Cajas chinas, muñecas rusas Tienda de fieltro Por Miguel Casado
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“Trabajando en una expedición geológica por la orilla izquierda del Angará, en 1944 –cuenta Lev Gumilev–, encontré un mojón de pino descortezado de una longitud de tres metros. En él había un pájaro de unos veinte centímetros grabado a cuchillo. Según la explicación de los ketos, se trataba del signo chamán del alma, realizado para proteger el lugar de los espíritus malignos. Toda la fuerza de esa defensa estaba encerrada, según sus palabras, en el pájaro”. Se trata de una zona al norte del Lago Baikal; los ketos son aborígenes de la taiga siberiana. Gumilev encontró su camino como historiador y etnólogo en las sucesivas prisiones y deportaciones que padeció en Asia Central y Siberia; su pasión quedó allí fijada, fijado su afecto por los nómadas de esas estepas; hoy la principal universidad de Kazajstán lleva su nombre. Se cuenta que, al llegar en 1956 a la estación de Leningrado desde la estepa kazaja, libre al fin tras veintidós años de persecuciones, llevaba una caja de madera con hojas de papel rústico y desigual, reciclado de los sacos de abastecimiento del campo; eran los manuscritos de sus dos primeros libros, Los hunos y Los antiguos turcos. Sí, Gumilev es un personaje marcado por el relato sobre su destino, el que sufrieron tantos, ausente protagonista de aquella mítica escena en que su madre, la poeta Anna Ajmátova, ofrece su voz para contar lo que está viviendo junto a otras madres de presos en la cola ante la cárcel: “De madrugada vinieron a buscarte. / Yo fui detrás de ti como en un duelo. / Lloraban los niños en la habitación oscura / y el cirio bendito se extinguió. / Tenías en los labios el frío del icono / y un sudor mortal en la frente. No olvidaré”. Su padre, el poeta Nikolái Gumilev, había sido fusilado en 1921, acusado de conspiración. |
No. 67 / Marzo 2014 |
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“Trabajando en una expedición geológica por la orilla izquierda del Angará, en 1944 –cuenta Lev Gumilev–, encontré un mojón de pino descortezado de una longitud de tres metros. En él había un pájaro de unos veinte centímetros grabado a cuchillo. Según la explicación de los ketos, se trataba del signo chamán del alma, realizado para proteger el lugar de los espíritus malignos. Toda la fuerza de esa defensa estaba encerrada, según sus palabras, en el pájaro”. Se trata de una zona al norte del Lago Baikal; los ketos son aborígenes de la taiga siberiana. Gumilev encontró su camino como historiador y etnólogo en las sucesivas prisiones y deportaciones que padeció en Asia Central y Siberia; su pasión quedó allí fijada, fijado su afecto por los nómadas de esas estepas; hoy la principal universidad de Kazajstán lleva su nombre. Se cuenta que, al llegar en 1956 a la estación de Leningrado desde la estepa kazaja, libre al fin tras veintidós años de persecuciones, llevaba una caja de madera con hojas de papel rústico y desigual, reciclado de los sacos de abastecimiento del campo; eran los manuscritos de sus dos primeros libros, Los hunos y Los antiguos turcos. Sí, Gumilev es un personaje marcado por el relato sobre su destino, el que sufrieron tantos, ausente protagonista de aquella mítica escena en que su madre, la poeta Anna Ajmátova, ofrece su voz para contar lo que está viviendo junto a otras madres de presos en la cola ante la cárcel: “De madrugada vinieron a buscarte. / Yo fui detrás de ti como en un duelo. / Lloraban los niños en la habitación oscura / y el cirio bendito se extinguió. / Tenías en los labios el frío del icono / y un sudor mortal en la frente. No olvidaré”. Su padre, el poeta Nikolái Gumilev, había sido fusilado en 1921, acusado de conspiración. Lecturas. (Este texto ha sido publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento del diario El Norte de Castilla) |
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