............................................

raulcarrillo-portada.jpg
Huellas y oquedades. 
Raúl Carrillo Arciniega, Ediciones Eón-College of Charleston, México, 2007 

Por Rocío González
............................................

La única literatura mexicana posible es la que se consolida en sus lectores, sobre todo cuando hablamos de poesía, ese género tan huidizo e inclasificable, por ello es de celebrar que haya lectores atentos, no sólo por su especialización y compromiso con la materia poética, sino fundamentalmente por el gozo y el asombro con que se acepta su impronta. Es el caso de Raúl Carrillo, quien ha confrontado de manera minuciosa y tenaz, pero también crítica y apasionadamente, la poesía de Jorge Cuesta y José Gorostiza —dos de las grandes figuras de la llamada generación de Contemporáneos— y nos propone una teoría de su obra en un libro titulado Huellas y oquedades. Las huellas son las que nos dejo Jorge Cuesta, las oquedades, los versos con que taladró al mundo José Gorostiza. El método de análisis que utiliza para revisitar a estos autores es el de la fenomenología, pues “ambos poetas ponderan una nueva interpretación lingüística para analizar y experimentar el mundo a partir de las percepciones corporales. Así, se retiran de las ideas preconcebidas para volver sobre los objetos de la realidad y experimentarlos por primera vez sin prejuicios” (p. 33).

Así como cada generación propone una manera de mirar y nombrar el mundo, los lectores que le preceden desarticulan esas maneras e inventan unas nuevas, se inmiscuyen en las palabras, en los conceptos y hasta en los ritmos para reapropiarse la poesía, y ésa es la única forma de mantenerla viva. Este libro implica, pues, un doble movimiento, el de los poetas Cuesta y Gorostiza —quienes se rebelaron a toda interpretación y se arriesgaron a romper con los cánones poéticos asumiendo una actitud crítica y escéptica— y el del lector que los analiza e interpreta en un contexto distinto que, al mismo tiempo, desmantela y descubre otras significaciones de su poesía. El quehacer del análisis literario tiene hoy muchas vertientes: prelingüísticas, lingüísticas, filosóficas, psicológicas, estructuralistas, y otro sinfín de conceptualizaciones que muchas veces nos alejan de los textos, en lugar de acercarnos; sin embargo, creo que el mérito de este trabajo radica en que, sin renunciar al rigor académico y metodológico, no pierde de vista el carácter vivo que anima la poesía de los autores estudiados. Es importante enfatizar esto porque cuando los autores han sido consagrados por la tradición literaria pierden, muchas veces, su dimensión humana y la radicalidad y audacia de su obra, creo que eso ha ido sucediendo con Jorge Cuesta y José Gorostiza, el primero opacado por las circunstancias de su biografía y el segundo por la fama de Muerte sin fin, poema quizá más citado que leído.

Fieles a lo que Paz llamó “la tradición de la ruptura”, ambos poetas se rebelan contra el nacionalismo que imperaba en el arte de nuestro país y pugnan por una idea más cosmopolita e intelectual de lo mexicano; ellos, a través de sus lecturas e intereses, se viven a sí mismos como seres universales, y no como patriotas; asunto por el cual serán ferozmente criticados e incomprendidos. Artistas, al fin y al cabo, esas cuestiones no les preocupan demasiado, ellos indagan en otras esencias; ponen su inteligencia al servicio del conocimiento, a través de la palabra poética. Sus interlocutores son Baudelaire, Poe, Gide, Mallarmé y Valéry o Montaigne, filósofos como Kant, Nietzsche o Heidegger; sus preocupaciones: el azar, la palabra poética, el tiempo o la duda. Como bien señala Cuesta, esa generación, la suya, es una decepción en el ámbito nacional:
Es maravilloso cómo Pellicer decepciona nuestro paisaje, cómo Ortiz de Montellano decepciona a nuesto folclore, cómo Salvador Novo decepciona a nuestras costumbres, cómo Xavier Villaurrutia decepciona a nuestra literatura; cómo Jaime Torres Bodet decepciona a su admirable peligrosa avidez de todo lo que le rodea; cómo José Gorostiza se decepciona a sí mismo, cómo Gilberto Owen decepciona a su mejor amigo.

