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portada-el-circulo.jpg El círculo de la presencia
Carlos Azar Manzur
Elefanta Editorial,
México, 2013.

Por Eva Castañeda Barrera 
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No. 65 / Diciembre 2013-Enero 2014


 

El círculo de la presencia. Poemario en dos actos y un epílogo a la muerte de mi padre, es un libro que se ensancha y abraza otros lindes, la música por ejemplo. El prólogo es “cuasi una crónica” que resulta reveladora del aspecto formal del poemario; Carlos Azar describe cómo es que la obra completa de Jonathan Harvey (compositor inglés) le sugirió la estructura que el libro debía seguir:

El círculo de la presencia llevaría un subtítulo en orden descendente –en escala cromática, en lamento-, de 3 poemas largos, 2 cortos y un epílogo. Así el libro se centra en 3 elegías largas, 3 puntos de vista distintos: la primera se concentra en la confusión sobre la muerte de un padre, la segunda en la imprecisión sobre la vida de un hijo y la tercera busca dialogar con la obra de Harvey. Entre las elegías, se insertan dos sueños irrealizables, y la obra culmina con un epílogo. Dichos poemas conviven en el marco de una Loa, un intermedio, doble diálogo que culmina en el epílogo.

Parece entonces que nos encontramos frente a un libro que abarca diversas posibilidades. Eso, de inicio, me inquieta. Las formas que el poeta eligió, son la puerta de entrada por vía de la estructura a los temas que le interesa desarrollar. Como sabemos, en la tradición de la poesía clásica, la Elegía es la forma por excelencia para la reflexión poética sobre la muerte de un ser querido. Por otra parte, la Loa funciona en el poemario como una introducción al diálogo dramático que se establecerá a lo largo del libro con la evocación del padre.

Ahora bien, ¿cuáles son las palabras con las que Carlos Azar, busca contar el duelo? Cabe decir que ya en el prólogo lo anticipa: “no puedo contarlo todo”. Entonces nos dice la parte que sí alcanza a recordar, es decir, su parte de la historia. Los títulos de la Elegías son reveladores del desasosiego de la voz poética: Palabras imprecisas sobre la muerte de mi padre y Palabras confusas sobre la vida de un hijo. La última Elegía, Cuento las horas fugaces, lloro a los muertos y convoco a los vivos, es un recorrido otra vez por el tiempo y en consecuencia por la vida y por la muerte. Llama mi atención que la elegía finaliza con un apartado cuyo título nos remite una vez más a la música. En modo lidio se compone por versos que buscan quebrar el silencio y la inmovilidad:

Un tono,
             un tono,
                          un tono,
un semitono,
la escalera interminable,
el escudo,
la constancia.

Un tono,
         un tono,
un semitono,
la destrucción de las islas,
el proceso,
la luz
        la luz.

El sujeto lírico persigue la luz, consecuencia lógica de la trayectoria que el poemario siguió. Pues si bien el libro borda sobre la muerte y sus temas, es también un libro cuyos versos aluden constantemente a lo luminoso y al movimiento. Las imágenes no son estáticas, pues la ausencia irrumpe con vehemente ferocidad y se establece una constante superposición entre las tinieblas y la luz, entre la vida y la muerte, pero no desde los lugares comunes o el simple lamento. Hay en estos versos una continua vuelta de tuerca. Me parece que entre otras cosas, el acierto reside en la narratividad, El círculo de la presencia, cunta algo: "es la historia de un padre y un hijo, pero sobre todo de un duelo."

Me interesa entonces reflexionar sobre cómo lo cuenta. Nos encontramos frente a un discurso que a pela a un interlocutor, con ello, fractura el silencio inherente a la muerte:

Voz de humo.

Voz de viento indiferente
como el silencio,

Al carajo con el silencio
y todo su ejércit
de representantes en la tierra.

 

La narratividad se enhebra a partir de dos recursos bien construidos. En principio, la historia se va contando a partir de los recuerdos; en segundo lugar, la reflexión que hace las veces de monólogo:

(...)
Te estoy esperando,
y mamá
Cecilia y Paco,
que regreses pronto
a decirnos cuando
debemos callar.
El violín suena
a pesar de tanto,
a pesar de tanto,
a pesar de tanto.

 

Y el monólogo oscila permanentemente en una frontera que tiende al diálogo. El uso preciso de las palabras y las imágenes bien construidas, dan un efecto de conversación. El lector lee las palabras del hijo y espera (desesperdamente) la respuesta del padre que no está, del padre que no contesta:

Hablo a solas
con la intención de abolir la memoria
hincado en los muros
de mi cráneo metálico.

 

El círculo de la presencia es un libro pensado cuidadosamente, basta con analizar la forma en la que está organizado. Su construcción revela, entre otras cosas, algo que hoy día es cada vez más escaso, me refiero a la ardua reflexión que el poeta debe llevar a cabo para organizar un libro. Dicho de otro modo, Carlos Azar nos deja en claro con este poemario que, pensar la forma y después llevarla a la praxis, no es cosa menor.

Lo enunciado líneas arriba, son sólo apuntes sobre un texto del cual queda mucho por decir. Diré entonces que El círculo de la presencia, me ha resultado un libro entrañable. Entre otras cosas porque no es monocromático, porque a pesar de la muerte, encuentra en la música y en la luz, un movimiento que lo sitúa en un lugar que no es sólo devastación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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