenticidad: Elytis, Seferis, Pavese (México, 24/02/2009)~ Una idea (quizás una superstición) que heredo seguramente de mi padre sostiene que la autenticidad se encuentra más cerca de la tierra que de las alturas (palaciegas o celestes); que el arraigo es garantía de un trato directo con el origen y que el origen es cifra del sentido de la historia y del hombre. La idea implica que la tierra da una sabiduría parca pero ancestral, según la cual un hombre debe amar su destino aun cuando no se resigne a él (amor fati); quiero decir, debe reconocer que su destino no es distinto del orden del cosmos y rebelarse sólo cuando lo vea traicionado, pues la traición a ese destino es una violación del orden del mundo, de su sentido y su valor primigenios. Las religiones paganas sabían reconocer esto abiertamente, y los primeros filósofos basaban su idea de justicia sobre la supremacía de la ley natural sobre la ley humana, pero hoy sólo podemos ver rastros de ello en las distintas formas en que se expresa la devoción popular en las grandes religiones. Se trata, en suma, de una sabiduría “de antes de Cristo” (como diría López Velarde), o pre-olímpica (como diría Pavese). Como se ve, la han defendido muchos poetas, y algunos han llegado a tal extremo que parecen hacerse eco de aquella idea casi mágica de la lingüística decimonónica que adjudicaba al paisaje, a la geografía, los valores de la lengua hablada en él (pienso en ese puñado de poetas griegos que florecieron entre guerras: Seferis, Elytis, Ritsos). En cualquier caso, todos ellos aprecian la poesía según el apego que su lengua tiene a la tierra; esto es, según la autenticidad de sus palabras.

Yo he creído ver en esta idea, como Pavese, los últimos estertores de los valores campesinos. Pero me la he llevado a Marte. Y allá, en esas alturas (ni palaciegas ni celestes), sigue valiendo lo que acá. ¿Se trata entonces de unos valores humanos en general, no estrictamente campesinos? Supongo que sí, y entonces habrá que comenzar a darles un rostro menos campesino, pero quizá más viejo aún. No es fácil. ¿Podría Pavese haber escrito una novela con personajes pre-campesinos?... ¿Y post-campesinos?… Ya vendrá el tiempo... Aún no se escribe nada realmente post-campesino. Las novelas de ciencia ficción siguen siendo novelas de labriegos. Pero ya vendrá el tiempo…

Elytis y el amor fati (México, 24/02/2009)~ Es extraño lo que busca Elytis: la manera en que un instante se engarza al tiempo sin desplazarlo ni sustituirlo, sin siquiera representarlo. Quiero decir: una vida que alcanza el pináculo de un instante no significa sólo ese instante, ni ese instante la representa necesariamente. Aunque él agradezca al surrealismo esta liberación del símbolo y la alegoría, hay que ver en ello una noción más antigua (la del amor fati) que obliga al artista a mirar con los sentidos —como presume de hacer él mismo— pero no a copiar lo que éstos ven sino a abrazarlo. Abrazarlo como se abraza, siempre hoy, un destino.

Hay en este amor fati, en esta fidelidad al destino, una suerte de objetividad, de proceso natural, en el que la imaginación participa sin “imaginarse cosas”, sin inventarse nada, sino reconociendo simplemente que en aquello que le entregan los sentidos hay un orden (reconociendo el arquetipo; o el mito, si se quiere). La imaginación es en esto un simple testigo de la veracidad de los sentidos, pero es ella quien finalmente rinde testimonio de lo que le entrega el presente (en un poema, en un relato, en un cuadro). La imaginación no habla de oídas, no rinde testimonio después de ocurridos los hechos. Para ser fiel a los sentidos, que sólo registran el presente, debe ella también actuar en el presente, sin brecha, sin lapso. Por eso, para un poeta, imaginar no es distinto de sentir.

Los filósofos a veces dicen que los sentidos imaginan la realidad, que la hacen imagen (Kant). Esta visión a veces se malinterpreta, pues puede sugerir que la imaginación sólo actúa después de los sentidos; y entonces, por mínimo que sea el lapso entre una cosa y la otra, parece haber siempre una sucesión; es decir, dos fenómenos: la cosa y su imagen, el original y su copia. Pero esto no pasa de ser un malentendido. Muchos filósofos ven las cosas a la inversa, como los poetas: es la imaginación quien siente las cosas, las toca, las escucha. Ello no implica ningún proceso: es un acto en el pleno sentido del término; esto es, un acto instantáneo, pues ocurre siempre en el instante que ocupa el presente. Lo que atestigua la imaginación es siempre una verdad del presente. No es raro. Si hemos de confiar sólo en los sentidos, no hay verdades fuera del presente. De hecho, no hay nada fuera del presente. Siempre es hoy. El presente es perpetuo, como decía Paz.

