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Espacio de Resistencia
Rodrigo Castillo,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2007

 

Por Karina Falcón 
Por Hiram Barrios

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Espacio de Resistencia
Rodrigo Castillo,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2007

 

Por Karina Falcón
Por Hiram Barrios

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Karina Falcón
 

autos…
 in which Rosy people,

coming from nowhere, go nowhere. And houses,
designed for happiness, standing empty,
Even when inhabited.
Bertolt Brecht

 Dans leurs Déserts de mousse, tranquilles,
Ils préparent les lambris précieux
Où la ville
Peindra de faux cieux

Arthur Rimbaud

El discurso en Espacio de resistencia se desprende desde advertencias claras: “no hay nadie”...“/esto es...” “/o no lo es/”. El lector ante las primeras páginas del libro puede concederse a las advertencias o no, puede continuar o no en el ocurrir de la escritura; pero si decide continuar, debe saber que en esta decisión —dijera Derrida—  también ocurre el juego: lo real dicho de otro modo, lo irreal dicho.

El libro se configura en varias estancias llamadas poemas, se habla desde la ciudad, se habla desde las varias voces que la ciudad es, pero siempre desde un sujeto. La realidad textual se configura a través de la palabra, mayormente en su función deíctica, pero sobre todo a través del cuerpo como deixis. Es el cuerpo el que sitúa al hablante y al lector dentro del libro, son sus excoriaciones las que permiten alumbrar al poema. Se escribe desde el cuerpo, desde la ciudad como cuerpo, donde el corazón de la ciudad se vuelve el corazón del sujeto que dice; a partir de su postura va configurando un escenario lingüístico donde reverbera la imposibilidad del lugar real, y esto se hace ostensible desde el juego verbal, juego de signos e intertextualidades. Para situarse solo basta inquirir al hombre como alegoría del signo moderno, significado de significado, espoleado por la idea de ciudad como progreso, a horcajadas de la miseria y la ansiedad.

Los primeros poemas del libro se construyen desde enunciaciones vertiginosas y enumeraciones concisas. Son acertadas las frases de función deíctica fijadas en el andar del discurso: “esto es/ alguna cosa... esto es una iglesia/ esto es mi carne... esto es acaso el alma... estoy aquí”,  frases que a mi parecer fungen como células que activan la entera circulación del poema, lo vivifican. El lenguaje en ocasiones parece ponderar un carácter abstraído en la voz, otras veces es directo, pero nunca rebuscado; sugiere la tensión entre la frase y el conjunto, cuerpo-ciudad, que revienta en un instante donde se da paso a la respiración sosegada del sujeto, del discurso mismo. Justo en el primer “nocturno” del libro parece que todo puede diluirse para procurar un giro en el carácter del texto: “...y así la noche atravesada, la tarde horizontal, el día/ hinchado/ habitualmente muerto”. Es el nocturno vacío de Orfeo, que mira su amor (creación, ciudad) hecho polvo; el Orfeo, el poeta, el antihéroe —ya— post-moderno que solo puede contemplar la nada que lo acompaña.

En algún momento, y en algunas líneas, el discurso de Espacio... me recuerda una forma y talante ya conocidos,  me refiero a los de Charles Bukoswki, y en particular al texto “Alone with everybody”, de tono aciago y llaneza lírica. Es decir, en algunos poemas de Espacio,  las construcciones verbales se advierten planas, y las palabras no logran trascender su potencialidad; queda el lenguaje como una mera herramienta narrativa que no busca el riesgo en una nueva semanticidad y se condena sólo entonces  a enumeraciones indiferentes. Esto, tal vez, se debe a la propia contingencia desde la cual se habla, la ciudad como espacio fragmentado donde la palabra es rauda y solo puede otorgar una breve imagen de lo que acontece. Aquello que se dice, solo puede decirse desde la palabra desnuda y franca, desde la verticalidad y cotidianidad; sin embargo, se corre el riesgo de caer en el lugar común, a no ser por el indicio que escapa de la voz poética y que parece sugerir, que el escarnio es de ella y para ella misma.

El ojo no es receptor, es él el que emite toda una construcción, es el ojo el que surca el espacio y coloca sus bastimentos. Se sabe entonces, que la objetividad del sujeto irá en paréntesis, asfixiada en el paréntesis y nunca afuera. La realidad parentética que se construye en Espacio de Resistencia, es la realidad de la voz; todo el discurso se articula prescindiendo del usual carácter conclusivo del punto, son los paréntesis los que parecen cerrar el poema, los que ponderan el riesgo del discurso y hacen un cambio de voz y perspectiva hasta develar el yo que los contiene, que justo  se descubre en una negación:

)paréntesis

no soy el yo lírico

no soy el habla

no soy la palabra

ni aquella respuesta inconclusa

donde hay imprecisión.

