No. 67 / Marzo 2014 |
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Illuminations. Este fue el título que dio Verlaine, en una carta escrita en 1878, al conjunto de poemas en prosa que Arthur Rimbaud escribió entre 1873 y 1875. Hoy en día la mayor parte de los estudiosos coinciden en que estos poemas fueron escritos después de Una temporada en el infierno, el único libro que Rimbaud preparó para ser publicado. Luego de terminarlo, Rimbaud consiguió que su madre le pagara al editor en Bruselas un adelanto. Tiempo después recogió seis ejemplares, envió uno a Verlaine (que estaba en prisión), regaló otros dos y quemó los tres restantes. Todo lo que sabemos de las Iluminaciones es que se trataba de poemas escritos en hojas sueltas, sin paginación y sin orden específico. La historia de la pérdida y recuperación de los manuscritos es larga e intrincada. “Genio”, el poema que aquí presentamos se ha colocado, por consenso, al final de las Iluminaciones. ¿Es el último poema que escribió? No lo sabemos. Y, sin embargo, algo nos hace pensar que pudo ser así. “Genio” es una de las más acabadas encarnaciones del laboratorio poético de Rimbaud. Un proyecto -entre tantos otros- que comienza con el razonado desarreglo de los sentidos y alcanza un estado que se manifiesta con una afirmación: “yo es otro”. Se trata de una nueva percepción de sí mismo y, a la vez, de toda la tradición que le antecede y a la que, simultáneamente, afirma y niega. Genio es el amor, dice Rimbaud, “medida perfecta y reinventada.” En Dante, el amor es la fuerza que mueve y ordena al sol, es el paradigma que encamina cada uno de sus pasos y con ellos la arquitectura de la Divina Comedia. En Rimbaud esta misma fuerza no admite ninguna estructura, está más allá de las humanas concepciones. Y sin embargo actúa e influye sobre el humano acontecer. Es una energía que lo multiplica, lo libera y lo proyecta lejos de sí mismo, más allá de cualquier pronóstico. Su pasar -el paso del amor que es infinito- es un aquí, es un ahora.
Él es el afecto y el presente, pues ha hecho la casa abierta al invierno espumoso y al rumor del verano, él, que ha purificado las bebidas y los alimentos, él, que es el encanto de los lugares huidizos y la delicia sobrehumana de las estaciones. Él es el afecto y el porvenir, la fuerza y el amor que nosotros, parados en la rabia y el hastío, vemos pasar en un cielo de tormenta y banderas de éxtasis. (Versión de J.E.) |
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