Poetas hay dos: López Velarde
y yo: Tomás Segovia


Por Rodolfo David Gaona

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El autor se presentó en la Casa del Poeta el pasado miércoles 23 de enero, donde leyó algunos de sus textos más representativos y charló con la concurrencia  acerca de sus obsesiones, sus primeros versos y su formación poética. 

segovia_1.jpg“Poetas hay dos: López Velarde y yo”, así lo expresó Tomás Segovia con su característico buen humor. Apenas las manecillas rasguñaron las siete de la noche cuando dio inicio la lectura de sus versos como preámbulo a la charla-conferencia.

Cerca de cien personas se dieron cita para escuchar, de viva voz, los poemas que le han merecido innumerables premios; el más reciente fue el Juan Rulfo 2005. A la manera socrática y al puro estilo segoviano la charla lució amena y entrañable. En poco menos de dos horas, el poeta se dio tiempo para responder y leer algunos de sus textos más representativos, entre ellos “Besos”, otros de Anagnórisis y un par de sus sonetos votivos. Tomás Segovia también respondió las interrogantes del público: “¿Cuáles fueron los primeros libros que leyó?”, preguntó alguien de la multitud con la intención de romper el hielo. “Empecé leyendo a Darío, a Nervo... a los quince años se suponía que yo iba a ser médico”, confesó. “Empecé a escribir a los doce años y aprendí a hacerlo primero en francés que en español”, dijo Segovia ante las miradas del público.

“Yo tardé mucho en escribir poemas de amor y lo hice para que mis tías me aplaudieran” respondió a la interrogante sobre su temática amorosa y erótica que permea toda su obra. “Hay poetas que planean sus versos, que creen en una poesía muy intelectual. ¿Por qué escribir sonetos eróticos? Yo lo gozo: es un arte. El juego con las rimas es una delicia”. Todo esto destapó una de sus grandes confesiones de la noche, ya que para él es importante rescatar el oficio de ser poeta: “Todo esto del oficio del poeta se está perdiendo y yo me he dedicado a salvarlo”. Tomás Segovia confesó ser un arduo defensor de las rimas, los metros y los tropos como parte del ejercicio poético. Más adelanté apuntó: “Uno aprende a escribir versos como aprende a andar en bicicleta: no hay un manual que te diga cómo hacerlo”.

Ante la pregunta del público sobre lo que el verso medido puede ofrecer en la actualidad, apuntó: “La pregunta sería ¿cómo ofrecer algo nuevo en el verso libre?”, a esto respondió a tan sólo cien años de haberse inventado en Francia el verso libre (que para él, es uno u otro: “según su definición el verso es libre o es verso”). Tras comentar lo anterior Segovia dio cátedra sobre su formación resaltando la importancia de los poetas franceses en su obra personal: “Rimbaud es importantísimo pero tengo muchas cosas que reprocharle. Lo mismo me sucede con Mallarmé: me peleo todo el tiempo”. Poco después se dijo enamorado de López Velarde, Owen, Paz, Garcilaso, los poetas franceses y la poesía medieval.

Poco antes de finalizar la charla sentenció ante la audiencia: “Puedo perdonarme todo lo que he hecho porque puedo juzgarme”. Pocos minutos después habló de la libertad en la escritura: “Yo ya no me tengo que inventar metas ni tareas: eso me da una gran libertad”, respecto a esta libertad de la que habló: “Lo importante no es que yo ame la vida sino dejarme amar por ella”.

“¿Dónde escribe?, maestro”, fue la última pregunta de uno de los presentes. “¿Físicamente o te refieres al espacio donde trabajo? Porque ya te iba a responder que en una hoja de papel: yo siempre escribo en los cafés.” De ahí nació uno de sus poemas más conocidos “Besos” cuya confesión fue contundente: el poema fue escrito para una muchacha en el desaparecido café Chufas de la calle López; Segovia sentenció la perfección del poema y, ante los oídos incrédulos de la muchedumbre, dijo que había sido un poema de “una sentada” que sigue una estructura muy básica: “escribiré sobre el cuerpo de la mujer, desde el cuello, y que vaya bajando.”, dijo para sí antes de iniciar la escritura de “Besos”. “Lo escribí sin reprimirme, así, como fue saliendo” apuntó para finalizar la charla antes de dar paso a la lectura, sin saltarse un solo verso, del poema “Besos”.


Tomás Segovia


Pechos


A veces, solo en la calma

De la alcoba, me estremece la evocación. En la palma,

Como entonces, me parece

Sentir el trémulo peso

De tus pechos, que en el beso

Me ofrecen, para que muerda,

Todo el bulto de la vida.

¿Ves tú? La memoria olvida,

Pero la carne se acuerda.

 

Tu carne olía ricamente a otoño

 

Tu carne olía ricamente a otoño,

A húmedas hojas muertas, a resinas,

A cítricos aceites y a glisinas

Y a la etérea fragancia del madroño.

 

Hábil como una boca era tu coño.

Siempre había, después de tus felinas

Agonías de gozo, en las divinas

Frondas de tu deseo, otro retoño.

 

Te aflojabas de pronto, exagüe y yerta,

Suicidada del éxtasis, baldía,

Y casta y virginal como una muerta.

 

Y poco a poco, dulcemente, luego,

Absuelto por la muerte renacía

Tu amor salvaje y puro como el fuego.

 

En las fuentes

 

Quién desteje el amor

Ése es quien me desteje

No es nadie

El amor se deshace solo

Como la trenza del río

            Destrensada en el mar

No estoy de amor tejido

Estoy tejido de tejerlo

 

De sacar de mis íngrimos telares

Este despótico trabajo

Eternamente abandonado

            El fleco que se aleja

A la disipación y su bostezo idiota

Y sólo escapo de su horror recogiéndome todo sin recelo

En el lugar donde nace la trama.


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