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Espacio de Resistencia
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Por Karina Falcón |
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Espacio de Resistencia
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Por Karina Falcón |
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autos…
Dans leurs Déserts de mousse, tranquilles,
El discurso en Espacio de resistencia se desprende desde advertencias claras: “no hay nadie”...“/esto es...” “/o no lo es/”. El lector ante las primeras páginas del libro puede concederse a las advertencias o no, puede continuar o no en el ocurrir de la escritura; pero si decide continuar, debe saber que en esta decisión —dijera Derrida— también ocurre el juego: lo real dicho de otro modo, lo irreal dicho. Los primeros poemas del libro se construyen desde enunciaciones vertiginosas y enumeraciones concisas. Son acertadas las frases de función deíctica fijadas en el andar del discurso: “esto es/ alguna cosa... esto es una iglesia/ esto es mi carne... esto es acaso el alma... estoy aquí”, frases que a mi parecer fungen como células que activan la entera circulación del poema, lo vivifican. El lenguaje en ocasiones parece ponderar un carácter abstraído en la voz, otras veces es directo, pero nunca rebuscado; sugiere la tensión entre la frase y el conjunto, cuerpo-ciudad, que revienta en un instante donde se da paso a la respiración sosegada del sujeto, del discurso mismo. Justo en el primer “nocturno” del libro parece que todo puede diluirse para procurar un giro en el carácter del texto: “...y así la noche atravesada, la tarde horizontal, el día/ hinchado/ habitualmente muerto”. Es el nocturno vacío de Orfeo, que mira su amor (creación, ciudad) hecho polvo; el Orfeo, el poeta, el antihéroe —ya— post-moderno que solo puede contemplar la nada que lo acompaña. En algún momento, y en algunas líneas, el discurso de Espacio... me recuerda una forma y talante ya conocidos, me refiero a los de Charles Bukoswki, y en particular al texto “Alone with everybody”, de tono aciago y llaneza lírica. Es decir, en algunos poemas de Espacio, las construcciones verbales se advierten planas, y las palabras no logran trascender su potencialidad; queda el lenguaje como una mera herramienta narrativa que no busca el riesgo en una nueva semanticidad y se condena sólo entonces a enumeraciones indiferentes. Esto, tal vez, se debe a la propia contingencia desde la cual se habla, la ciudad como espacio fragmentado donde la palabra es rauda y solo puede otorgar una breve imagen de lo que acontece. Aquello que se dice, solo puede decirse desde la palabra desnuda y franca, desde la verticalidad y cotidianidad; sin embargo, se corre el riesgo de caer en el lugar común, a no ser por el indicio que escapa de la voz poética y que parece sugerir, que el escarnio es de ella y para ella misma. El ojo no es receptor, es él el que emite toda una construcción, es el ojo el que surca el espacio y coloca sus bastimentos. Se sabe entonces, que la objetividad del sujeto irá en paréntesis, asfixiada en el paréntesis y nunca afuera. La realidad parentética que se construye en Espacio de Resistencia, es la realidad de la voz; todo el discurso se articula prescindiendo del usual carácter conclusivo del punto, son los paréntesis los que parecen cerrar el poema, los que ponderan el riesgo del discurso y hacen un cambio de voz y perspectiva hasta develar el yo que los contiene, que justo se descubre en una negación: )paréntesis
no soy el yo lírico no soy el habla no soy la palabra ni aquella respuesta inconclusa donde hay imprecisión.
El último territorio del libro, es decir, a partir de “baja traición” y hasta el poema que concluye: “polvo”, resulta una estancia interesante; en ella continua el decir de lo contingente, el lenguaje directo, las referencias a la ansiedad de la ciudad; y deviene también la referencia a lugares oscuros de la experiencia hablante —tal vez, porque es un lenguaje ya muy privado y personal. En este cerrar el libro, el cuerpo no solo continúa presente, si no que su presencia se vigoriza en su misma dispersión. El cuerpo no enlaza mundo y lenguaje, más bien los contiene, el cuerpo se convierte en lectura áurea del mundo y en esta lectura de Espacio en resistencia, el cuerpo y el mundo se vuelven nada, porque el círculo que los contenía, los disolvía en cada vuelco y solo podía ampararlos con su inercia. Así, la voz deja de existir, o desaparece justo después del Comienza a hablar el tiempo de la agonía, el tiempo de la historia; donde se sabe que la historia, siempre será escritura.
Comenzar a escribir acaso nazca con un conflicto infranqueable: el deseo —o, si se quiere, la exigencia— de encontrar una voz que logre ser particular o que de alguna forma apueste a un tono distintivo. Los primeros pasos del poeta suelen expresar la necesidad de conseguir un pacto con sus palabras mediante el esbozo de lo que bien podríamos llamar una poética personal. Pero si todo inicio presupone la búsqueda de una voz, manifestar a toda costa esa preocupación también es una consigna de trabajo: asumir que la palabra es la única posibilidad de asir la realidad, luchar contra ella —como diría Rimbaud—para expresar los contenidos mentales, e intentar así transgredir los confines entre los objetos y los vocablos que los envuelven. Construir una lengua, resistirla. Esa parece ser la apuesta.
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