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portada-200-gramos-almendras.jpg 200 gramos de almendras
A.E. Quintero
Andraval,
México, 2012.

 
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No. 65 / Diciembre 2013-Enero 2014



Como si estuvieran vivas,
como si buscaran
de siempre
el cartílago inofensivo, el enramado de grasa,
las tijeras del vendedor de pollo
llevan dentro su propia necesidad de dividir.

Mentiría si dijera
que pienso en la indefensión como algo propio.
En reprimir el medio kilo de corazones
de pollo
que alegra los dientes de mis gatos.
Mentiría.

El hombre tiene pericia
en sonar sus tijeras
y limpiar con un trapo
los restos líquidos de la muerte. Sus manos
de asesino serial
de pollos. Y despachar.

Un hombre que parece tan gustoso
de darle un orden
a la carne vencida, blanca
como la habitación de los niños.

No miento. Me alegra
que alguien mate por mí
una gallina, que mi abuela la meta en una tinaja de agua caliente
y la desplume. Que le eche a la gata negra
las vísceras incumplidas;
y le muestre a sus nietos
los trozos vivos de maíz dentro de buche,
semillas que empezaban a morir, a germinar, a morir.

Aunque el niño sueñe con la matriz y los ovarios
de una gallina
como un desgastado brócoli, apagado
como una delgadísima rama seca de uvas
sin uvas,
como un brote donde empiezan a asomarse
las pocas pingüicas.

La gallina estaba vieja. Ya no daba huevos.

El vendedor de pollo
me pregunta por tercera vez:
—¿qué va a llevar?

 

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