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Los espacios azules y los verdes
Manuel Andrade, Ediciones Lago, México, 2013.

Por Javier Moro Hernández
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No. 62 / Septiembre 2013



 

Todo libro es un viaje al interior de un universo particular, un universo distinto creado por la labor del autor, pero todo viaje conlleva en sí varios riesgos: el de no ser enteramente comprendido, el de no ser escuchado, el de no ser terminado como él autor lo había pensado desde un principio. Riesgos que corre el autor a la hora de escribirlo, de concebirlo, de trabajarlo. Pero trabajar en una antología de autor se convierte en un doble riesgo tanto para el autor como para el editor que decida llevar a buen puerto el proyecto. En esta caso Manuel Andrade y Ediciones Lago decidieron lanzarse a las aguas juntos y publicar como primer número de su nueva colección de poesía “En boca cerrada no entran moscas. La poesía es una epidemia” una breve antología de la obra de Manuel Andrade titulada “Los espacios azules y los verdes (Breve Antología)”,  que conjunta parte de la extensa obra de Manuel que se extiende ya por tres décadas de labor poética ininterrumpida.

Desde su primer libro “Postales” de 1986 hasta “Siete veces el mar” de 2011, la obra de Andrade se ha mantenido en un constante devenir poético, del cual “Los espacios azules y los verdes”, una obra artesanal de la cual solo se produjeron cien ejemplares foliados es un pequeño pero hermoso ejemplo, que muestra una obra seria, intensa siempre preocupada por el valor, por el peso de la palabra. Esta “breve antología” está compuesta por poemas cortos provenientes de sus libros publicados, poemas que destacan por el brillo del lenguaje, la solvencia de su pluma.

Manuel Andrade es un poeta preocupado y consciente de que su material de trabajo son las palabras, el lenguaje, la palabra que pueden volatizarse, elevarse y no regresar, el lenguaje que es un material dúctil y noble como el barro, como la tierra, pero que sí no lo sabes tratar y cuidar puede convertirse en un material peligroso, explosivo. Un material que en manos de los neófitos, de los no iniciados en él puede parecer inocuo pero que puede ser tan peligroso como las armas químicas o la dinamita, y Andrade lo sabe y se preocupa por lo que su pluma tiene que decir y cómo lo va a decir, tiene la paciencia de un artesano que labra en la hoja en blanco para sorprender con el resultado final, con la belleza que se encontrará al final del poema, pero que no deja de sorprenderse ante esa belleza que surge, que nace fruto del trabajo, de la concentración.

La obra de Andrade se interna a un silencio vegetal que nos transporta a un pasado idela perdido, un viaje hacia la infancia, hacia los recuerdos, hacia una ciudad perdida, hacia un silencio lleno de reminiscencias vegetales, animales, infantiles, hacia esos espacios que ocupan nuestra memoria pero también nuestros sentidos. Hay en ellos una preocupación esencial por los espacios que nos rodean, que nos cobijan:

“Tiene el verano cuerpos intrincados
En su planicie de humo.
Respira azogue y muros blancos.
Su madreselva es veladura
Que agita el viento de la noche.” (1)

Verano, humo, viento, son palabras que se vuelven sensaciones que nos envuelven, que nos elevan a través de la tierra para llevarnos a otra dimensión, a un nuevo lugar que es distinto al que habitamos.
“El desierto esta noche es un espacio azul, un cúmulo de libros que me ofrecen teorías para cantar con tu nombre y me lo niegan con su curiosa maña de vaciar los objetos. El desierto también son  estancias vinílicas desde donde adivino las playas que recorres, patria con que describo verdes cosmogonías que palpan en tu presencia, son también el desierto.”

Podemos leer más adelante en el poema que le da título al libro. Espacios entreverados con el silencio, con la magnitud del espacio que nos rodea, que nos conforma, nos atañe, nos abraza y nos da pie a una sensación de tristeza que sin embargo es terrenal, tiene piso, no nos deja perdernos. La poética de Andrade se construye a partir de una tristeza que lo envuelve todo, pero sigue siendo reconocible, sigue perteneciendo a la tierra, al espacio.

El entorno es una figura poética más, descubriendo así su magia, su poesía y nos convierte en algo parecido a un fantasma que deambula, que recorre los espacios creados, abiertos a través de la voz del poeta.

Caricias, sensaciones físicas que nos recorren, que vemos, que olemos, de eso también están construidos los poemas del libro de Andrade. Sensaciones presentes que son traídas hasta nosotros por el poder evocador de las palabras. El poeta como médium entre el pasado y el espacio.

El título del libro nos advierte claramente sobre la constante aparición de los paisajes verdes y azules, pero también nos lleva a los lectores a perdernos y encontrarnos en esas esferas, en esos paisajes dominados por la luz que el poeta ha construido a través de su voz, que llenan al lector de una sensación de luminosidad, de placer, de calor, de caminos que se abren ante él desnudando sus secretos.

Secretos que, en muchas ocasiones, conllevan consigo un registro sensual, un aire de seducción que nos permiten reconocer un camino que se abre y descorre los velos de secretos que estaban muy bien guardados, que eran celosamente protegidos:

Centro sagrado, mínima ciudad,
allí escuchas los signos del pasado
desmenuzarse en el canto silvestre que te forma
y penetras tu imagen, libre de ti
del aire que te impone
su moroso latir, su resistencia…(2)

Nos dice el poeta en “Espejismo Verdor”, poema en el que podemos observar que el camino del lenguaje también nos conduce hacia los sentimientos más reconocibles, como el amor, pero también hacia la seducción, hacia la pasión. El poeta puede ser un mago, un prestidigitador, pero sin duda su trabajo tiene que ver más con el sacerdote que con el ilusionista, se acerca más a lo espiritual, lo profundo que al simple juego verbal, el poeta recorre los caminos de sus sueños, de sus pasiones, de sus anhelos, para encontrase cercano a una verdad que solo pueden transmitir las palabras y la sensualidad, la carne nunca han estado peleado con los sagrado. Al contrario. Y en la poesía de Manuel Andrade podemos encontrarnos con esta búsqueda, con esta necesidad de atraer, de atrapar lo que los sentidos nos aproximan: los olores, los colores, las texturas de la piel, los contornos de los otros, de ese cuerpo que está ahí, próximo y a la vez distante.

Sensaciones, ardores, pensamientos, espacios la obra de Manuel Andrade reunida en este pequeño pero hermoso libro de Ediciones Lago nos dan a hora la oportunidad de conocer y en que podemos acceder a la obra de Andrade que nos sorprende por sus ritmos, sus enclaves, su amor por la palabra, por el silencio. La obra reunida en este libro nos permiten mecernos por el ritmo amoroso, dulce y a veces salvaje de la poesía de Manuel Andrade, un poeta que nos enseña que la labor de la poesía no se encuentra en la estridencia, en los gritos, sino en los susurros, en las medias voces, en el anhelo secreto de alcanzar el silencio.

Al mismo tiempo es un riesgo que el editor corre al confiar en él, en ese libro justamente y no en otro, sin embargo toda antología es en sí misma un riesgo. El primero de ellos es para la dupla que conforman el escritor y el editor para ponerse de acuerdo con los poemas que van a incluir y con los poemas que van a ser dejados de lado. Desconozco cómo habrá sido el proceso, pero tomando en cuenta la vasta obra de Andrade, supongo que no habrá sido fácil para ninguno de los dos elegir los poemas que terminarían incluidos en este nuevo libro de Andrade.

 

Notas

  • Azoteas. Pág. 11
  • Espejismo verdor. Pág. 18



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