Es la confianza en este destino siempre presente, natural e incontaminado, lo que le da a Elytis confianza en sus sentidos (las cosas no son ilusorias: existen; la conciencia no se aprovecha de una prórroga del tiempo presente). Pero es también la confianza en sus sentidos lo que le permite reconocer ese destino. Las cosas no sólo son verdaderas: son verdad encarnada. Lo que mira ahí es la evidencia instantánea de una verdad, de un destino. Pero ¿qué hacer entonces con la re-presentación de esa verdad, que parece venir sólo después de la experiencia misma y realizarse a su costo? Elytis quizá diría que las representaciones (sus poemas, sus cuadros) sólo podrían falsear la verdad de que dependen si tuvieran la intención de suplantarla, no la de abrazarla. Para él no habría, entonces, verdadera re-presentación (presentación secundaria) sino sólo abrazo de la presencia. La verdad no se representa: se abraza.
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Pero ¿no es eso cerrar el tiempo sólo a lo presente? ¿Cómo, entonces, aceptar el tiempo, los recuerdos de la infancia, las veleidades de la historia? ¿Cómo no renunciar a la esperanza, a la acción, a la justicia que anhelamos y vemos siempre futura? Elytis quizá diría que todas esas cosas son “tesoros ocultos”. Están ahí sin duda hoy, pero hay que hallarlos. El pasado es un tesoro oculto en el presente, pero también el futuro. El presente está preñado de futuro, pero también de pasado. Esta respuesta puede parecernos poco lógica. De hecho, recuerda aquella que daba Phillip Henry Gosse cuando quería empatar las verdades de la religión con las de la paleontología: Sí —decía Gosse—, Dios creó a los hombres hace sólo 5,000 años, como dice la Biblia, pero dispuso en el subsuelo unos huesos de dinosaurio, para darles a los hombres siquiera la ilusión de una historia más vetusta. Dicho de otro modo, Dios “les plantó” un pasado a los hombres. Gosse muestra así que no todas las respuestas son lógicas. Algunas, como se ve, son míticas. Su idea podrá ser absurda para Marco Aurelio y para la ciencia —que no se curarán de decir que se consuela con un engaño, y a sabiendas de que lo es—, pero no es absurda para la poesía, que no escucha la respuesta como una solución a la paradoja del tiempo sino como lo que es: una respuesta. Y no dejará de reconocer lo que tiene de poética; es decir, de no-solución. Gosse responde al misterio del tiempo con un nuevo misterio: En el principio era el pasado… En eso quizá consiste el amor fati del arte (al menos el del arte de Elytis, Seferis y Pavese): no en aceptar resignadamente un destino inapelable sino en no aceptar que ese destino sea de verdad inapelable; en no aceptar que se quede sin respuesta.

Ésta es quizá la única justificación del arte, nuestra manera de reconocer el misterio y hacer que él, a su vez, nos reconozca; un modo, en suma, de amar la vida y responderle. Porque el amor —como dice Lucrecio— “hace frente”; es decir, responde. En eso reside su fidelidad.

Amor y justicia (México, 24/07/2012)~ Luis Villoro (La significación del silencio) no suelta la frase del Tractatus donde Wittgenstein afirma que “lo místico no es cómo sea el mundo, sino que el mundo sea”. La celebración de esta existencia que se expresa en la poesía no sólo confirma y atestigua “lo místico” del hecho sino que a su modo lo repite: que haya poesía es tan gratuito y tan místico como que haya universo, cuando podría no haber. En este sentido, “lo místico” se percibe como una gratuidad, como un don. Y, por más que Wittgenstein diga que de eso “es mejor no hablar”, no falta quien descubra en ello el sentido último de la justicia, pues éste remite al amor, que es la suma gratuidad; es decir, algo que no se recibe ni como pago ni como recompensa. En Amor y justicia, Ricœur opone así, a la lógica de la Regla de oro (Actúa hacia los otros como quieres que los otros actúen hacia ti), la lógica del don, la gratitud y la generosidad (Si te abofetean, pon la otra mejilla). Si entiendo bien su argumento, no hay contradicción sino complemento entre las dos normas, que no por nada los Evangelios suele citar juntas. Porque no basta la lógica de la igualdad entre los individuos para evitar que se cometan abusos, y a esos abusos ha de oponerse la buena voluntad. Como la Regla de oro siempre se puede pervertir en favor del interés (Te doy para que me des), se hace necesario corregir sus abusos mediante la generosidad (Porque me ha sido dado, doy). Así, el sentido último de la justicia no deja de tener como horizonte el agradecimiento por un don originario y “místico” —por una bondad que precede a la ética: la de Dios cuando mira su creación y ve que “es buena”. Porque es bueno que haya, cuando podría no haber, y es bueno que la Regla de oro no traicione la gratitud originaria sino que le sea fiel, pues en ella reside su último sentido.

atanor-ricoeur.jpgRicœur recicla de este modo el viejo tema que opone la ley natural a la ley humana (Aristóteles), la ley de los muertos a la ley de los vivos (Hölderlin), legalidad y legitimidad, etc. Lo hace desde la perspectiva católica, sin duda, que tiene la ventaja —para nosotros— de partir de valores que damos por sobreentendidos. A ello suma las reflexiones modernas sobre el lenguaje, lo que le permite ver a la justicia como una de la facetas del diálogo entre los hombres. Un diálogo que no podría existir si no estuviera, él también, precedido de la buena fe; de esa especie de reflejo que nos hace responder cada vez que alguien nos llama o nos saluda.

La Creación nos interpela. Quizá sea verdad que es mejor no hablar de ella —como decía Wittgenstein—, pero ¿quién podrá evitar que el fiel responda a su interpelación, o que el poeta la celebre? Poemas y oraciones... ¿O es que se puede honrar la fidelidad para con el mundo quedándose callado? Si hay amor ¿quién podría no darle una respuesta?

 


Publicaciones previas:


No. 50 - Creación, invocación (1)  
No. 51 - Creación, invocación (2)     
No. 52 - Palabras (3)          
No. 53 - 2. Palabras (4)         
No. 54 - 3. Poética de la lengua (5)    
No. 55 - 3. Poética de la lengua (6)
No. 56 - 3. Poética de la lengua (7)
No. 57 - 4. Concreción de la poesía (8)
No. 58 - 4. Concreción de la poesía (9)
No. 59 - 4. Concreción de la poesía (10)
No. 60 - Imitación y representación (11)                      
No. 61 - Metáfora y ausencia (12)