No. 63 / Octubre 2013


Éticas y estéticas

Mística y Poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 


sorjuana-baja.jpgComo rara avis in terris en la historia de la colonia, la imagen de Sor Juana Inés de la Cruz representa un vistoso y exótico emblema del Barroco americano. ¿En cuál o cuáles categorías podría ser clasificado este ícono multifacético de Sor Juana? Los eruditos relacionan a la religiosa intelectual con la poesía barroca del Nuevo Mundo, con el ansia del saber y con la agencia femenina del siglo XVII. Pero en el ámbito del conocimiento popular la imagen prevaleciente de Sor Juana Inés de la Cruz es la religiosa. La imagen parlante de Sor Juana ha circulado profusamente en pinturas, litografías, estampas, monedas y billetes y ha terminado por integrarse a un proceso popular de quasi sacralización. Con la entrada en la era de la reproducción masiva, la imagen de Sor Juana Inés de la Cruz superó en popularidad a todos los santos de la colonia. Sus famosos retratos, analogados con el decorrer del tiempo a las imágenes de San Martín de Porres, Santa Rosa de Limay la Madre Castillo de Colombia se han inscrito paulatinamente en la simbología del misticismo latinoamericano.

El estudio de los retratos de la monja jerónima incluye varios aspectos relacionados con la construcción cultural de los íconos religiosos: la función del arte sagrado, la necesidad de estereotipos o modelos que encarnen los ideales de los discursos de identidad,y la manipulación de la historia por los intereses ideológicos. Penetrar el recinto de esta dinámica ofrece el hallazgo de algunas de las profundas ironías que han otorgado fijeza e inmovilidad a la idea de la “espiritualidad” de Sor Juana Inés de la Cruz en el imaginario colectivo.

El arte imbuido de religión posee un poder extrapolado inmanente a su relación con lo sagrado. Al ubicar una idea u objeto artístico en una galería de arte sacro se asegura de algún modo su ingreso en el reino de lo atemporal. Es así como las vírgenes bizantinas, por ejemplo, llegan a nosotros intactas e inseparadas de su historicidad. El concepto del aurade Walter Benjamin (como autenticación) se adecúa al arte sacro como anillo al dedo, propiciando en algunos casos que esta estética sagrada, aún más resplandenciente, se convierta en una especie de lo que Baudrillard denominó “prótesis publicitaria.” En el arte imbuido de religión, el poder del aura en la “prótesis publicitaria” se encuentra repotenciado por la legitimación moral. Según Jean Baudrillard, vivimos en un mundo de simulacros triunfantes o vergonzantes donde “el arte [también] es un simulacro, pero un simulacro que [antes] tenía el poder de la ilusión.” Arte, artificios y artefactos se fundieron en el Barroco americano aunados por el terror de la muerte y el deseo de inmortalidad. El deseo de perpetuar glorias pasadas y legitimizar emblemas propios frente a modelos extranjeros aportó a la historia por venir un conjunto de figuras inmóviles y congeladas.

Todos los retratos de Sor Juana Inés de la Cruz son de una insólita belleza y poseen un encanto poderosamente cautivante. En total son siete originales que datan del siglo XVIII (después de la muerte de Sor Juana) y resultan entre sí tan similares que parecen calcos. Pero en los albores del siglo XXI la experiencia estética, con todos sus placeres e intensidades incorporados, se encuentra desgajada de la significación moral. Los retratos de Sor Juana han transitado la historia en forma separada de su obra, produciendo el fenómeno, quizá no tan particular, de que la obra ha quedado supeditada a la academia o los especialistas, y los retratos han quedado circulando entre un público muy ecléctico. Así pues Sor Juana se convirtió naturalmente en un enigma y en un fetiche a la misma vez.

sorjuana2-baja.jpgDe una forma más lógica es posible suponer que este fenómeno haya sucedido en el orden contrario, puesto que ver o admirar el retrato de una enigmática imagen en un rincón misterioso que invita al recogimiento no cuesta nada; lo difícil es dedicarle el estudio, el tiempo y la atención que exige la compleja escritura que produjo esa quieta imagen del retrato para ser apreciada o comprendida. Al decir de la reconocida sorjuanista Georgina Sabat de Rivers, Sor Juana Inés es la última gran poeta en nuestra lengua descendiente en línea directa de los clásicos, de Dante y Petrarca, y de Garcilaso y Boscán hasta Calderón de la Barca. Luego de un exquisito estudio sobre la poesía amorosa de Sor Juana, Sabat de Rivers concluye que esta monja jerónima de la colonia novohispana “encumbró la poesía a niveles casi imposibles de superar”.

¿Qué hay de la vida real de este ser de capacidades intelectuales extraordinarias que fue Sor Juana Inés de la Cruz? ¿Cómo fue el mundo en que vivió? ¿Qué escribió? ¿Fue acaso santa? ¿Fue mística? ¿Fue igual a Santa Teresa de Jesús?  Estas preguntas y muchas más rodean el misterio de Sor Juana Inés de la Cruz en el ámbito popular. Pero Sor Juana no fue una monja tradicional, no fue un ser simple ni fue un ser de oración. Fue una mujer intelectual nacida en una encrucijada de la historia donde su presencia causó mucha incomodidad. De allíque la maquinaria de la cultura la haya dividido en una suerte de fragmentos dispersos para incorporarla a la historia patriarcal de forma fraccionada: su prosa, su poesía, su femenismo, su rebeldía, su hábito, su prodigio, su inteligencia, han recorrido sendas distantes y separadas como las partículas de una explosión.



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