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portada-baja.jpg Todo esto se dirá
Manuel Romero
Fondo Editorial de Baja California
México, 2008

Por Renata Vega-Albela
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No. 62 / Septiembre 2013



La impresión predominante en la lectura de Todo esto se dirá, de Manuel Romero, es una suerte de sensación de que cada palabra, cada idea, cada verso, lleva un vuelo que fluye con libertad, y, como lectores, ocurre en nosotros la experiencia de estar encontrando algo valioso, algo importante, algo que quisiéramos haber escuchado hace mucho y por fin, en la lectura de estos poemas vamos atisbando, de algún modo y poco a poco, eso que acaso alguna vez intuimos en lo más profundo e  inaccesible de nosotros mismos, sin llegar a formularlo en palabras. Cuando resulta que lo que leemos, también nos hubiera gustado escribirlo, o decirlo, o al menos, haberlo pensado, es cuando podemos estar seguros de que estamos ante un nivel de poesía de buena calidad.

Los versos de Romero tienen la fuerza de una flecha que nos lleva a una lectura minuciosa que por sí misma nos invita contundentemente a darle toda nuestra atención. Es también inteligente y humano y en la construcción de su universo hay una arquitectura compleja y existencial que resulta muy efectiva porque se sostiene sobre estructuras precisas en casi todos sus textos, si acaso, el final de algunos de sus poemas nos llega un tanto, de golpe.

Para cuando llegamos apenas al tercer poema, astillas, tras una primera   mirada a la obra de este  autor, nos preguntamos ahora, con mayor detenimiento, cómo seguirá el viaje, cómo será este recorrido por el que nos lleva su poesía,   y es entonces que en  la lectura de los versos de Romero,  encontramos múltiples  motivos para seguir leyendo, con anticipación contenida, y con frecuencia,  las primeras líneas de sus versos nos lo demuestran: (astillas)

I
No sé cómo decir que el mundo gira afuera veloz,
que mis manos y el papel se hunden,
que esta luz y este cielo son pasado,
que una forma se ha roto.

II
¿Puedes ver sobre las cosas
ese velo de confusa claridad,
aunque nadie crea más en transparencias,
ni en árboles de oro,
y sólo las espinas permanezcan,
y lo informe?

III
Es algo distinto a la máquina, es otro el gas,
y son otras las aves de neutrón y plomo
sobrevolando lejos la última
de las ciudades; al llamado del aire
nadie responde en esa larga hilera de cerebros;
nadie atiende a lo que el otro ahúya
desde lo profundo de un teléfono;
Nadie responde.(sic)

En este poema, el poeta acecha nuestra fragilidad hasta el punto donde somos más vulnerables. Se dirige a nosotros, invitándonos  a correr  “ese velo de confusa claridad, aunque nadie crea más en transparencias…”

A lo largo del trayecto, el autor hace un llamado a nuestra capacidad para pensar, nos confronta con el sentimiento individual de no ser nada y nos hace estar alerta al peso de sus palabras, por eso cuando en Canción de la perfecta infamia, nos dice: “No existe un mayor peligro que esta calma aparente” crea con precisión la  atmósfera necesaria donde todo cesa por un instante, todo parece acallarse momentáneamente y así, sus versos, logran brillar a  plenitud, en un halo de fatalidad que nos atrapa en un ambiente de oscuridad, “muriéndose lejos”. Y cuando el lector quisiera tomarse un minuto de respiro para reflexionar, es embestido por una revelación que lo trasciende en tanto lee:


No soy nadie. Nunca nadie retendrá
un gesto mío en su memoria: ni mi voz
ni el color de mi piel al partirse.

Caeré del recuerdo de unos cuántos
como cae del árbol un puñado de hojas.
Seré el humo de esas hojas al arder.

No soy nadie, como el viento que pasa
entre los autos, o la puerta que alguien
cierra en una habitación, de pronto oscura.

Nadie contará nunca una anécdota mía,
un incidente hurtado a mi silencio,
o lo que dije al pasar mientras llovía.

Soy el aire que ensucio con mi aliento,
siempre, desde quién sabe cuándo; la nada
que brilla en mis ojos, el hueco donde vivo.

Es aquí cuando ya el autor ha alcanzado la cristalización de una labor bella y minuciosa que, para cuando  llega a las manos del lector, está lista y madura para ser experimentada como la experimentó su creador, pero ahora en su propia carne. La poesía de Romero es contradictoria y clara al mismo tiempo, en sus versos emerge el sentido de lo inevitable, la ironía, la añoranza, lo íntimo y lo sublime. Finalmente, como todo buen poeta, Manuel Romero no deja de interrogar a la poesía en general y a la suya propia, que, a no dudar, lo lanzará a vuelos más altos.