Las revoluciones de Vladimir (y Estragon)

Tienda de fieltro
Por Miguel Casado
 
 
 

Cuando empieza Esperando a Godot, Estragon está sentado en el suelo, intentando descalzarse; como no puede, se queja: “¡No hay nada que hacer!” A su modo asiente Vladimir: “Durante mucho tiempo me he resistido a pensarlo, diciéndome, Vladimir, sé razonable, aún no lo has intentado todo. Y volvía a la lucha”. Quizá la primera sentada de los tiempos modernos fue la de los estudiantes de Berkeley en octubre de 1964, aunque seguramente la primera plaza fue Tian‘anmen; más recientes, la Puerta del Sol o Tahrir. Y Vladimir, tras ayudar a levantarse a Estragon, tensaba su razonamiento: “Por otra parte, es lo que me digo, para qué desanimarme ahora. Hubiera sido necesario pensarlo hace una eternidad, hacia 1900”.

No. 63 / Octubre 2013


Las revoluciones de Vladimir (y Estragon)

Tienda de fieltro
Por Miguel Casado
 

Cuando empieza Esperando a Godot, Estragon está sentado en el suelo, intentando descalzarse; como no puede, se queja: “¡No hay nada que hacer!” A su modo asiente Vladimir: “Durante mucho tiempo me he resistido a pensarlo, diciéndome, Vladimir, sé razonable, aún no lo has intentado todo. Y volvía a la lucha”. Quizá la primera sentada de los tiempos modernos fue la de los estudiantes de Berkeley en octubre de 1964, aunque seguramente la primera plaza fue Tian‘anmen; más recientes, la Puerta del Sol o Tahrir. Y Vladimir, tras ayudar a levantarse a Estragon, tensaba su razonamiento: “Por otra parte, es lo que me digo, para qué desanimarme ahora. Hubiera sido necesario pensarlo hace una eternidad, hacia 1900”.

Para Constantino Bértolo, “el lector implícito o destinatario deseado” de su Lenin, el revolucionario que no sabía demasiado sería el movimiento español del 15M (o cualquier otro de sus semejantes). Se trataría de volver a poner en circulación la obra y el pensamiento de Lenin, incorporarlos al debate de hoy; con visión crítica, pero a favor: la postura se declara desde el principio. Lo que más me llama la atención del libro es su asimetría, su no coincidir consigo mismo. Dividido en dos partes de similar extensión, el prólogo de Bértolo y la antología de Lenin, parecería también tener dos lógicas, dos almas distintas. El Lenin del prólogo es el más conocido, el brillante polemista y hombre de acción, el tan capaz de hilar juntas la teoría y la práctica, de quien algunos aprendimos, para no olvidarlo ya, que “no existe la verdad abstracta, la verdad es siempre concreta”;  Bértolo repasa las diferentes etapas, señala sus núcleos críticos, intenta el imposible resumen del pensamiento de quien nunca separó lo que decía de sus circunstancias, radicalmente lejano por filosofía y por carácter de los repertorios de citas y frases célebres tipo libro rojo.  

Pero los textos seleccionados son posteriores a la revolución de octubre, textos del fugaz Lenin gobernante: comunicados, resoluciones, discursos; son análisis ceñidos a un asunto inmediato, extremadamente concretos, sí, aunque de una concreción que no nos gana, no activa el debate y el pensamiento propios. Quizá solo uno, el último del libro, inédito en vida del autor, abre otra vibración, inquietante y distinta. Se titula “Más vale poco y bueno” y evalúa la nueva estructura administrativa creada por los soviets, su mal funcionamiento, la dificultad de desplazar el aparato heredado. La evolución burocrática del socialismo ruso ya queda advertida ahí. Si hubiera que condensar el sonido de este análisis en una sola nota, sería desesperación.

Me acuerdo ahora de Krímov, miembro del memorable personaje coral que compone Vasili Grossman en Vida y destino, cuando regresa a Stalingrado tras curarse de una herida. Se acuesta en un refugio subterráneo, bajo una central eléctrica recién bombardeada por los alemanes; los incendios que vio arriba se han quedado en sus ojos y el insomnio los convierte en las hogueras que ardían entre la nieve el día de enero de 1924 en que murió Lenin. Crepitaba el fuego, sonaban las sirenas de las fábricas y un trineo conducía el cadáver a la estación de Gorki. Krímov se demora en evocar las personas de la comitiva, el crujido de los pasos, las lágrimas de los obreros, el temblor de las llamas en la oscuridad. Pero una línea transparente atraviesa el libro desde esta emoción hasta los interrogatorios y torturas que sufre Krímov más tarde en la famosa cárcel Lubianka, pues no en vano a nadie persiguió tanto Stalin como a los propios comunistas.

A propósito de ciertos textos leninistas de la última época, se refiere Žižek a la “mejor faceta beckettiana” de Lenin, la que adopta el lema de: “Prueba otra vez. Vuelve a fracasar. Fracasa mejor”. En las breves “Notas de un publicista”, no incluidas en la antología y también de publicación póstuma, proponía Lenin una metáfora de alpinismo: cuando se ha subido ya muy alto en una montaña, pero la vía elegida se cierra y no lleva a la cumbre, es preciso retroceder, bajar con mucho cuidado todo lo que sea necesario y reemprender la subida por otro lugar. En su artículo “Cómo volver a empezar desde el principio”, Žižek recuerda que así lo veía ya Kierkegaard: un proceso revolucionario no es nunca progreso gradual sino movimiento repetitivo, un movimiento de repetir el comienzo, una y otra vez (y Repetir Lenin se llama un libro suyo anterior).
Desmontar el relato de la historia como el de una imposibilidad es lo que propone Bértolo, abrir un horizonte: “cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien –escribía Lenin”. Sin embargo, la materia por desmontar parece inmensa: la misma línea invisible que unía los dos momentos de Krímov vendría en este volumen a subrayar el texto que ordena la prohibición de las “fracciones” en el partido; se oye ya en él el aliento de Stalin. ¿No se expresa esto mediante la asimetría del libro, mejor que con cualquier discurso? Quizá lo único que siga alentando por debajo es la idea ­–sugerida sobre todo por el último Lenin– de que solo puede haber pensamiento cuando se parte de un no saber, de asumir en la acción el desamparo. Y es que ninguna de las revoluciones que se han producido en el tiempo pisó pasos previstos de antemano.

Miguel Casado


Lecturas:


Samuel Beckett, Esperando a Godot. Traducción de Ana María Moix. Barcelona, Barral, 1972.
Vladimir Ilich Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado (antología). Edición y prólogo de Constantino Bértolo. Madrid, Los Libros de la Catarata, 2012.
–, “Notas de un publicista”. En Obras escogidas, vol. 12. www.marxists.org
Vasili Grossman, Vida y destino. Traducción de Marta Rebón. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.
Slavoj Žižek, “Cómo volver a empezar… desde el principio”. En Analía Hounie (comp.), Sobre la idea del comunismo. Buenos Aires, Paidós, 2010.
–, Repetir Lenin. Traducción de Marta Malo de Molina y Raúl Sánchez Cedillo. Madrid, Akal, 2004.

 (Este texto ha sido publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento del diario El Norte de Castilla)



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