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No. 64/ Noviembre 2013


Sergio Badilla Castillo
(Valparaíso, Chile, 1947)


Petronius Octavius

Quizás fuera Petronius Octavius
el más virtuoso de los gladiadores romanos
y Venus no sacara ventaja en su lecho
de su casta y del pesar de sus victorias
Los vencidos verían el cosmos
como una cáscara de naranja con una herida
sangrante en la espalda
más bien el torso desnudo hendiendo las sombras
o una antorcha en la neblina con su hoguera quieta.
El cielo sería un filamento con una cicatriz en la
garganta.
cuando la plebe gritara Iugula! en el coliseo
con pollice verso:
y las siringas y las tubas resonaran en la graderías,
Quizás fuera Petronius Octavius
el más virtuoso de los gladiadores romanos
con su yelmo con plumas de avestruz cuarteando la tarde
y su gladius en alto
                         bañado en sangre.
Ave imperator, morituri te salutant!




Destiempo

Un satélite minúsculo se estrella contra un repollo
(la energía es impaciente).
aún así no se desbarata la aspereza del universo
tan sólo fija un vínculo en el destiempo.
Se retuercen las ondas magnéticas
y se comprime el equilibrio.
Un lenguaraz enjuto menea
su lengua como víbora  y un neutrón tortuoso hurga
en la sombra bruna de mi conjetura.
Es que vacié mi manantial
y ungí de claridad tu alma
(los prismas se refractan
y me escuece el abandono).

En apariencia el artefacto emite un gemido.
(Tiemblo como un inútil delante de esta calma).




Los limites de mi galaxia

El sueño vegetal y la metamorfosis
el atrevimiento inagotable del hielo o la sequía.
El infinito cincela para mí un índigo inmutable
la probabilidad de un planeta baldío en mis extremidades
                 o la órbita de tu naturaleza en mis manos.
La atmósfera se abalanza y dispersa los limites de mi galaxia.
Pierdo el registro de sus quimeras y de su paradoja. 
Es imprudente admitir la unidad del universo
y presumir que empezarán otras edades.
Cómo entender quién es el que transforma mi austro.
La estabilidad del orden que oscila lentamente 
en la dilatación del cosmos y mi familia.




Hékura

Eran enormes los fuegos que fastidiaban
las sombras de la tarde
y la misma ventura imaginaria de los abismos infinitos.
Era un lucero en la  colina desnudo ante mis ojos
o el reflejo de la peste disfrazada en las copas de los cámbulos
y el shamán me hace dudar cuando me dice
que por sus venas se comunica la biosfera
con la perpetuidad de la materia
y parece que escucho el sermón de la montaña
y el Orinoco se mueve con destreza hacia el mar cándido.
Los Yanomami acarician sus aljabas  llenas de  flechas
observan como los napë derriban los guarumos sempiternos.
Eran gigantescas las hogueras que asediaban
la oscuridad del crepúsculo
y los Hékura huyendo hacia la humanidad del bosque
donde la naturaleza se consagra
desde la profundidad de sus entrañas.