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No. 67/ Marzo 2014



Edwin Yllescas
(Managua, Nicaragua, 1941)



A la misteriosa
(Andante I)                           
 

Ni me debe, ni te debo. En paz están los cuerpos. Ahora
déjame vivir mi pleno otoño, pero no olvides tu primavera
aquel verano de rocas en la playa, allegro mais non troppo
no volverá, pero los retoños colgaran en la punta de la rama.
Y quizás una gota destilada vuelva a guindar en tu vida.
Asustada la muerte retrocederá y aunque no retornen
esas gotas te devolverán tus años; el sabor
del vejete, su ya casi nada,  algo te repondrá,
quizás, el sendero amarillo. Donde hubo cuerpo
nada prevalecerá contra la vida. Grosso el otoño
siempre estará presente. Déjalo morderse.
Maga en mi kínder, te di apenas escarcha
ceniza, viva ilusión donde persiste tu mundo:
óyelo en mi otoño, allegro concierto en Sol Mayor;
cercano,  o lejano escúchalo casi como muy bien.
No pienso ni espero llegar al próximo invierno.
 
13, 08, 13




A la misteriosa
(Andante II)
 

Sin los años, tantos en él, muy pocos en ella
sin el necio todo pudo ser mejor. Aceptaste a ciega.
De saber, poco sabías del hombre entero.
Mansa al trote, ya echada, nada te sorprendió.
Todo estaba en su hervor. Ajenos a la edad
sin vana parola tocaron lo conocido siempre distinto
la bendita calceta café que nunca apareció.
Contra ellos, nada pudo el berrido celular
menos el volumen de la música corpo coral.
Y si alguna vez cayeron del tálamo al piso
allí rodaron hasta topar contra la costra de salitre.
Y si no hubo playas en las rocas, ellos inventaron
este andar por guijarros hasta la carcasa de un pez.
Sólo lamentan el Claro de luna, apenas Debussy.
Faunos adormilados se despidieron sin otra siesta.
Contra Vallejo sabían que hay primera sin segunda.

15, 09, 13




A la misteriosa
(Andante III)


Breve fue su tiempo, acaso súper y restaurante.
Temerosa del gentío al lado, el vino fue casero
blanco, o tinto siempre asaz calentó la palabra.
Los avíos de cena llegaron special delivery.
Sentencia atroz, rodó cabeza y cuerpo tumultuoso.
Colgaron y nunca nadie advirtió la horca soleada
su sistema de cuerdas y contra pesos, nadie lo vio.
Adversos al murmurador, su chiribitil fue extraño;
lobos de Gubia permanecieron en su risco
rapada en su lana negra, ella devoró oveja y pastor
vesperal siempre hubo en él, hueso por lamer y roer.
Tal como uno que sueña haber soñado con Dios
temerosos guardaron astillas para más adelante
y como no sabían dónde queda el espacio en el tiempo
buscaron redomada batalla, apenas reposo, orillados
en la puerta del más adelante. Siempre supieron, al pretérito
sólo suyo pertenece el vacío, el hollejo chupado, relamido.
Después de todo qué podía esperar el vejete.
Acaso, liar los bártulos rumbo al habitual desengaño
a la puerta eterna, otra vez contra la nariz de la vida.
 
19, 9, 13




A la misteriosa.
Andante IV


Tenía una vida en Managua. La eche a perder.
Seguro, la  habría echado a perder en cualquier parte
Dada por el azar de mis padres, no la supe conducir
perdí mis años en cantinas y paliduchas de callejón.
Ahora ya todo pasó. No me queda nada.
Estoy más solo que durante aquellos años lapidarios.
Me quedé sin acordeón parisino, sin conservatorio romano.
Mi tiempo pasa lento, estoy ido en lo que pude ser sí ganaba
mi propia batalla contra mí. Confieso que perdí
Siempre hablo de esas cosas y, realmente,
por donde la busque ya no tiene salida el asunto.
Moriré un día de éstos y aún pienso que ganaré la guerra
ya perdida cuando andaba en mis alegres bermejas.
O guam tristis et afflicta voy por mi silencio desierto
pero no te enlutes, tú siempre tendrás París.

26, 09, 13