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No. 62/ Septiembre 2013



Bárbara Belloc
(Buenos Aires, Argentina, 1968)


Esta tarde leo a Adorno como si leyera las cartas póstumas de mi padre, si mi padre hubiera sido visionario, célebre y furioso. Lo leo como un secreto familiar se lee en voz alta o se rompe un pacto de palabra. Miro a los costados: la cantidad de papel impreso que tiro a la basura me revuelve el estómago. Pienso: debería ser inversamente proporcional a lo que escribo, ‘o no ser nada’. Leo a Adorno. Y mientras tanto repito: Adorno, Adorno, Adorno… como un ronroneo. Lo leo espantada, tan espantada que a cada rato dejo el libro y ando por la casa vagando, espantando a las arañas con un plumero. Y vuelvo. A encontrar un mensaje que creo dirigido a mí y, más allá del asombro, bien interpretar por: una cuestión de consanguinidad. (¿?) Léase: leo a Adorno como si recordara (como recuerdo) los acordes de la Tercera Sinfonía de Brahms, que mi padre me asegura que le pedía una y otra vez en la infancia, con Bartok, Górecki y Saint-Saëns, y no las brumas de sinusoidales y los engranajes rotos que día y noche sí mecían la casa como un barco ebrio en el mar de la musique concrète. Adorno, ¡vaya decorado! ¿Me vas a decir que acaso no sabías que la música hace estragos? ¿Que la música que se escucha en el vientre de la madre no hace mella en el feto que no es sino todo oídos, huevo-sin-cáscara? Importa poco. Esta tarde leo a Adorno como un biólogo lee un programa de forestación artificial en el ojo de un claro de una selva en peligro, en el tercer mundo, en este mundo, cuando la flecha del tiempo clava el cartel en la corteza del árbol: SE ACABÓ. O como un huérfano cae a pique sobre las fotos de sus muertos en busca de aquello que lo desate de su pena. O como un minero japonés que apila una piedra, y otra, y otra más. Algunos hablan de la guerra, otros de quién será el soberano. La sombra vengadora está en la sombra y se despereza. Ahí viene. Adorno, Adorno, Adorno, Adorno: tu nombre es fósforo Fragata prendido al borde de un terrenito de provincia en sucesión perpetua. Dice el testamento: “El único pensamiento no ideológico es el que intenta llevar la cosa misma al lenguaje que está bloqueado por el lenguaje dominante”. De noche duermo y sueño con un campo que es una partitura de vacas que mugen cosas que entiendo.

Después del saqueo: el pozo está vacío.