No. 64 / Noviembre 2013


Malentendidos visuales y auditivos

Mística y Poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 

mistica-64-dezima-muca.jpgJuana de Asbaje y Ramírez de Santillana se inscribió para la posteridad con otro nombre más simple pero más sonoro y mucho más religioso: Sor Juana Inés de la Cruz. Un nombre muy similar al del místico más grande de la lengua española, San Juan de la Cruz. Aunque ninguno de estos dos nombres fue completamente verdadero (el nombre de San Juan de la Cruz era Juan de Yepes) la coincidencia es muy significativa desde el punto de vista de la cultura auditiva, aquella dinámica que incorpora vocabulario e informacion a oídos incluso desatentos, relacionando, asociando y almacenando con o sin percepción consciente. Estos dos nombres de semejanza casi idéntica: San Juan de la Cruz y Sor Juana Inés de la Cruz, poseen muy rápidas analogías fonéticas y semánticas. Nótese la intensa similitud de los morfemas “San” y  “Sor”, de los genéricos “Juan” y “Juana”, y del sufijo compartido “de la Cruz.”

San Juan vive y muere aproximadamente cien años antes que Sor Juana y la publicación de su obra poético-mística comienza en 1618, es decir, que muy probablemente Sor Juana, viviendo y leyendo en la segunda mitad de ese mismo siglo, pudo conocerla y admirarla. Ambas personas coincidieron en ser religiosas y poetas a la vez y en la misma lengua, aunque hayan poseído muy distintas tendencias y hayan producido muy distintos resultados. Sin embargo, la variedad de coincidencias compartidas en apariencia como la amplia fama, los nombres casi idénticos, los siglos muy cercanos, la misma lengua y la misma profesión, podrían ser quizá suficientes para producir una especie de paralelismo o (con)fusión en el imaginario colectivo.

Sor Juana habita una época en que el poder político se halla compartido entre la iglesia y la corte, el patrono eclesiástico es el Virrey y la teología puede funcionar como revestimiento de la agencia monacal. El convento, ocupando un lugar intermedio entre ambos universos, es un espacio permeado por fuerzas políticas, religiosas, sociales, morales e intelectuales (des)encontradas. En este ambiente se produce de forma natural el violento impacto público de una escritora religiosa e ilustrísima personalidad justificando intelectualmente su cuestionada vida espiritual (Respuesta a Sor Filotea). Esta es una muestra muy elocuente del concepto de la unión de los contrarios tan propio de la edad barroca. Sin embargo, el gran aporte de Sor Juana para la historia es de orden exclusivamente intelectual y no religioso.

El halo de idolatría que envuelve a una Sor Juana aún viva apunta al blanco de sus extraordinarias facultades intelectuales, no al blanco de sus intereses espirituales.

Sus profundos quehaceres fueron literarios y filosóficos. Aunque sabemos que la retórica de la falsa modestia es propia de la escritura del Barroco, en su famosa Petición “legal” de Perdón al Tribunal Divino con fecha de febrero de 1694 Sor Juana declara abiertamente, y sin ningún ornamento literario de automenosprecio, que “ha tantos años que yo vivo en religión no sólo sin religión, sino peor que pudiera un pagano” (Reproducción completa de la Petición en Xirau). Por otro lado, “nunca hace la menor alusión a su estado religioso” (Paz) a todo lo largo de su obra poética. El malentendido que trastoca las categorías intelectuales y místicas después de su muerte se inicia quizá con la propia muerte de Sor Juana, que aunque fue natural (de peste colectiva), ocurrió como cierre a un período de graves reprensiones públicas y prohibiciones privadas por parte de la institución eclesiástica hacia ella, cuyo talento fue considerado arrogante. De cierta manera Sor Juana dejó este mundo en calidad de mártir. Mártir de la inteligencia, dirán algunos, pero mártir al fin.

mistica-64-carta-atenagorica.jpgValores agregados al malentendido histórico entre los aportes de la inteligencia y los aportes de la fe que catapultaron a Sor Juana para el porvenir en el pedestal equivocado pueden considerarse: el ruido que produjo la iglesia y la controversia nacida por la publicación de la Crisis de un Sermón o Carta Atenagórica; la afrenta que padeció la monja a manos de su antiguo amigo y mentor, el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz; el intenso dolor autobiográfico de la Respuesta; el rechazo de Aguiar y Seijas hacia la monja por respaldar a su amigo Vieyra; las críticas de su confesor Núñez de Miranda; y la extensa producción de reverberante literatura “hagiográfica” que todos estos sucesos crearon a partir de allí. Finalmente, pero no en último lugar de importancia en esta transpapelación, debe tenerse muy en cuenta la parcializada “colaboración” del padre Diego Calleja, sacerdote jesuíta amigo de Sor Juana, quien en 1700 publica en Madrid la primera biografía (más bien hagiografía) de la ya famosa monja jerónima, donde primero recrimina paternalmente a la “díscola” poeta, para luego hacer hincapié en su conversión final y total a la fe de la iglesia. Este punto de la supuesta conversión también hizo “sonar” mucho a Sor Juana en su momento y posteriormente creó una fuerte oposición entre sus críticos. Algunos críticos católicos como Méndez Plancarte y Pfandl pensaron que la humildad de su silencio final fue una indudable sumisión a la fe; otros más pensaron que fue una dolorosa renuncia a su intelectualidad que implicó una muerte moral muy precoz.


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