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portada-llanos.jpg En los llanos de la palabra
Balam Rodrigo
Premios Nacionales México, 2012

 
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No. 64 / Noviembre 2013



Amortajados relinchos de Miguel Páramo

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Escribo Media Luna y en el cielo aluza una ostia mordida por la muerte.

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Murió Miguel Páramo y aquí en Comala ya no hay sol desde su muerte, sólo un botón de pus zurcido contra el cielo, contra ésa cobija desleída y restregada en horizontes de sangre que se pudre en lumbres de canícula, amarga sed de sedes: Aquí los tordos y los gorriones se ahogan en un caldo de luz amortajada como la engarruñada voz de las difuntas.

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Ahi va la sombra de Miguel montada en los quejidos que salen de Comala. Y no, no es el Coloradoel ruido ése como parvada de plañideras o como el eco sordo de algún entierro: Es el borlote de las difuntas que desensillan del potro de la carne cuando les entra el chincual y bajan del camposanto hasta La Media Luna,trafagueadas por la lujuria. Y ahi se quedan terciando el ruido ése sobre la tumba de MiguelPáramo:Entonces sale un bramido de su boca y aluego baja un bulto negro a lamer las ingles de las muchachas de Contla. Y ahi va otra vez Miguelitomontado en la retinta yegua de la sangre, condenado por el ardor de la brama y acicateado por el aire: Va lamiendo la hirsuta vulva y los sobacos de la muerte.

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Hasta la tierra desvirgaste Miguel Páramo: Tu cuerpo que goteaba almizcles de lujuria entró a la fuerza en las prietas ingles de la tierra. Nada sino ceniza y grisura creció en el suelo de tu sepulcro y el ángel de serpentina que dormía sobre tu lápida se volvió eunuco: Una parvada de zopilotes le arrancó las alas y la lengua.

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Dicen que Miguelito se conchabó a la muerte y que por eso no hay siquiera un tordo vivo en los cielos de Comala. Aquí la canícula es más negra que las letras y evapora las sombras que galopan sobre los huesos de los perros y las muertas. Sí, la muerte se quedó preñada de la simiente de Miguelen esta tierra y las difuntas se ahogan en el pozo de su sangre reseca: Arrastran por las calles una cobija de rezos y páginas huérfanas, un cuerpo ahogado en el hondo estertor de sus murmullos: Un libro terciado por el llanto de las piedras.

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No es el alazán de Miguel: Son los relinchos del silencio, los murmullos del polvo que cabalgan sobre una recua de vírgenes muertas.

 

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Él era la viva brama en los calientes toriles de Comala. Cuando vivo ayuntaba —incluso— con la sombra de las beatas. Páramo también como su padre: Aceda la sangre, seca el alma. Ahorita ha de seguir montado en las almas que llegan al purgatorio sin saber que amancebar con la muerte lo llevará al infierno de donde más no saldrá nunca.

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No, no era Dorotea La Cuarraca: La muerte le arrebataba los cuerpos y las almas al padre Rentería y luego las arrejuntaba para que el niño Miguel peinara núbiles crines en la entrepierna de Ana y restregara su larga lumbre entre las dóciles ancas de Eduviges Dyada.

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Arde la noche en La Media Luna y el piafar de una sombra no halla descanso ni sosiego: Relincha un costal de bramidos que galopa hasta meterse en las corvas de las mujeres de Contla: Es Miguel Páramo, alazán de la noche, bañado en la sangre de todos sus muertos. Salta las trancas de la carne, un alto lienzo de grupas y de pechos. Cabalga desbocado hacia la muerte: Es sólo un potrillo cegado por el negro tizne del deseo.

 

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