No. 62 / Septiembre 2013



La plegaria y el verbo de Maqroll el Gaviero
(Para Álvaro Mutis en su nonagésimo cumpleaños)

Por José Ramón Ripoll
 


Hay escritores para los que la palabra es la clave del descubrimiento del mundo. No es vehículo, sino principio y fin en sí misma. En ella se encierra la metáfora de los sueños y, a partir de su forma, nos contemplamos soñando. Como si se tratara de un juego de espejos, la palabra nos refleja sin límites, hasta un infinito también soñado, hasta una realidad que se confirma en el puro hecho de mentar. Son escritores que huyen de los informes notariales, de las descripciones periodísticas y de la narración de los hechos tal y como creemos que suceden, rebelándose contra la tiranía de un lenguaje que, en nombre de la luz nos ciega y nos condena a la oscura gruta platónica, en la que confundimos las sombras con la vida. Son hombres que se niegan a escriturar porque saben que en la repetición de lo contado está el engaño o la muerte. Vivifican e inventan, se remontan al caudaloso envite del idioma, más por vencer a su corriente que por miedo al naufragio, rastrean, vuelan, bucean bajo las aguas y, sobre todo, buscan un camino perdido, una señal oculta, una voz silenciada que les invite a aventurar el existir. Álvaro Mutis pertenece a esta especie desde el comienzo de su carrera literaria ¿Carrera literaria o trasposición de las esferas que cada hombre asume como un destino irremediable?

La obra de Mutis tiene más que ver con el ímpetu del buscador que con la propia literatura, entendiendo a ésta como una sucesión canónica de signos más o menos convencionales. Tan sólo una hojeada por sus libros se convierte en una invitación al descoloque.El orden de las cosas es distinto. Como si las inmediatas referencias de la realidad no le bastara para aprehenderla y husmea todos sus rincones, tiene la necesidad de cambiarlas de lugar, de contexto, de tiempo y de gente. Así, la imaginación fluye por los caminos de la fantasía, no como derrochadora de sus propios recursos, sino como mirada vigilante que intuye, analiza y desea, impulsando la construcción de un mundo que trasciende lo puramente literario. Así, su imaginación fluye por los caminos de la fantasía, no como derrochadora de sus propios recursos, sino como mirada vigilante que intuye, analiza y desea, impulsando la construcción de un mundo que trasciende los espacios de los puramente literario. Este mundo no puede insertarse entre lindes y límites tan siquiera imaginarios: se desborda a sí mismo y emprende una disposición autónoma. A diferencia de cuanto ocurre con territorios inventados –Comala o Macondo-, aquí la historia no se genera en su interior, no es producto del tiempo ni de su naturaleza, sino que surge de una voz que habla más allá de la voz del artista, de un personaje que se confunde y funde con su hacedor, de una máscara necesaria para afrontar todas las épocas, paisajes, circunstancias, sin que los surcos de la tierra ni los rasgos del tiempo dejen huella. Así entiendo la llegada de Maqroll el Gaviero es esa voz que canta detrás de la escritura de Álvaro Mutis y, a su vez, se anticipa a ella. Desde la gavia, el marinero registra todo cuanto puede alcanzar a ver antes que el capitán. De él y de la trascripción de los hechos depende en verdad el rumbo de la nave. De tanto mirara uno empieza a creer que el mundo existe, no allá abajo, sino arriba, más alto de la cofa. El gaviero relata espacios y paisajes antes de llegar a contemplarlos. ¿No es curioso que bajo el término gavia se designase también la jaula de madera en la que se encerraba al loco o al herméticamente iluminado?

Maqroll el Gaviero lleva la luz en sus ojos, no espera ni al sol ni a la luna para rellenar su diario. Vive desde su mirada y habla desde su lengua, se mueve por sí mismo sin que nadie tenga que tensar sus hilos, pero esperando el aliento creativo que su inventor leotorga diariamente, al tiempo que éste aguarda el brillo de sus independientes hazañas para seguir viviendo ¿Mutis el gaviero o Álvaro Maqroll? No se sabe. Alguien navega por el mundo y observa para enseñarnos cuanto ve más allá de los nombres, de las nubes, las selavas y los ríos.

Mutis recurre a la palabra poética a sabiendas de que es el único espejo capaz de acercarnos a la realidad de Maqroll. Una realidad marcada por el desastre, por la desesperanza, por el destino irremediable del ser humano. Pero, a través de su propio desencanto, crea en sí misma una esperanza que, paradójicamente nos invita a vivir. Desde un paisaje frondoso, cálido, caribeño, recreado por la nostalgia de cuanto existió en el paraíso de los sueños y la infancia, Mutis nos invita de nuevo a soñar. Nos invita a sentir el pulso interno de una palabra, la única palabra que puede iniciar la danza de nuestra existencia.

