No. 67 / Marzo 2014

 
Una partitura escondida en el infierno


Poéticas visuales
Por María Andrea Giovine
 

 

En los últimos días, los periódicos y noticieros se han concentrado en una pintura que siempre ha suscitado interés debido a su riqueza visual y su amalgama de elementos, El jardín de las delicias, del pintor holandés Hyeronimus Bosch, mejor conocido como El Bosco, pintada hace alrededor de 500 años.

 

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Imagen del tríptico abierto

El jardín de las delicias, que desde 1939 forma parte del patrimonio del Museo del Prado, consiste en un tríptico pintado al óleo sobre tabla. La tabla central mide 220 x 389 cm y cada una de las dos tablas laterales mide 220 x 97 cm. El cuadro cerrado alude al tercer día de la creación del mundo. El tríptico abierto presenta, en el panel izquierdo, una imagen del paraíso donde se representa el último día de la creación, con Eva y Adán. En el panel central, un conjunto de cuerpos caóticos y seres monstruosos representan los placeres carnales, el disfrute de los sentidos y la lujuria. La tabla de la derecha culmina el tríptico con los horrores y penalidades del castigo eterno en el infierno.

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Imagen del tríptico cerrado

 

Se trata de una pintura con un altísimo contenido simbólico que podemos contemplar por horas sin terminar de ver todos sus detalles. Y, si no supiéramos que fue pintada hace más de cinco siglos, tal vez nos aventuraríamos a decir que es obra de los pinceles de algún surrealista o de algún pintor posmoderno que nos ofrece imágenes de éxtasis y pesadilla entremezcladas. Lo más probable es que el objetivo del cuadro haya sido moralizante, es decir, aterrorizar a los hombres y mujeres del Renacimiento para que dejaran de lado el placer carnal y se alejaran de la senda del pecado trazada por Adán y Eva.

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Detalle de “El infierno”

 

Esta parte del tríptico, también conocida como “El infierno musical” por la presencia constante de instrumentos musicales y referencias al sonido, muestra personajes y elementos que Dalí hubiera deseado pintar. Precisamente sobre esta sección del tríptico están hablando los noticieros. Unos estudiantes de la Universidad de Oklahoma acaban de poner en la mira del mundo una partitura que se encuentra pintada en las nalgas desnudas de uno de los muchísimos personajes del cuadro. Transcribieron la melodía y ahora la podemos escuchar en https://www.youtube.com/watch?v=7iGsXiSt_4A.   

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Detalle de “El infierno”

 

¿Cómo es posible que cinco siglos después nos llegue esta música misteriosa? ¿Por qué nadie le prestó atención antes? ¿El libro de música que está junto también esconde una melodía? La noticia me fascinó porque demuestra que siempre podemos ver más, porque pone sobre la mesa el poder del arte: nunca todo está dicho, una obra es nueva para cada persona, para cada época y para cada generación. El Bosco asociaba el infierno con el sonido. Esta melodía de pronto irrumpe en el 2014 y nos lleva a la cabeza de un hombre renacentista y su imaginario. Me fascinó que, de pronto, el cuadro se hubiera convertido en partitura, que en esa riqueza visual de tanta exuberancia (no sería equivocado afirmar que El jardín de las delicias es una de las pinturas visualmente más exuberantes de toda la historia del arte anterior al siglo XX) de pronto surgiera una melodía limpia, nítida y sencilla, casi diáfana… todo lo contrario de lo que vemos. Tal vez esto se descubrió hasta ahora porque antes veíamos un cuadro sólo como un cuadro y, ahora, con la llegada del concepto de intermedialidad tenemos mucho más presente que las artes se pueden tocar, que un discurso puede confluir en otro, que nuestra percepción sinestésica del mundo está también en las obras que creamos. Y viendo la pintura y escuchando la melodía recién descubierta en el infierno de El Bosco, recordé el poema ecfrástico que Rafael Alberti escribió inspirado en este cuadro y titulado precisamente “El Bosco”. “Pintor en desvelo: / tu paleta vuela al cielo, / y en un cuerno, / tu pincel baja al infierno.” Alberti nos habla de los diversos planos del cuadro y, para producir el mismo efecto de hibridez, complejidad y caos visual que percibimos ante las imágenes, crea palabras compuestas, híbridas también, caóticas también, que desde el terreno del discurso verbal “hacen” lo que “hacen” las imágenes.  
“Mandroque, mandroque, diablo palitroque”, ¿cómo es posible que siendo “ojipelambrudo, cornicapricudo y perniculimbrudo” hayas pasado por alto esta melodía que escuchamos siglos después y que nos viene a recordar que nada está dicho?   
Querido lector, mira con atención el cuadro y lee el poema de Alberti. Escucha con atención los ecos de cada palabra. Regodéate con la riqueza multicolor de las formas. Seguramente, en tu experiencia íntima de contacto con el cuadro, la recién descubierta melodía y el poema descubrirás cosas asombrosas.  

 

El Bosco

El diablo hocicudo,
ojipelambrudo,
cornicapricudo,
perniculimbrudo
y rabudo,
zorrea,
pajarea,
mosquiconejea,
humea,
ventea,
peditrompetea
por un embudo.

Amar y danzar,
beber y saltar,
cantar y reír,
oler y tocar,
comer, fornicar,
dormir y dormir,
llorar y llorar.

Mandroque, mandroque,
diablo palitroque.

¡Pío, pío, pío!
Cabalgo y me río,
me monto en un gallo
y en un puercoespín,
en burro, en caballo,
en camello, en oso,
en rana, en raposo
y en un cornetín.

Verijo, verijo,
diablo garavijo.

¡Amor hortelano,
desnudo, oh verano!
Jardín del Amor.
En un pie el manzano
y en cuatro la flor.
(Y sus amadores,
céfiros y flores
y aves por el ano.)

Virojo, virojo,
diablo trampantojo.

El diablo liebre,
tiebre,
notiebre,
sipilipitiebre,
y su comitiva
chiva,
estiva,
sipilipitriva,
cala,
empala,
desala,
traspala,
apuñala
con su lavativa.

Barrigas, narices,
lagartos, lombrices,
delfines volantes,
orejas rodantes,
ojos boquiabiertos,
escobas perdidas,
barcas aturdidas,
vómitos, heridas,
muertos.

Predica, predica,
diablo pilindrica.

Saltan escaleras,
corren tapaderas,
revientan calderas.
En los orinales
letales, mortales,
los más infernales
pingajos, zancajos,
tristes espantajos
finales.

Guadaña, guadaña,
diablo telaraña.

El beleño,
el sueño,
el impuro,
oscuro,
seguro
botín,
el llanto,
el espanto
y el diente
crujiente
sin
fin.

Pintor en desvelo:
tu paleta vuela al cielo,
y en un cuerno,
tu pincel baja al infierno.

 

Rafael Alberti, A la pintura. (Poema del color y la línea)