 

El último territorio del libro, es decir, a partir de “baja traición” y hasta el poema que concluye: “polvo”, resulta una estancia interesante; en ella continua el decir de lo contingente, el lenguaje directo, las referencias a la ansiedad de la ciudad; y deviene también la referencia a lugares oscuros de la experiencia hablante —tal vez, porque es un lenguaje ya muy privado y personal. En este cerrar el libro, el cuerpo no solo continúa presente, si no que su presencia se vigoriza en su misma dispersión. El cuerpo no enlaza mundo y lenguaje, más bien los contiene, el cuerpo se convierte en lectura áurea del mundo y en esta lectura de Espacio en resistencia, el cuerpo y el mundo se vuelven nada, porque el círculo que los contenía, los disolvía en cada vuelco y solo podía ampararlos con su inercia. Así, la voz deja de existir, o desaparece justo después del Comienza a hablar el tiempo de la agonía, el tiempo de la historia; donde se sabe que la historia, siempre será escritura.



Hiram Barrios

Comenzar a escribir acaso nazca con un conflicto infranqueable: el deseo —o, si se quiere, la exigencia— de encontrar una voz que logre ser particular o que de alguna forma apueste a un tono distintivo. Los primeros pasos del poeta suelen expresar la necesidad de conseguir un pacto con sus palabras mediante el esbozo de lo que bien podríamos llamar una poética personal. Pero si todo inicio presupone la búsqueda de una voz, manifestar a toda costa esa preocupación también es una consigna de trabajo: asumir que la palabra es la única posibilidad de asir la realidad,  luchar contra ella —como diría Rimbaud—para expresar los contenidos mentales, e intentar así  transgredir los confines entre los objetos  y los vocablos que los envuelven.

Espacio de resistencia, el  primer libro de de Rodrigo Castillo (Ciudad de México, 1982), se inclina por esa inquietud “iniciática”, toma partido por la búsqueda y hace de ella la premisa fundamental de su resistencia. Pese a las taras o los escollos a veces insuperables por la escritura joven, Castillo  propone una construcción lírica intensa que hace converger varios registros en  una unidad delirante y llena de rupturas (una “continuidad desprovista de semántica”). Un camino por la nada, entre el nadie, una mirada nihilista y fragmentaria del acontecer del mundo. Eso bien puede ser el libro: un camino por la ausencia, por el silencio, o mejor dicho, un pic nic por el vacío: el decir de un vericueto que comienza y finaliza en las palabras.

“No hay nadie”, la frase reiterativa con que inicia el libro y que se repite a lo largo del poema, sirve como una especie de partida para cimentar más que un “espacio de resistencia”,  un camino para alcanzarlo. Empezar desde la nada,   “resistir escribiendo su vacío”.

La profusión babélica figura en cada cosa y la ciudad se perfila como la existencia de una muchacha, una oración o, para el poeta, en un sentido beligerante, una palabra más. En este deambular la capital es el coche físico con la realidad; encarna a una muchachacon la que el poeta copula, a la que penetra y a que se ofrece para ser penetrado. El decir comienza en esa sexualidad, desde lo que  intuye  el cuerpo hasta lo que  racionaliza la mente. El contacto con su muchacha declara que el nombrar las cosas es algo precario y todavía previo al decir, entendido como acto revitalizador del lenguaje: “bautizar nuestros méritos/ colocando bajo el paladar el ritmo”.

Esa sexualidad es entonces la irrupción del poeta, su “nacimiento” desde las palabras en un acto que al final revela la presencia de una “génesis artificial” oculta en “la vagina seca de la creación”: no se trata de una búsqueda de ancestros ni el significado de un nombre bajo la pila bautismal, sino de la búsqueda, en última instancia, de la palabra misma, del nombrar los objetos, los pensamientos o las pasiones pero con una nueva voz, alcanzar, en lo posible, el decir, ese dialecto que llamamos poesía. Renegar entonces del Padre espiritual (“me quede vacío/ igual que tu sangre”), lidiar contra el polvo, después aceptarse como tal y regresar al intento del decir, son consecuencias de este viaje.Porque la palabra, a fin de cuentas, aún no alcanza para el decir, aunque sea una forma de enfrentar y contener a la ciudad, su muchacha. El poeta se declara “impreciso”, no obstante, con la necesidad de “comenzar a escribir/ lo que no puedo”.

Para Rodrigo Castillo el principio —su principio— no está en el verbo, sino, como él afirma: “en la intención de hacer verbo”. Quizá sea éste el rasgo que más fuerza le imprime a su escritura. Una escritura “siempre en punto de tensión”, como apunta Ernesto Lumbreras, y que trasmite su agonía en un vínculo fluido con el lector. Otra virtud que señalar con respecto a Espacio de Resistencia reside en la capacidad para crear símbolos sutiles, para transitar de un lugar denotativo, a un “espacio” cargado de connotaciones  (el título del libro, por ejemplo, pareciera aludir a un slogan publicitario bastante conocido, pero la materia del poema sobrepasa el rechazo o la militancia a cualquier práctica política o social) partiendo de la sencillez de los referentes que nos son cercanos y de una escritura sin complicaciones innecesarias.

Construir una lengua, resistirla. Esa parece ser la apuesta.

 


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