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No. 67/ Marzo 2014



Daniela Dávila
(Ciudad de México, 1990)



Palabra

No sé los contornos de tu cara,
ni los pozos teñidos de tus cuencas;
para reconocerte,
sólo basta el rumor del sonido
                                 {que te llama.
El breve repicar
de cada una de tus sílabas,
basta,
para que las entrañas renazcan
en tu nombre:
                                          Paula.
No tienes carne todavía,
No sé si mis miembros
                           [han de ser tu casa.
No sé la textura de tus cabellos
ni conozco la mitad de tu semilla.
Pero preciso tu invisibilidad corpórea
para saberte de mí, extensión viva.
No sé los trazos de tu frente,
ni tu parecido a mis rasgos virginales,
para tenerte,
                                           Paula,
sólo basta el rigor de la palabra;
el hialino sustituto de tu risa.
De tu llanto,
de la vena que me ata a tu propósito
de tu vaho inmaculado
                     [prendido de mi aureola;
de tu centro de minúsculos latidos;
de tu cabeza con olor recién nacido.

No sé los contornos de tu cara,
no tienes carne todavía,
pero preciso esa invisibilidad corpórea.
para henchirme el alma;
para saber tu presencia
              sólo basta pronunciarte:
                                               Paula.





Silencio

¿y qué es lo que vas a hacer?
voy a ocultarme en el lenguaje
Alejandra Pizarnik

Reposa la culpa entre la lengua:
llamas de índigo inmolando
páginas níveas de cualquier libro.
La mayor ofrenda del poeta
es amordazar las fauces del
papel que aún no han nacido.
¿Cuál es entonces el oficio?
Intentar forzar los candados de la materia,
en busca del profundo quebranto.
Abrir con el fuego de la boca
las cicatrices lacradas en los oídos,
en las manos, en la cintura; en cada
fragmento herido por el implacable látigo
                          {de lo vivido.
Y no conseguir nada.
Ni una palabra con imágenes certeras.
Ni tinta desangrando de las falanges.
Ni noches  insomnes de letras.
Nada.

La mayor virtud del poeta, es hacer de la
                         {nada su abrigo.
Existir, sobre todo en la cotidianidad;
en el sol pálido que no sabe su nombre,
en el límpido torrente desconocido;
en esos ojos francos que nunca lo han leído.

¿Cuál es entonces el oficio?
Existir, sobre todo en el silencio.
En el sosiego de la sangre y
en el tórrido sigilo.
Amordazar las fauces del
papel que aún no han nacido.
Ofrendar su virtud:
Y ser poeta, ser poeta…también,
donde no hay camino.

Existir, sobre todo en la cotidianidad;
en el sol pálido que no lo reconoce
en el paisaje devastador del frío;
en los labios etéreos que nunca sabrán decirlo.