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Vigencia del Epigrama
Héctor Carreto (compilador), Ediciones Fósforo, México, 2006

Por Jorge Elías Priani
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Una tumba es una contradicción. En ella se reúnen la materia apresurada de un cuerpo que deja de ser humano y una losa de piedra duradera y contundente. Allí, en esa lítica afirmación de lo sagrado, los latinos acostumbraban grabar un breve poema o adagio que resumía la vida del difunto y aderezaba la contemplación adolorida de la piedra; ese texto era el epigrama (epi-sobre, grama- letra u texto). Marco Valerio Marcial (43-102), inspirado por estas inscripciones funerarias, hizo del epigrama un género literario cuya breve mordacidad era perfecta para satirizar a los célebres personajes del momento. Muchos siglos después, Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953) revisa (como lo apunta con claridad el título de la recopilación) la vigencia del epigrama en la poesía iberoamericana de los siglos XX y XXI; reunió textos de 57 poetas entre los que se encuentran Jorge Luis Borges, Ernesto Cardenal, Alfredo Fressia, Fernando Lamberg, José Emilio Pacheco y Salomón de la Selva (nicaragüense cuyo nombre robaría con gusto).

Primero recomiendo el ejercicio saludable que realicé al leer el libro: buscar entre los epigramas el más adecuado para la tumba propia. Elegí, pues soy un hombre discreto y sombrío, el que me pareció más hermoso y anodino (no hay, para mí, contradicción): “Y has de vivir como si eterno fueras. / Y has de morir como si fuera nada.” (“El día menos pensado”, Rodolfo Alonso.) Si alguna vez logro sacar al mujeriego que llevo dentro, utilizaré éste: “Sólo hay un problema/ metafísico, digno/ de consideración:/    El Coño.” (“La lágrima de Ahab”, José María Álvarez.) No sé si deba llevar mi afición a la poesía de Borges hasta mi último lecho, pero aquí la anoto: “La meta es el olvido. / Yo he llegado antes.” (“Un poeta menor”)

La Historia oficial de Iberoamérica en el siglo XX suele ser, además de ficticia, inútil para comprender los hechos (dictaduras, golpes de estado, injusticias) que condujeron  a este presente abstruso. Además, la prisa por ganar el sustento y el analfabetismo funcional impiden la asimilación razonada de los datos que se nos ofrecen en los densos libros históricos y las sesudas columnas editoriales. En el epigrama, sin embargo, puede alcanzarse una claridad contestataria que por lo menos demuestra las coincidencias históricas que nos vinculan. Abrigo, pues, la esperanza de que alguno de los despistados lectores de esta reseña tenga la valentía de visitar por la noche una oficina gubernamental y escribir “Las putas al poder, que sus hijos ya nos gobernaron.” (“Graffiti I”, Carlos López), aunque en la realidad las prostitutas no merezcan la atribución de tan vil descendencia.

La risa es un arma potentísima para criticar eficazmente y suscitar la reflexión de los atolondrados. Vigencia del epigrama es, en este sentido, adecuado a la vida urbana contemporánea donde tanta falta hace la sencilla risa que nos aliviane el día: “Nos dirigimos al motel con el sobresalto de a quien se le va el autobús.” (“Nos dirigimos al motel”, Edwin Madrid.)

Hay, además de los epigramas que he citado, poemas un poco más largos en esta recopilación. Se me ocurre que este libro es un buen artilugio para invitar a alguien a la poesía. Gracias a su brevedad, estos textos no serán hostiles al lector primerizo, por lo que se atreverá a leer alguno y, si la palabra ejerce su prodigio, sentirá un placer indescriptible y leerá un poco más. Antes de darse cuenta, el susodicho gozará poemas más extensos y buscará qué más escribió ese tal Roque Dalton que tanto lo complació. La vigencia del epigrama queda comprobada por su gozosa generosidad y su eficaz crítica. La recopilación de Carreto es un muestrario atractivo de voces poéticas diversas y armoniosas; es notable que su criterio de selección no se fundó en la celebridad de los autores sino en la calidad de los textos.

Acaso algún día los cementerios se conviertan en lugares propicios para la carcajada y la revolución. Cerca del fin del mundo, tal vez los escritores desdeñarán la abundancia y buscarán la concisa lucidez. Mientras tanto, más vale aprender un epigrama de memoria para salvarnos del suicidio en los momentos más oscuros.

 


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