...................................................................

portada-casar-baja.jpg Vibradores a 500 metros
Eduardo Casar
Parentalia Ediciones,
México, 2013.

Por Diego Espíritu Chávez
.....................................................................

No. 67 / Marzo 2014




En la presentación de su poemario Vibradores a 500 metros, Eduardo Casar decía que si bien es cierto que la poesía sufre de una perdida de lectores y de la consecuente apropiación por minorías ilustradas, es afortunado que esa  aparente disminución de interés por la poesía, pueda traducirse en una intimidad al momento de su lectura, que, de hecho, es  ya inherente al poema. Valiéndose de sencillos paralelismos y demás recursos modestos, Casar alza una torre de poemas que se levanta evidentemente más de una sobriedad lírica y retórica que de la opulencia, donde la melodía que suena entre líneas es a momentos un eco convulso y en otros un murmullo apacible; al final todo escampa al pie de la orilla del encabalgamiento. Así, la brevedad no siempre significa simpleza, o mejor dicho, en la extensión terca de las hojas se puede incurrir en la terca verborrea. No es el caso. Casar es breve sin ser limitado o reducido en sentidos; conciso sin ser lacónico: esencial.  Comprende que el silencio también puede decir mucho si lo sitúas atinadamente en un espacio en blanco.

Con un coloquialismo que a momentos nos recuerda la cercanía y familiaridad del recién fallecido Juan Gelman o del nicaragüense Ernesto Cardenal, Casar elabora una poética diáfana pero no por eso menos honda; sin muchos atrevimientos formales, el yo lírico que atraviesa Vibradores a 500 metros se torna en una voz a momentos lúdica e irónica, pero sobre todo que encara al lector sin soltarle una reprimenda: le habla de frente sin demasiados miramientos intelectuales y sí con un ritmo cadencioso afortunado. La poesía es, antes que nada, música y la voz que habita los versos vela por sus protegidos: Casar habla por aquellos que a menudo son obligados a guardar silencio. En el poema “Deja crecer tu sombra” somos testigos de dicha poética:

Hermana: nunca pongas
una bala en un ojo.
Y no te dejes nunca
caer afuera.
Deja crecer tus alas
bajo la gabardina.
Cierra tu corazón
cuando notes que el cielo
está planeando encima.
Levántate las anclas,
dale un trago al mendigo.

Los temas que recorre Casar a través de sus poemas—aunque pocos—son variados y diversos: desde la reencarnación hasta un pavo irreal —como se titula uno de los poemas—, pasando por un par de epígrafes ( dedicado uno a Cardenal y otro al filósofo y físico Gaston Bachelard). El único denominador común tal vez sea su estilo directo—sin dejar, claro, de emerger de las más profundas venas líricas. Aunque los poemas no son de largo aliento, suponen un hálito poético consagrado. El vaivén sincopado del yo lírico manipula cada letra, cada palabra como una delicada pieza de orfebrería, esculpiendo en cada poema la hondura que le exige el sentido del mismo: lo que Casar pierde en extensión en esta plaquette, lo gana en profundidad. El poeta conoce bien su oficio, la materia con la que trabaja: es un artesano de la lengua.

Se trata de un diseño aliviadano
(como si fuera errata),
                           una catedralita que se mueve,
es como un pavorreal cuando no sabe
dónde puede llegar si otros cierran los ojos.

Las imágenes que se construyen y concatenan debidamente en sus versos no sólo funcionan para el poema, sino que poseen una plasticidad tal que acusa en el poeta una facultad loable para nombrar el mundo que lo rodea: nombra lo intangible, lo vuelve materia maleable. Sin embargo, no es el uso certero de los recursos poéticos la mayor virtud de los poemas, sino la emoción que, gracias a la pericia, atraviesa, a galope, entre verso y verso, hasta escampar el trote de un canto que no es indómito, sino muy noble: un lenguaje claro y sencillo que entona la música que componen sus palabras. Es claro que el ímpetu poético crece con cada verso que se entrega. Hay una pugna poética o poética de la pugna (sin olvidar el juego que se ejecuta entre las palabras como una danza). Finalmente, nos recuerda el valor del símil y la metáfora cuando son bien utilizados: para un buen poema bastan las palabras precisas que dicta la emoción y sobran los ornamentos del intelecto.