Por supuesto que es maravilloso, saludable, enriquecedor y provocativo no ser el poeta que todos esperan que seas, no escribir lo que es fácil reconocer, no formar parte del guión de la conformidad: de eso se trata la creación, el pensamiento, el riesgo, la vida en última instancia. Con todas sus dudas y sus paradojas, Cuesta y Gorostiza apuestan por una escritura de la vida. Esta certeza recorre el libro de Raúl Carrillo, atravesar la búsqueda del conocimiento en la experiencia del lenguaje, en la indagación de la palabra poética, es lo que imprime las huellas y las oquedades en una vida, en el cuerpo que recibe y hace el poema, que conjuga al sujeto y al objeto en la realidad sensible.

Como nos señala Carrillo Arciniega, ambos poetas se adelantaron a su tiempo, tanto en su poesía como en su postura crítica, al elaborar una deconstrucción metafísica, en algunos de sus ensayos sobre arte y literatura, y plantear una destrucción creadora como base de la percepción de las cosas y las ideas,  abandonando toda concepción previa y mirando el mundo como si éste nos fuera dado por primera vez, alejándonos de los dogmas y doctrinas que la tradición nos impone. Prefiguran, pues, desde 1930, algunas de las tendencias y teorías posmodernas, como visionarios que a partir de búsquedas personales y confrontaciones sensibles, calan hondo en las representaciones culturales que van conformando las visiones del mundo y sus cambios sustantivos. Si los significados se ponen en duda o se relativizan, entonces nos queda la experimentación de la propia corporeidad para relacionarnos con la naturaleza que nos rodea y aceptar la incertidumbre, revelada y vivida a través de los sentidos. Tanto en Cuesta como en Gorostiza hay un rechazo de lo natural, ya que la “naturaleza” no puede ser asimilada en la experiencia, la traducción de la realidad se da en el arte y en el lenguaje, pues son los artistas los depositarios del cambio, los encargados de romper con la tradición y ofrecer una mirada nueva, ¿de qué?, no sólo del mundo, sino también de lo humano, del pensamiento y la emocionalidad con que lo enfrentamos, de la corporeidad con que lo vivimos. “Cuesta decía que ‘lo revolucionario es lo que va en contra de la naturaleza, dado que la naturaleza está instalada en la recursividad de sí misma’” ; mientras que para Gorostiza “el diablo encarna la figura del ser humano, puesto de bruces ante el mundo, ausente, huérfano… y debe enfrentarse al mundo desde su propia corporalidad y experiencia para volver a definir y contemplar aquello que lo circunda” .

El libro de Raúl Carrillo Arciniega se nos ofrece como una especie de viaje a través del pensamiento y la poesía de dos de los grandes creadores que reformularon la idea de lo mexicano y de lo universal que hubo en su tiempo, legándonos una mirada más amplia, crítica y, en muchos sentidos, mucho más dolorosa de nosotros mismos, como país y como individuos; pero también más justa y abierta para el debate de nuevas ideas, más exigente y lúcida para comprometernos en serio en la construcción de un arte y una vida más plenos, si no más felices, al menos más complejos y menos ingenuos. Después de la destrucción creadora, la construcción activa, como quería Nietzsche, uno de sus espíritus afines. Como sabemos, después de confrontarse con la tradición y proponer una mirada distinta y radical —en su sentido originario, de raíz— del mundo, ellos eligieron el silencio, pero antes de callarse nos dejaron sus obras. Basta decir que "Canto a un dios mineral" y "Muerte sin fin" son poemas plenamente vigentes entre las nuevas generaciones de poetas, que siguen abrevando ahí para conformar sus poéticas, así como los ensayos de Cuesta son insoslayables para cualquier lector serio de la literatura mexicana. A pesar del silencio, nosotros, sus lectores, conservamos todavía rastros de su canto; huellas que forman parte de esa tradición que renovaron, oquedades impresas en el paisaje de la gran poesía, no sólo nacional, sino universal.

 


 

{moscomment}