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Del archivo de 
Periódico de poesía

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Presentamos dos poemas de Agustín Cadena, ensayista, poeta, narrador y traductor nacido en Hidalgo en 1971. Estudió letras inglesas y la maestría en literatura comparada en la FFyL de la UNAM. Parte de su obra ha sido antologada y traducida al inglés, al italiano y al húngaro. Traductor de Charles Bukowski, Wendolyn Brooks, Amy Lowell, Langston Hughes, C.M. Mayo y Maureen Freely y del poeta húngaro János Pilinszki. Ha colaborado en Blanco Móvil, Punto de Partida, Revista de la Universidad Pedagógica Nacional, Revista Universidad de México, Siempre!, Tierra Adentro  y en revistas y suplementos de México, Estados Unidos, Gran Bretaña, España, Venezuela y Hungría.
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No. 63 / Octubre 2013

 

Agustín Cadena

Dos poemas


Viejos comunistas


Todavía se les ve a veces
en ciertos sitios.
Llevan un saco de pana,
de los que se usaban hace quince años,
zapatos sucios de muchas calles,
un portafolios lleno de libros.
Parecerían vendedores sin suerte
si no fuera por esa dureza en la mirada,
los labios tensos y sensuales,
las manos formidables
y un característico halo de vino tinto.
Su cuerpo viejo está trazado
por las cicatrices de la militancia:
las huelgas de hambre, el odio policiaco.
Sin embargo, todavía
son capaces de marchar sobre las calles,
de arengar a la gente.
No han querido arriar las banderas,
aunque ya el sol se haya chupado el rojo
y luzcan en lo alto anaranjadas y cohibidas.
Ya no habría modo de reemplazarlas,
pero ellos no las arriarán.
No las arriarán aunque se caigan de viejas,
aunque hayan enmudecido,
aunque ya sólo el viento del pasado
las lleve en marcha, espectrales, hacia el Zócalo.




Babilonia

                                                                                        para Flor Ruvalcaba

Viajar otra vez allá, sólo para ver.
Mirar de nueva cuenta esas tapias,
el alambre de púas, el cielo gris.
Sentir que el frío de fuera es dulce
a comparación del que se vivió ahí dentro.
Recordar.
Era como si nunca fuera a haber día,
como si así tuviera que ser, por fuerza.
Nos acostumbramos tanto...
Llegamos a ver la libertad con miedo
—¿Cómo sería el mundo del otro lado?—
y no con esperanza.
Recordar.
Volver a sufrir por lo que no podrá recuperarse,
por lo que pudo haber sido de otro modo.
Reprocharse por no odiar más ese sitio.
Ver cómo, a pesar de todo,
algunas hojas de hierba quisieron nacer ahí dentro
este marzo.

 

Periódico de poesía, nueva época, núm. 10,
verano 1995, UNAM/INBA, p. 76.