Es difícil, diríamos que imposible, crear una línea divisoria entre los diferentes géneros literarios cultivados por el autor colombiano. Su novel, narración breve, ensayo o poesía, pwertenecen a una misma preocupación y se proponen un mismo objetivo. La forma, entonces, son distintas intuiciones del laberinto para llegar a la raíz del hombre, por un personaje inventado, que es el propio poeta y, que a su vez lo inventa, se inventan a sí mismo, hasta el punto de no poder vivir el uno sin el otro.

Por otra parte, la poesía de Álvaro Mutis es un cuerpo unitario, en la que a pesar de sus diferentes períodos, más diferenciados por la intensidad de una secreta revelación que por las variantes de sus registros, da vueltas sobre un mismo tema, abarcándolo desde perspectivas diversas que responden a la necesidad, no de comprender nada, sino de atisbar la sustancia, a veces amarga, de la materia. Desde su primer poema, “La creciente”, hasta el último publicado, “Pienso a veces” -donde el autor nos engaña amenazándonos con no escribir más versos-, lenguaje y realidad se confunden en un mismo fluir. Es impensable describir lo real sin artificio, sin sumergirse en el único instrumento que la labra y hace posible: el idioma. Quizás, por ello, Mutis pertenezca a esa especie de escritores, cada vez más raros en nuestro actual panorama literario, que convierten su preocupación por la lengua en el centro de su propia escritura. Naturalmente, no me refiero a un intento metapoético de desentrañamiento de su propio vehículo, ni a un deseo metafísico, ni siquiera espiritual, de desvelar ningún misterio inasible, sino al convencimiento de que sólo es verdad lo que se nombra, aquello que es palabra. Por eso escogí, en la breve selección poética que llevé a cabo en el número que RevistAtlántica de poesía (Cádiz, 2001, n. 23), y que intencionadamente intitulé con la machacada y machadiana paráfrasis de La palabra en el tiempo, parafraseando también el título de sus discursos al recibir los prmios Príncipe de Asturias y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (Palabra en el tiempo, Alfaguara, Madrid, 2000), el hermoso e inquietante poema “Una palabra”, perteneciente al libro Los elementos del desastre:  “...Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí sorprende el mudo pavor que llena la vida con su aliento de vinagre rancio.”, donde el autor nos invita a sentir el pulso interno de lo único que puede comenzar el baile de nuestra existencia: “...Sólo una palabra. Una palabra y se inicia la danza/ de una fértil miseria.”

Es en su poesía donde nace Maqroll, desplegando una plegaria que, desde su demoledora petición, enciende y encarna, no un personaje virtual, no un heterónimo, sino la figura del guardián y acompañante, encargado de suministrarle al poeta las palabras soñadas que formulan la realidad más esencial, alejada del mundo de las apariencias, en consonancia con una música que se acompaña a sí misma. Maqroll es la propia sustancia de la poética de Mutis. No diría yo su alter ego, sino visión del yo personificada en un viajero que no tiene pasado ni rumbo fijo, pero que “ha observado pacientemente las leyes de la manada” y entona un canto, no esperanzador, sino salvable por el rumor de su insistente melopea. Maqroll salta de los límites del verso para instalarse en el centro de la narración, sin dejar en ningún momento de ser poesía. Este personaje, palabra en sí mismo, acumula y ordena un paisaje que viene de antaño, de los ocultos abrevaderos de la nostalgia, y nos lo presenta, no como escenario alternativo a la fatalidad o a la vulgarización de la mirada, sino como espacio iluminado por la manera de nombrar, por la belleza de unas palabras juntas que, incluso en su desolación, hacen amable el vacío de vivir. Ni que decir tiene que todo este escenario no hubiera sido posible sin un Maqroll que contemplara por los ojos de quien ha rastreado los rincones de la tierra caliente, los ríos y la vegetación, el cielo y el mar de quien ha llevado el calor caribeño en su memoria y corazón. Pero Mutis se escapa del tópico del trópico, inaugura un recordar basado en el viaje que desde la sustancia vuela a una niñez escondida y vuelve a refugiarse en el centro de la materia. Su poesía es el resultado de una perfecta mezcolanza entre la esencia y los ambiguos olores de una naturaleza en proceso de destrucción que, sólo al ser mentada con su palabra y música, logra la perfecta alquimia de su soledad.