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No. 62/ Septiembre 2013



Rogelio Guedea
(Colima, 1974; vive en Nueva Zelanda)


Díptico

1.- Sol de otra heredad

estoy en la entrada del centro comercial
al que solíamos venir los domingos/
mientras escribo este poema sin destino,
este poema que cae de mi mano como las hojas
de los árboles abatidos por la lluvia,
miro entrar y salir a gente que no conozco,
es gente del país extranjero, tan desconocidos que entran
o salen, cada cual en su mundo de ipods y emepetrés,
y resulta que nadie se da cuenta que estoy
pensando en ti, en nuestros hijos que disfrutaban la sección
de juguetes o películas infantiles, mientras tú aprovechabas
para perderte entre blusas azules o vestidos de verano,
y yo –nunca lo supiste porque procuraba que nadie lo notara-
los observaba desde un rincón o esquina, una rendija
entre los anaqueles y el cielo, y me llenaba con la dicha de verlos felices,
ajenos a mis preocupaciones de empleado universitario,
o ciudadano de a pie, o, acaso, y tan solo, hombre triste,
uno más entre los hombres tristes que alguna vez, como ahora,
esperan verte salir o entrar al centro comercial
como lo solíamos hacer los domingos de cualquiera día,
y entonces, sin que te des cuenta, seguirte  hasta la sección
de damas, y ahí contemplar la absoluta redondez
de tu blancura, todo eso sin adelantar mi mano para tocarte
un hombro, tu cuello o pelo, y luego decirte
-decirte arteramente- todo eso que mis
noches empiezan a contarme de ti


2.- Flash back

he vuelto al mismo lugar en el que escribí
aquel poema que habla de cuando solíamos
venir al centro comercial con los niños,
en las tardes de domingo/
me he sentado en el mismo lugar para ver todavía
si entras o sales, o alcanzo a verte a lo lejos
probándote blusas para el próximo verano,

pero me doy cuenta de pronto que aquel que escribió
el poema y éste que lo recuerda ya no son
el mismo hombre // quisiera poder decirte, decirme
en qué he cambiado desde entonces, pero no podría,
todo es tan confuso y hay tanta gente que entra y sale,
incontables manos y pies, que no podría
en una mañana como ésta decírtelo/

sólo recordaba con claridad aquel poema y al hombre
que lo habitaba aquí mismo sentado como estoy ahora,
esperando que tu mano me toque por el hombro y me diga
que todo ha sido una mala pasada, que no es cierto
que te haya perdido nunca para siempre y que
es hora  -tarde ya, sí- de volver
a casa




Aceras

I
para escribir un poema tienes primero que tener
algo que cortar
principalmente tener una música que cortar
la música de tus pasos al cruzar la calle
tienen que ser tus pasos al cruzar al otro lado de la calle
tus pasos de ida no de vuelta
eso es lo más difícil de conseguir: llegar a la otra orilla de la música
con la misma calle del poema
cortarlo del lado al lado
contando la música su primavera /
para escribir un poema tienes primero que tener
una calle
principalmente su música al cortar tus pasos
tienen que ser tus orillas atravesando al otro lado de la música
con la misma primavera de siempre
dificilísima
cortada de arriba abajo


II
el cruce de una calle puede hacerse
de muchos aires
una bocacalle es distinta a una intersección
no es lo mismo subir un caballo que subir una escalera
lo mismo un árbol da que un ala de pájaro
¿se cruza realmente una calle?
el peligro de una calle no está en los coches de alta
velocidad sino en las esquinas
si te golpeas la frente en una esquina estás muerto
como si caes desde lo alto de un pájaro /
qué vuela más alto: ¿un pájaro o un árbol?
lo mismo una bocacalle que una intersección
no pueden atravesarse sin golpearse la frente
en una esquina
sin la esquina no hay intersección
ni pájaro ni aire
ni calle