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No. 67/ Marzo 2014



A.E. Quintero
(Culiacan, Sinaloa, 1969; vive en la Ciudad de México)



Tres poemas inéditos  *


Muertos vivientes
se les puede decir a los zombis
o a los vampiros, claro.
Incluso
se le puede llamar así
al hombre que está al fondo
de aquella neurótica oficina.

O a la dependienta de los perfumes y las cremas
que pasa horas sin que la descubras parpadear.
O a los divorciados
que se aprendieron una frase
y le dicen te amo al espejo cuando se rasuran.
O a los solos
que practican cómo besar en la ventana.
O a los que están tristemente encabronados
como los adúlteros
que han sido separados por el sueño de siempre.

Se les puede decir muertos vivientes
a los árboles en invierno.
O a ese pedazo de algo
que es un capullo de mariposa en una cornisa.

O a una hermana que se peleó con el novio.
O a mi abuelo, y a la ventana de mi abuelo, y a su silla.

Pero ahora a quien me interesa decirle
muerto viviente
es a ese hombre
que ha perdido media vida aprendiendo
cómo vivir en su propio cuerpo.





¿O no es eso la tristeza,
no es esa ridícula obsesión por repasar
nuestras propias memorias,
por regresarnos nuestros propios recuerdos?

¿No es la tristeza
extrañar nuestro futuro,
no caber en el presente?

¿No es la tristeza
esta inconformidad de no ser todos los días?

Estoy cansado de estar triste.
De ponerme este par de tristes calcetines
y respirar profundo
antes de cerrar la puerta rumbo al trabajo.

Estoy triste de imaginarme,
de inventarme,
de jurar que algún día no decepcionaré
al niño que fui.
Estoy triste de no ser lo que diario me deseo.

Porque podría decir una gran metáfora
de lo que es la vida,
y meterla a bañar a la regadera
como a una niña sucia
que enredó de amores pequeños su cabello,
y comió hojas,
y golpeó niños con su corazón de lechuza.
Y se enamoró en secreto
de otra niña.

Llevo tantas muertes
intentando salir de este viejo basurero
en el que me acumulo,
que lo único sano ahora
es resignarse.


_____________________________________________________



D
ebería de haber un grupo de apoyo
para los que no nos tenemos a nosotros mismos;
para quienes no contamos sillas
sino vacíos,
para los que nos enamoramos de una puerta
o amamos una ventana.

Un grupo de apoyo para los solteros de cuerpo completo,
para los desquiciados de manos
y pies sin rumbo,
para los sin amigos y sin ropa fija.

Para aquellos a los que la casa
no les cabe en todo el cuerpo.

Un grupo que apoye a los adoptados por un amor fantasma.
A los adeptos del miedo y de una calle a solas.

Porque algunos pocos
sabemos que en el fondo castigado del clóset
está dios con una varita golpeándose los dedos;

y hay un sueño que nunca
se dice en alto.

Debería de haber un grupo de apoyo
para quienes no entendemos nada, para los que soñar
es un vicio a oscuras;
para aquellos cuya fantasía les alcanza los muslos
como quien camina por la playa pensando en ahogarse.

Un grupo de apoyo
para los que nunca se suicidan;
para quienes les da igual 20 cigarros o 20 abandonos.
Para los que tenemos tres dioses metidos en el zapato
y les rezamos
antes de salir de casa.

Porque quiero suponer
que no soy el último de mi especie;
y que la soledad no es un acto contagioso
ni un niño jugando a morir.

Porque quiero pensar en la vida
como una mujer piensa en la comida que hará mañana
para no repetirse.

En la vida
como en una libreta donde se llevan las cuentas y los gastos,
y una lista de las cosas que deben escribirse para no olvidar a nadie.

Porque quisiera creer
que no soy el único que vive huyendo,

y que la felicidad
es una palabra posible.





* Estos tres poemas pertenecen al poemario "La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse", de próxima publicación por Ediciones Simiente.