No. 64/ Noviembre 2013 |
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Hortensia Carrasco (Puebla, 1971; vive en la Ciudad de México) IV Coloco mi cuerpo en la ventana si pudiera roer alguno de mis huesos para reconocer el animal que me habita. Miro a la calle busco en el calzado de tanta gente las poliomelíticas pisadas que me arrojaron a este encierro. El paso de la muchedumbre es inconveniente sus rostros se confunden con jirones de odio. Sacudo mis pestañas y un bosquejo de sombras tiembla sobre postes y ladrillos. Quisiera desprender de un parque el andar de unos niños que lloran y correr hacia tumultos hacia bullicios que hace mucho no me abruman. Es tan gangoso el sonar de la tarde tartamudean ramas de un árbol que se inclina ante la lluvia. Empiezo a cansarme de los ruidos que se alían con toda el agua de mi cuerpo cada líquido tiene su cauce y su causa. El día insiste en ser extraño como escalera molestada por un golpe impertinente de zapatos como el destrozo que queda en una red después de un asalto de gaviotas. La misma ventana sostiene mis brazos en una casa lejos un abrazo se deforma y se forman alrededor de mis ojos los trazos decadentes del paisaje. V Me encierro como un pájaro que guarda sus plumas para el día en que la jaula rompa sus huesos. Pájaro entumido que pierde el horizonte y llama con canto húmedo al árbol extrañado. Me encierro como los ancianos que temen asomarse a la calle y los descubra el frío o la violenta precipitación del cielo. Me encierro como aquellos que ahuyentan la oscuridad con veladoras que les consumen la lengua. Me encierro como un niño temeroso que huye de la furia de su padre y después la madre encuentra transformado en una historia de fantasmas. Me encierro como el sol decapitado por la noche o como la tarde convertida en el último tajo de tal mutilación. |